¿Por Qué Los Hipopótamos Hierven En Sus Tanques?
carlosc013024 de Enero de 2014
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¿Por qué los hipopótamos hierven en sus tanques?
¿Cuál es el método más adecuado para que los hipopótamos hiervan en sus tanques? Sin duda, en el reciente seminario conducido por el profesor Walter Kohan, esta fue la pregunta que nadie se atrevió a pronunciar. Tal vez algunos hubieran preferido preguntarse por qué un grupo de docentes de filosofía de la enseñanza secundaria de una de las semicolonias latinoamericanas se reúnen con la manifiesta finalidad de hablar sobre la infancia, sobre las concepciones pedagógicas de un francés coetáneo de la revolución, sobre lo que otro francés piensa hoy sobre él, y tratar de relacionarlo con textos de Platón, intentando al mismo tiempo emplear facultades intelectuales que no caigan bajo la sospecha a la que los induce Gilles Deleuze en el capítulo tres de “Diferencia y repetición”.
Esta interrogante puede tener múltiples respuestas: que quieren tener una certificación que acredite su competencia como enseñadores de filosofía, que buscan una consolidación de su formación docente, que quieren saber qué hacer en sus clases, que les gusta despilfarrar el dinero que les sobra de sus escuálidos sueldos, que estos cursos les permiten saber en qué exacto lugar de su biblioteca deben de estar los libros que se ocupan de pinceles de pelo de camello, etc. Por supuesto, si se los interroga en un ámbito público todos van a dar una respuesta que evite que el interlocutor sospeche que en realidad no saben por qué ni para qué están padeciendo o disfrutando de estos cursos que organiza la Asociación Filosófica del Uruguay. Esto no significa que no haya algo de cierto en cada una de las respuestas mencionadas anteriormente y algunas otras que al lector se le puedan ocurrir, pero esa verdad parcial no hace más que confirmar la presunción de que, como la mayoría de los mortales, los profesores de filosofía realizan actividades para las cuales se representan una motivación o se “explican” a sí mismos por alguna tranquilizadora causalidad psicoanalítica.
Sin embargo, porque soy uno de ellos, tengo que confesar que este seminario me ha permitido comprender que no sé responder a la pregunta sobre mi asistencia a estos encuentros. Esto no implica que haya perdido interés en participar, sino todo lo contrario. Como un lector de novelas policiales que descubre que su principal sospechoso tiene una coartada y que es imposible que sea el asesino, y entonces desea fervientemente avanzar por otros capítulos hasta llegar al desenlace final, actualmente siento una intensa curiosidad por saber qué nueva sorpresa me deparan los cursillos de la AFU. Esta curiosidad, que se parece a aquella que recuerdo de la infancia sobre cómo hacía el ilusionista para convencernos de la verosimilitud de sus trucos, puede ser resumida en la pregunta del comienzo.
Tal vez la relación que en mi mente se ha dado requiriera una explicación. No obstante, y por motivos que es obvio que no puedo explicar, he adquirido una patología psíquica que denominaré “explicacionofobia”. Esta costumbre que me permitía salir del paso en las sesiones con mis alumnos, que me permitía sentirme útil, o , por lo menos, que me servía de subterfugio para encubrir mi inutilidad, ha caído en las prácticas que pueden clasificarse como “el pecado contra el espíritu santo”, aquel que no puede ser perdonado, y que merece castigos que, no por ser desconocidos, son menos aterradores.
Estoy seguro de que en algunos de los enunciados que preceden a éste, alguien advertirá alguna explicación, pero no creo que pueda demostrarlo sin incurrir en algún tipo de explicación propia, por lo cual deberá abstenerse y yo me considero absuelto.
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