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LA ADOLESCENCIA: RUPTURA E INTEGRACIÓN DE DOS MUNDOS


Enviado por   •  10 de Junio de 2016  •  Apuntes  •  3.394 Palabras (14 Páginas)  •  227 Visitas

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LA ADOLESCENCIA:  

RUPTURA E INTEGRACIÓN DE DOS MUNDOS

Por:

Adolfo León Ruiz L.[1]

Voy a iniciar esta intervención con la lectura de los primeros párrafos de una pequeña novela, “Demian”, del escritor alemán Herman Hesse, premio Nobel de literatura en 1946.

“Comienzo mi historia con un acontecimiento de la época en que yo tenía diez años e iba al Instituto de letras de nuestra pequeña ciudad.

Muchas cosas conservan aún su perfume y me conmueven en lo más profundo con pena y dulce nostalgia: callejas oscuras y claras, casas y torres, campanadas de reloj y rostros humanos, habitaciones llenas de acogedor y cálido bienestar, habitaciones llenas de misterio y profundo miedo a los fantasmas. Olores a cálida intimidad, a conejos y a criadas, a remedios caseros y a fruta seca. Dos mundos se confundían allí: de dos polos opuestos surgían el día y la noche.

Un mundo lo constituía la casa paterna; más estrictamente, se reducía a mis padres. Este mundo me resultaba muy familiar: se llamaba padre y madre, amor y severidad, ejemplo y colegio. A este mundo pertenecían un tenue esplendor, claridad y limpieza; en él habitaban las palabras suaves y amables, las manos lavadas, los vestidos limpias y las buenas costumbres. Allí se cantaba el coral por las mañanas y se celebraba la Navidad. En este mundo existían las líneas rectas y los caminos que conducen al futuro, el deber y la culpa, los remordimientos y la confesión, el perdón y los buenos propósitos, el amor y el respeto, la Biblia y la sabiduría. Había que mantenerse dentro de este mundo para que la vida fuera clara, limpia, bella y ordenada.

El otro mundo, sin embargo, comenzaba en medio de nuestra propia casa y era totalmente diferente: olía de otra manera, hablaba de otra manera, prometía y exigía otras cosas. En este segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores escandalosos; todo un torrente multicolor de cosas terribles, atrayentes v enigmáticas, como el matadero y la cárcel, borrachos y mujeres chillonas, vacas parturientas y caballos desplomados; historias de robos, asesinatos y suicidios. Todas estas cosas hermosas y terribles, salvajes y crueles, nos rodeaban; en la próxima calleja, en la próxima casa, los guardias y los vagabundos merodeaban, los borrachos pegaban a las mujeres; al anochecer las chicas salían en racimos de las fábricas, las viejas podían embrujarle a uno y ponerle enfermo; los ladrones se escondían en el bosque cercano, los incendiarios caían en manos de los guardias. Por todas partes brotaba y pululaba aquel mundo violento; por todas partes, excepto en nuestras habitaciones, donde estaban mi padre y mi madre. y estaba bien que así fuera. Era maravilloso que entre nosotros reinara la paz, el orden y la tranquilidad, el sentido del deber y la conciencia limpia, el perdón y el amor; y también era maravilloso que existiera todo lo demás, lo estridente y ruidoso, oscuro y brutal, de lo que se podía huir en un instante, buscando refugio en el regazo de la madre.

Lo más extraña era cómo lindaban estos dos mundos, y lo cerca que estaban el uno del otro”.

Esta bella imagen que nos da el escritor nos permite reconocer un momento particular en la vida del sujeto. Podríamos afirmar que esta es su situación al comienzo de la adolescencia y, más aún, que es precisamente la posibilidad de reconocer y diferenciar de esta manera esos dos mundos, lo que lo introduce en ella.

Uno de dichos mundos, el que el autor dice que esta constituido por la casa paterna y que más exactamente se reduce a los padres, que “...se llamaba padre y madre...”, con el cúmulo de sentimientos encontrados que esto representa, expresa la existencia de cierto tipo de arreglos y alianzas que, en relación con las figuras de los padres establece el niño y que lo ayudan a que, en su encuentro con la realidad, con su mundo con su mundo fantasmático, que se estructura con referencia a ellos, estructure su proceso identificatorio. Procesos como el complejo de Edipo y su correlato, la castración, tan extensamente estudiados por el psicoanálisis, y que le dan al sujeto un ordenamiento, que es el ordenamiento simbólico, la organización de la sexualidad infantil, el  descubrimiento de la diferencia de los sexos y la ubicación ante ella, son algunos de los pilares en los que cada sujeto funda su estructura particular.  

El otro mundo, un mundo que “hablaba de otra manera” que “promete y exige otras cosas”, comenzaba allí mismo, en medio de la misma casa y era, nos dice Hesse, extrañamente cercano y colindante con el otro. Y es así porque es un mundo que se forja y se establece en relación con los mismos arreglos que antes mencionamos en relación con las figuras de los padres. Es el mundo de las satisfacciones de lo impulsivo, de eso que el psicoanálisis llama lo pulsional, para diferenciarlo de lo instintivo y dar, también por esta vía, a los procesos humanos, un estatuto distinto a los de los animales, y que quiere escapar a esas “líneas rectas”, a las normas y leyes establecidas.

Y propongo, insisto en ello, que es la posibilidad de situarse ante el reconocimiento y diferenciación de estos dos mundos, lo que sitúa al sujeto humano en el umbral de la adolescencia.  Y esto porque, hacerlo implica empezar a afrontar la necesidad de replantear acuerdos previos y generar otros nuevos, con todo que dicho proceso implique.

Pero, ¿que de que estamos hablando verdaderamente, cuando hablamos de adolescencia?

Son múltiples las evocaciones, las palabras y las expresiones que acuden a la mente cuando se menciona la adolescencia. Cambio, ilusiones, sensación, experimentación, descubrimiento, fracaso, originalidad entre otras. También es fácil que se piense en términos de crisis, y se suele hablar de la “Crisis de la Adolescencia”. Esta expresión podría entenderse de diversas maneras:

  1. En su significado más preciso, como un momento en el que algo crucial se decide, en el que algo puede juzgarse.[2] En esta dirección, la adolescencia sería entendida como un momento en el que algo del sujeto se decide, decisión que tiene consecuencias.
  2. En un sentido más corriente, designa un estado agudo de una situación que se exacerba, como cuando describimos la situación de alguien diciendo “crisis de nervios”. En este sentido, la adolescencia sería entendida como un momento en el que algo del sujeto se expresa con cierta urgencia.

La adolescencia es, que duda hay de ello, un momento de cambios, parte de los cuales se nos presentan de manera evidente cuando estamos ante un o una adolescente,[3] a nivel del cuerpo, de la manera de pensar y de la manera como se establecen relaciones consigo mismos y con los demás.

La palabra adolescencia, deriva del latín adoleceré, que significa crecer hacia la madurez. No obstante, quizás por efecto de la homofonía, en castellano se suele vincular más con la idea de adolecer, en el sentido de caer enfermo, padecer alguna dolencia, o estar afectado por algún tipo de vicio. Dos miradas llenas de consecuencias. Aunque pueda parecer secundario, quizás es importante anotar que cada una de ellas puede definir una posición completamente diferente frente a lo que llamamos adolescencia porque, no hay duda, no es lo mismo estar frente a alguien a quién consideramos en crecimiento, que frente a alguien a quién vemos cayendo enfermo o afectado por un vicio. Con esto, además, estoy subrayando algo que es un principio fundamental del psicoanálisis, y es el efecto que el lenguaje tiene sobre todos y cada uno de nosotros.

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