Lo Wachi De Aca
17 de Noviembre de 2014
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En la literatura, la representación de la “realidad” supone una construcción artificial. Las concepciones teóricas de autores como
Jakobson, Greimas, Valéry, entre otros, se incluyen en las discusiones sobre el “realismo” en la literatura. Los estudiosos del tema
intentaron buscar criterios formales específicos para explicar cómo funciona el concepto del “realismo” en la literatura, pero la
complejidad de este concepto hizo aún más difícil la tarea.
Recordemos el enfoque de Aristóteles sobre la mímesis: la mímesis se desarrolla en el sentido de una copia de la realidad, pero a
partir de la mediación de los posibles. Es decir, no se produce un registro directo de la realidad sino una elección o “recorte” de
los posibles de la vida. En este proceso de poner en texto la realidad o “textualizar lo real”, se recurre a “lo verosímil” como
principio de naturalización de la representación textual de los posibles. “Lo verosímil” representa una restricción cultural y arbitraria
de los posibles reales autorizados por los discursos anteriores, y de esta manera, está ligado a la concepción del discurso.
Según Metz (1), la palabra vero-símil significa algo que no es lo verdadero pero que no es demasiado diferente. Es por ello que
“lo verosímil” sin ser verdadero es el discurso que se asemeja “al discurso que se asemeja a lo ‘real’”. Desde esta perspectiva,
Hamon (2) define la verosimilitud:
“[...] como un código ideológico y retórico común al emisor y receptor, que asegura pues la legibilidad del mensaje por las
referencias implícitas o explícitas a un sistema de valores institucionalizados (extra-texto) que ocupar el lugar de lo ‘real’”.
En un texto “lo verosímil” se presenta como una construcción o simulacro de ciertas marcas textuales que posibilitan el
reconocimiento de lo que Barthes denomina “el efecto de realidad”. Este efecto se construye desde la ilusión referencial que se
logra a partir de los detalles que son huellas descriptivas que denotan “lo real” en el texto. Los niveles de descripción presentes en
un texto aseguran su credibilidad y su cohesión interna (3), autentificando la información que se da en el texto a partir de una
intención referencial que involucra al lector. Así, autor y lector participan de un “pacto” mediante el cual el texto resulta creíble y
puede ser aceptado como verdadero.
En todos los casos, el texto se vuelve legible en la medida en que se pone en relación con un tipo de discurso o modelo cultural y
literario, que constituye su fuente de significado y coherencia. El texto se ubica en el marco de “lo verosímil” por la interacción de
varios factores que corresponden a la vez a dos órdenes: un orden interno o intratextual y un orden externo o extratextual. Hamon
(4) es quien observa que la legibilidad de un texto se logra en función de dos órdenes, y lo explica de la siguiente manera:
“[...] [un] orden interno (ligado a la materialidad tipográfica y a la gramaticalidad del mensaje) y de [un] orden externo (no
propios del mensaje), es decir, al mismo tiempo, de la coherencia lógico-lingüística del texto en todos sus niveles
(respecto a reglas de concordancia, de rección, de restricciones semánticas selectivas, reglas de anaforización y de
sustitución, no perturbación de los esquemas discursivos y narrativos, ausencia de elipsis, etc.); de su homogeneidad y de
su autonomía como enunciado diferido y escrito (no intrusión de la instancia de enunciación), de su estabilidad tipográfica
(orden de lectura, tamaño de los caracteres de la impresión...), y del respeto a ciertos subcódigos culturales que definen
una aceptabilidad (la conformidad al género, la verosimilitud, el antropomorfismo de los actantes, el antropocentrismo de
un “héroe” aceptable, etc.)”.
En el primer orden que mencionamos, orden interno o intratextual, algunos de los elementos que producen el efecto de lo real
“verosimilizando” el texto son: las referencias espaciales y temporales, y las construcciones de los personajes y sus
transformaciones posibles a partir de los valores que entran en relación con ellos en sus universos narrativos. En el segundo
orden, externo o extratextual, encontramos las citas de autoridad, las relaciones de semejanza y/o diferencia con otros textos a
partir de la reiteración de elementos presentes que pueden provenir de las tradiciones culturales o las convenciones de género.
Ahora bien, considerando esta revisión teórica, nuestro interés es trabajar de qué manera “la ficción de oralidad” entendida como
“la ilusión de lo real” atraviesa la narrativa del escritor mexicano Juan Rulfo (1917–1986). El modelo discursivo de la oralidad se
incorpora al discurso literario como “intertexto” (5) a través de una serie de recursos estudiados como elementos de orden interno
según la clasificación de Hamon. Retomaremos oportunamente aquellos elementos teóricos que nos sean de utilidad para el
análisis de algunos de los cuentos de El Llano en Llamas (1953).
En nuestra opinión, la ficción de oralidad en los cuentos rulfianos se construye desde la creación de los personajes, la
construcción del ambiente y la adecuación del lenguaje (6). A modo de introducción, antes del análisis de los cuentos, hacemosreferencia al contexto político-social, porque constituye la realidad local de las historias que se narran en la obra de Rulfo.
1. El “llano” de Rulfo
El libro de cuentos El Llano en Llamas guarda estrecha relación con el México de la infancia de su autor. La matriz narrativa de la
obra de Rulfo es la rebelión cristera que fue una guerra (1926–l928) que se desarrolló en los estados de Jalisco, Colima,
Michoacán, Nayaril, Zacatecas y Guanajuato en contra del gobierno federal. Rulfo elige como escenario para sus cuentos: su
Jalisco natal, una región en la que hubo dominio cristero, y sus personajes son militantes de Cristo Rey. En los textos encontramos
una crítica a la política del gobierno y a las formas de vida que la revolución cristera llevó a la superficie a través de situaciones
límites “vividas” por sus personajes.
Rulfo construye una imagen literaria que tiene filiación con los últimos años de la Revolución Mexicana incluido el levantamiento
popular impulsado por la iglesia para recuperar lo perdido durante el proceso revolucionario y la Constitución de 1917. Los
cristeros estaban en desacuerdo con un decreto promulgado durante el período presidencial de Calles, que aplicaba un artículo de
la Constitución de 1917 en donde se hacía explícita la prohibición para los curas de hacer política en las administraciones
públicas, la limitación de un número de curas para cada pueblo según la cantidad de habitantes, y que la propiedad de las
iglesias quedaba en manos del Estado.
La escritura de Rulfo se vincula con una realidad que es fiel a la voz del pueblo, a una voz soterrada de un México que se
empobrece cada vez más. Sin embargo, la obra “no es más que una transposición literaria de los hechos de su conciencia” (7),
así lo expresó el propio Rulfo en una de sus muchas entrevistas. El autor intenta mantener el equilibrio en su escritura para
expresar la tensión entre un mundo subjetivo e interior: el mundo rural (con el que se identifica Rulfo), y un mundo objetivo y
exterior: el mundo de los políticos, los que manejan el destino de los mexicanos. Por ello, es clave entender la oralidad como
“intertexto” en la elaboración y en la narración de los cuentos ya que podemos encontrar en el tejido narrativo de cada uno de
ellos las prácticas orales de todo un pueblo.
Rulfo proporciona a cada cuento su “andadura” y su “respiración” mediante la interpretación de la existencia jalisciense. Las voces
de los personajes son voces que gritan la injusticia social, la falta de un proyecto educativo coherente, y las frustrantes políticas
agrarias. El autor profundiza conflictos locales que se traducen en la búsqueda del ser mexicano, a partir de replantear la
condición humana universal con el objetivo de entender al hombre y a la sociedad. La prosa de Rulfo “vive y crea desde dentro”
de una realidad, a la vez, universal y moderna, tradicional y mexicana.
2.1. La creación de los personajes
En el momento de creación de los personajes, Rulfo se concentra en el hombre criollo y mestizo del sur de Jalisco que pertenece
a la comunidad rural. El autor rescata los relatos de estos hombres, que son decires orales en un castellano campesino, mezclado
con lenguas indígenas. En la mayoría de los casos, los decires orales son monólogos que en boca de los personajes, son
fragmentos “copiados” de la realidad. Hamon (8) explica al respecto, que desde un discurso “horizontalizado”, es decir que tiende
al monólogo, deriva “la cubierta estilística del discurso realista”.
A Rulfo le interesa la manera en la que el mundo rural se enfrenta a la opresión y se defiende de ella; por lo que sus personajes
son “héroes” trágicos, sufrientes, que muestran aspectos terribles de su existencia –todas las flaquezas del ser humano–, pero, a
la vez, se caracterizan por su fuerza desafiante
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