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Personajes Amor En Tiempos De Colera


Enviado por   •  13 de Junio de 2013  •  3.573 Palabras (15 Páginas)  •  1.267 Visitas

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LOS PERSONAJES DE EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA

Lo primero que llama poderosamente la atención es el hecho del número tan exagerado de personajes a los que se hace mención a lo largo de la novela, a pesar de que el protagonismo de algunos de ellos es muy escaso y sólo tiene unas apariciones efímeras, como ocurre, por ejemplo, con algunos familiares de los protagonistas o con algunas de las amantes de Florentino Ariza.

Además, la caracterización de los personajes, tanto protagonistas como secundarios, la va realizando el narrador, progresiva y minuciosamente, a lo largo de los capítulos o secuencias en que se divide la novela, lo cual dificulta en buena medida el seguimiento de los caracteres de los personajes.

1. LOS PERSONAJES PRINCIPALES

El amor en los tiempos del cólera se estructura en torno a lo que podríamos llamar un triángulo amoroso: el formado por los tres personajes principales, Florentino Ariza, Fermina Deza y el doctor Juvenal Urbino.

Los dos primeros forman la pareja de enamorados que, desde la infancia, parecen destinados a protagonizar una hermosa, tierna y romántica historia de amor. Hasta que entre ellos se cruza la persona de un hombre algo mayor que ellos, más culto y de mejor posición social y económica, que ofrece a Fermina lo que no podía darle Florentino: seguridad frente a aventura, sensatez frente a locura, cariño frente a pasión.

Pero, una vez desaparecido el tercer vértice del triángulo, el protagonismo final de la novela correrá a cargo, de nuevo, de la pareja protagonista.

1.1. Florentino Ariza

Es un hombre con setenta y seis años, calvo, con un bigote romántico de punteras engomadas, que usa lentes para la miopía y que gusta de leer y escribir poemas de amor, pues está locamente enamorado de Fermina Deza, quien en esos momentos tiene setenta y dos. De él se dice que había gastado mucho dinero y mucha fuerza de voluntad para que no se le notaran los años que tenía.

Su profesión había sido la de telegrafista, como también lo fue el padre de Gabriel García Márquez. De hecho, el propio novelista cuenta en su autobiografía Vivir para contarla que la historia de Florentino y de Fermina es un homenaje a la memoria del amor de sus padres. Pero, con el paso de los años, se acabó convirtiendo en el presidente de una compañía de buques, la Compañía Fluvial del Caribe, en uno de los cuales, el Nueva Fidelidad, va a conseguir materializar su amor con Fermina.

Su aparición en las páginas de la novela se produce con ocasión de la muerte del que podríamos considerar su rival en el amor, el doctor Juvenal Urbino. Él es ya un anciano que está dispuesto a llevar a cabo su proyecto de amor con Fermina. Ahora es cuando, después de medio siglo, su lealtad hacia ella y su eterna esperanza se verán compensadas.

Era un gran lector, sobre todo de poesía, lo que le sirvió para escribir las primeras cartas de amor a Fermina. Su amor hacia éste tiene, también, algo de libresco, pues cuando Lorenzo Daza amenaza con pegarle un tiro, si no se aparta de su hija, él le dice que lo haga, porque “no hay mayor gloria que morir por amor” (pág. 124).

En Florentino todo es exagerado, desmedido. Lo es su forma de vestir y de llevar su paraguas de raso negro aunque no fuera a llover. Lo es su amor de tantos años por Fermina. Lo es el número de sus amantes, casi seiscientas, y lo es su empeño y su obstinación hasta conseguir hacer realidad su sueño y su deseo de conseguir el amor de Fermina. E incluso lo es su estreñimiento crónico que lo obligó a aplicarse lavativas purgantes durante toda su vida. Y, también, su preocupación por la calvicie, que le llevó a probar cuanto remedio pudiera poner fin a la misma, hasta que, finalmente, viendo que era imposible frenarla, a los cuarenta y ocho años, se hizo cortar los polos pelos que le quedaban y así asumió su destino de calvo absoluto.

Cuando vio, por primera vez, a Fermina embarazada, decidió dedicar toda su vida a recuperarla. Y, para aliviarse durante la espera, tras su relación con la viuda de Nazaret, se dedicó a cazar “las pajaritas huérfanas de la noche durante varios años” (250). Finalmente, conseguirá hacer realidad su sueño, pronunciando la frase que tenía preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días: “Toda la vida”.

1.2. Fermina Deza

De ojos almendrados, con pelo largo rubio y siempre se peinaba con una sola trenza. Era una joven de buena familia, que vivía al cuidado de su viudo padre y de su tía soltera. Aunque desde joven estaba enamorada de Florentino, se convirtió en la esposa de Juvenal Urbino y acabó aferrándose a éste, hasta llegar a acostumbrarse a vivir con él, de tal modo que, al cabo de treinta años de casados, “eran como un ser dividido, y se sentían incómodos por la frecuencia con que se adivinaban el pensamiento sin proponérselo” (pág. 321).

Tenía una pasión irracional por las flores ecuatoriales y los animales domésticos, comenzando por los dálmatas y continuando con toda clase de gatos y de pájaros de Guatemala. Y ello en contra de la voluntad de su marido que, en un momento determinado, había llegado a prohibir que en esa casa entrara ningún tipo de ser vivo que no hablase.

Una de las cosas que más asco le producía era la costumbre de su marido de orinarse fuera del inodoro, motivo por el cual, y para no romper la paz doméstica, ella iba detrás de él secando los bordes de la taza con papel higiénico.

Otra cualidad de Fermina era su gran olfato, que le servía para seguir cualquier rastro de una persona e incluso para orientarse en su vida social. Fue gracias a su olfato como pudo descubrir las novedades que habían ido apareciendo en la vida de su esposo a raíz de echarse una amante, la señorita Bárbara Lynch, a la que Fermina reconoció por su olor a negra, aunque en realidad era una mulata, alta, bella, elegante y dulce, doctora en teología, de la que el doctor Urbino se prendó locamente.

Antes de cerrar el ataúd de su marido, se quitó el anillo de casada, se lo puso al marido muerto y se despidió de él diciendo: “Nos veremos muy pronto” (pág. 76). Algo que le dolió oír a Florentino, que estaba presente en el funeral. Cuando éste se le acercó para decirle que llevaba más de medio siglo guardándole fidelidad y amor eternos, ella lo despidió airadamente, diciéndole que no volviera a dejarse ver nunca más; aunque, después, a solas, lloró, por la muerte de su marido, por su soledad y por el drama que ella misma había provocado cuando tenía 18 años y había abandonado a Florentino.

Cuando,

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