Los Lisperguer y La Quintrala
itstoopunkrockEnsayo4 de Agosto de 2019
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Los Lisperguer y la Quintrala:
Historia y ficción
Marcela Miranda Rodríguez
Seminario de Grado
Profesor Eduardo Thomas
4 de abril, 2019
«Las familias que no tienen sangre de Lisperguer
son familias de rulo»
Benjamín Vicuña Mackenna, Los Lisperguer y La Quintrala.
Benjamín Vicuña Mackenna (1831 – 1886) desde temprana edad se caracterizó por ser un pensador revolucionario. A sus 18 años ya formaba parte de la Sociedad de la Igualdad, organización que incluía tanto a personajes de la élite del país, tanto como a obreros, y que anhelaba una sociabilidad libre e igualitaria. Una vez disuelta la Sociedad de la Igualdad en 1851, el joven Vicuña Mackenna se une a su padre y hermanos en el Motín de Urriola, episodio que le vale una sentencia a muerte de la que logra escapar para seguir participando en la Revolución de 1851, hasta que debe autoexiliarse. A partir de ahí, comienzan unas idas y venidas entre Estados Unidos, Perú[1] y distintos países de Europa, hasta que vuelve a Chile en la década del ’60, incorporándose inmediatamente en la política nacional, llegando a ser nombrando Intendente de Santiago en el año 1872. Mientras estuvo en el cargo ganó tanta gran popularidad gracias a su proyecto de transformación de Santiago que en las elecciones presidenciales de 1875 su candidatura surgió casi de manera obvia. Por supuesto, sus ideales liberales no eran fascinación de todos, en especial de la oligarquía, sector que al ver que su candidatura era próspera lo obligó con actos violentos y con amenazas de una guerra civil si salía electo, a retirar su postulación, siendo Aníbal Pinto el vencedor.
Es en el contexto de esta derrota política que Vicuña Mackenna escribe Los Lisperguer y La Quintrala, un texto que se autodenomina histórico, en tanto explica sucesos verdaderos:
No vamos a estudiar ni a contar la vida de aquella aristócrata raza, mitad alemana mitad india, a la luz de los blasones sino de la filosofía social e histórica que sus cruzamientos domésticos i su influencia política marca, porque la leyenda de asa familia es la vida verdadera de la colonia i de su siglo. (…)
De esta suerte, sin fatiga para el lector, se desenvolverá a su vista un dilatado panorama, a veces fantástico, a veces horrible, pero siempre verdadero. (Vicuña Mackenna, 10-11).
En efecto, en las siguientes páginas de su libro, Vicuña Mackenna asegura que habrá un panorama verdadero, no obstante, no es difícil notar que su narración se ve ficcionalizada al punto de ser criticada. ¿Es en realidad Los Lisperguer y la Quintrala un texto histórico? ¿O es acaso una novela? Es nuestra misión en las siguientes páginas el intentar contestar estas interrogantes.
Para lograr nuestro cometido primeramente debemos cuestionarnos ¿en dónde termina la historia y comienza la ficción? Es en el siglo XIX, en la contemporaneidad positivista de Vicuña Mackenna que “la verdad de la historia se pretende llevar a un plano universal y absoluto” (Viu, 35); bajo esta idea, la historiografía sería vista como una ciencia dura o empírica, un trabajo siempre comprobable:
La historiografía como ciencia llega junto con Ranke y su obsesión por mostrar las cosas «tal y como sucedieron», haciendo del documento «legítimo» un monumento a través del cual acceder a la verdad sobre el pasado, y de la objetividad un valor supremo que se alcanza al dejar de lado las pasiones e intereses personales. (Ibid.)
La historiografía como ciencia que postula Ranke puede sonar interesante, y quizás si seguimos su postulado, la respuesta a nuestro problema global se resolvería de manera sencilla, pues inmediatamente se rechazaría a la obra de Vicuña Mackenna como historiográfica. Sin embargo, la concepción de historiografía de Ranke nos parece poco realizable, ya que ¿cómo se llenan, entonces, esos vacíos que dejan los documentos «legítimos»?
Al avanzar el siglo XIX comienza a ser cada vez más evidente que la supuesta objetividad y transparencia de la historia respecto de su referente no es real. Al elegir su tema, el historiador está imponiendo una teoría a la simple percepción de los hechos inmediatos y privilegiando como documentos ciertas huellas del pasado por sobre otras. (Viu, 37)
La teoría de Vicuña Mackenna fue anteriormente citada: el retrato de la familia Lisperguer es un retrato de la Colonia, “la leyenda de asa familia es la verdadera vida de la colonia i de su siglo” (10). En otras palabras, la hegemonía que tenía la familia Lisperguer en la Colonia fue tal que el mundo giraba a su alrededor. Para alguien no conocedor del linaje Lisperguer y su supremacía tal vez le sea dificultoso comprender cómo fue que la Quintrala[2] logró burlar la justicia tan fácilmente, incluso cuando asesinó a su propio padre, no obstante, Vicuña Mackenna nos explicita que los Lisperguer eran dueños de Chile:
Los Lisperguer habían logrado ser la primera estirpe de Chile, no solo por sus blasones i sus escudos, sino porque se adueñaron con tiempo de las tres grandes fuerzas que gobernaban aquella sociedad enérjica pero sin culto, devota i bravía.
Eran dueños de la justicia por sus alianzas de sangre con los oidores.
Eran dueños de los claustros por sus fundaciones i la coyuga que hacían vestir estudiosamente a los suyos.
Eran dueños, en fin, del poder y del prestigio militar por su bravura, sus servicios i la leyenda de su heroísmo. (37)
Es en más de un pasaje que el autor nos recalca que la supremacía que el linaje de los Lisperguer ejerció durante la colonia fue gracias a sus conexiones entre las instituciones de poder de la época:
De aquí, de estos enlaces, de esta vedada parentela, ilícita por las leyes, funesta para la justicia i las costumbres, venía la constante i osada impunidad de los delitos de los Lisperguer i el castigo a sus adversarios, como sucedió con los Mendoza en la gran pendencia de 1614. (81)
Nos detendremos en un episodio de la vida de Catalina de los Ríos y Lisperguer al que no se hace tanto énfasis, ubicado en el capítulo IV “La Quintrala y sus primeros crímenes”. Este es, el asesinato a un caballero de Malta por el que condenan a uno de sus esclavos:
Fue éste el de un encumbrado feudatario de Santiago, cuyo nombre no consigna en papeles que tenemos a la vista, pero de tan alta posición que era nada ménos que caballero de Malta. Invitóle doña Catalina a su alcoba por un billete amoroso, i cuando le tuvo en sus brazos le mató. Ignórase la causa, pero la manera de ejecutar el cobarde hecho fué tan inusitado que la dama asesina intentó descartarse echándole la culpa a uno de sus esclavos. I este desdichado i crédulo, gracias a una infame omnipotencia de familia, fué ahorcado inocente en la plaza pública de Santiago, condenando a la mercenaria Real Audiencia irresponsable matadora a una multa pecunaria más o ménos cuantiosa. Aquella no solo era justicia vil, era justicia vendida. (84)
Lo recalcable en este cuadro no es el hecho que haya asesinado al caballero de Malta, puesto que sus fechorías van mucho más allá, lo que queremos destacar aquí es la resolución que se le da al caso. El que resulta ser culpado del homicidio es un esclavo de doña Catalina, demostrando así lo que Vicuña Mackenna venía diciendo en las páginas anteriores: la palabra de los Lisperguer era ley. Lo que es más interesante aún del párrafo anteriormente citado son los comentarios condenatorios del autor[3], específicamente el enunciado con el que cierra el episodio: “aquella no solo era justicia vil, era justicia vendida”.
Este enunciado causa un gran conflicto en el esclarecimiento de nuestra pregunta inicial, ¿es Los Lisperguer y La Quintrala un texto de carácter histórico? En el siglo XX la corriente positivista de la historiografía se deja de lado y se acepta la imaginación en esta doctrina. En este sentido, utilizaremos el término de Collingwood de imaginación a priori en el cual, a grandes rasgos, el historiador tiene la responsabilidad de llenar los vacíos que deja la documentación con la inferencia, puesto que es importante que el uso de la imaginación no sea arbitrario, Viu explica que “dicha imaginación no inventa como la fantasía, sino que completa” (39).
Collingwood señala que el historiador no es nunca un objeto pasivo a través del cual se podría transmitir la verdad de los hechos, sino más bien un sujeto que interviene las fuentes seleccionando lo que le parece más interesante, completando lo que no se dice explícitamente y corrigiendo lo que considera poco fundado por medio de la investigación en fuentes alternativas. (Viu, 38)
En esta línea, entonces, Benjamín Vicuña Mackenna cumple -hasta cierto punto- el deber que tiene el historiador al sumergirse en la representación del pasado. Es por ello por lo que la oración en el episodio del caballero de Malta sigue siendo conflictiva: “aquella no solo era justicia vil, era justicia vendida”. Esta sentencia oscila entre la verdad y la opinión del autor; es en este momento cuando es importante rescatar la pequeña biografía que hicimos sobre Vicuña Mackenna en la introducción: era un liberal revolucionario. Ansiaba un cambio en la sociedad chilena que seguía siendo representada por la misma oligarquía que lo obligó a retirarse de la contienda presidencial.
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