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Enviado por   •  12 de Junio de 2015  •  12.731 Palabras (51 Páginas)  •  239 Visitas

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CONFERENCIA EN EL ATENEO DE LIMA

PRIMERA PARTE

I

Señores:

Si los hombres de jenio son cordilleras nevadas, los imitadores no pasan de riachuelos alimentados con el deshielo de la cumbre.

Pero no sólo hai el jenio que inventa i el injenio que rejuvenece i esplota lo inventado; abunda la mediocridad que remeda o copia. ¡Cuánta mala epopeya orijinaron la Iliada i la Odisea! ¡Cuánta mala trajedia las obras de Sófocles i Eurípides! ¡Cuánta mala canción las odas de Píndaro i Horacio! ¡Cuánta mala égloga las pastorales de Teócrito i Virgilio! Todo lo bueno, todo lo grande, todo lo bello, fue maleado, empequeñecido i afeado por imitadores incipientes.

Siglos de siglos persistió la monomanía de componer variaciones sobre el tema greco–latino, i hubo en la literatura una Roma falsificada i una Grecia doblemente hechiza, porque todos miraban a los griegos con el cristal romano. Muchos quisieron seguir fielmente las huellas de latinos i helenos ¡como si tras del hombre sano i fuerte pudiera caminar el cojo que vacila en sus muletas o el hemipléjico que s'enreda en sus mismos pies!

La imitación, que sirve para ejercitarse en lo manual o técnico de las artes, no debe considerarse como el arte mismo ni como su primordial objeto. Imitar equivale a moverse i fatigarse en el wagón de un ferrocarril: nos imajinamos realizar mucho i no hacemos más que seguir el impulso del motor.

En literatura, como en todo, el Perú vivió siempre de la imitación. Ayer imitamos a Quintana, Espronceda, Zorrilla, Campoamor, Trueba, i hoi continuamos la serie de imitaciones con Heine i Bécquer en el verso, con Catalina i Selgas en la prosa. Como Bécquer escribió composiciones poéticas de cortísimo aliento, i Selgas artículos no mui largos en frases diminutas i algo bíblicas, va cundiendo en el Perú el gusto por las rimas de dos cuartetas asonantadas i l'afición al articulillo erizado de antítesis, concetti i calembours, quiere decir, entramos en plena literatura frívola.

II

Severo Catalina poseía sensibilidad esquisita, claro talento i vasta erudición. Hebraizante, con fe ciega en los dogmas del Catolicismo, salió a refutar la Vida de Jesús, cuando se había hecho moda romper lanzas con Renán. Pasada la moda, se hundieron en el olvido refutaciones con refutadores, i Catalina sobrenada hoi, no por la Contestación a Renán, sino por el libro La Mujer, que mui joven dio a luz con un prólogo de Campoamor.

En La Mujer, Catalina descubre miras opuestas a Balzac; pero no encierra el meollo de Aimé–Martin ni el jeneroso espíritu de Michelet. El libro ensalza tanto al bello sexo i despide un olor tan pronunciado a misticismo, que parece escrito con polvos de rosa disueltos en agua bendita. Obras con semejante índole entretienen a los dieciocho año hacen sonreír a los veinticinco e infunden sueño a los treinta. No deben tomarse a lo serio, sino como el ditirambo de un seminarista que no ha perdido la gracia virjinal.

Ahí, la frase asmática de Saavedra Fajardo alterna con el período hético del mal Quevedo, del que maneja la pluma en horas menguadas. De cuando en cuanto relampaguea el espíritu de un Lamennais correjido y espurgado por la Congregación del Índice.

En sus obras posteriores a La Mujer, Catalina cambia de forma, pero no de fondo: abandona el estilo clausulado para valerse del período inacabable i lánguido de Mateo Alemán; pero continua encorvándose bajo el yugo de la Fe, sin conocer las tormentas de la duda ni subir a las cumbres de la Razón.

Si con ninguno de sus escritos logra convencer al que niega ni afianzar al que vacila, tampoco inflama odios ni causa repulsión, porque en todas sus frases revela al creyente sincero i al hombre de corazón leal. En sus obras trasciende la melancolía, ese vago presentimiento, ese algo triste de los hombres destinados a morir jóvenes.

*

A Catalina siguió José Selgas i Carrasco. Después de publicar dos colecciones de versos, la Primavera i el Estío, Selgas descuidó la poesía i se lanzó denodadamente a la prosa.

Con erudición superficial i de segunda mano, con citas copiadas de controversistas franceses, emprende una cruzada contra Ciencia i civilización modernas. Se manifiesta agresivo, cáustico, mordaz, sangriento, i como todo hombre fácil en atacar, no sabe defenderse ni resistir cuando se ve acometido. Sirviéndose de armas que no maneja bien, trata de fulminar golpes mortales, i deja todo el cuerpo a merced del enemigo. Aunque algunas veces aturda, jamás derriba, porque sus argumentos recuerdan los ruidosos pero inofensivos golpes con vejiga llena de aire. Estrechando mucho, s'escurre como Voltaire, disparando un chiste.

Prescindiendo aquí de las ideas trasnochadas i recalcitrantes, sería injusto negar a Selgas un injenio móvil, sutil i penetrante: acaso no hai hombre más paradojal en España. N'obstante, afanándose en rayar por agudo, peca más de una vez por incomprensible. Como abusa de l'antífrasis, no sabemos si habla con seriedad o se burla de nosotros.

En él no hai sucesión lójica de juicios, sino agrupamiento de ideas por lo jeneral inconexas. Puede tijeretearse por acápites cualquier escrito de Selgas, introducirse los retazos en una bola de lotería, sacarles i leerles, con probabilidad de obtener un nuevo artículo. No posee la concentración, el mucho en poco, i lejos de arrojar centigramos de oro en polvo, descarga lluvias de arena. Selgas parece un Castelar desmenuzado i teñido de carlista.

En el estilo, asmático entre los asmáticos, fatiga con los retruécanos, aburre con las antítesis, desconcierta con el rebuscamiento. Según la espresión de Voltaire, "pesa huevos de hormiga en balanzas de telaraña". No se le debe llamar domador de frases, sino martirizador de vocablos. Juega con palabras, como los prestidijitadores japoneses con puñales; i estrae del tintero líneas i más líneas de frases cortas i abigarradas, como los embaucadores de ferias se sacan del estómago varas i más varas de cintas angostas i multicoloras.

A más de ambiguo, flaquea por amanerado, descubriendo en cada jiro al escritor ganoso de producir efecto. Quiere manifestar injenio hasta en la colocación de signos ortográficos. Imposible leerle de seguido: la lectura de Selgas parece

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