Una Rosa Para Emily
Carmeensha1 de Abril de 2015
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Una rosa para Emily
Escrito por William Faulkner (1897-1962), en donde de manera cronológica nos cuenta la vida de Emily Grierson, una mujer singular del pueblo de Jefferson que se convirtió en un icono enigmático en su entierro; que busca el amor después de pasar 10 años de su vida en una casa encerrada por culpa de su padre, así mismo cuando él muere opta por salir de la mansión que la tenia.
Sin embargo, el día de su funeral ninguna generación quería perdérselo, todos querían conocer algo de su vida que escondía tras las paredes de su mansión. La muerte de la señorita Emily no es cualquier muerte. Es la caída de un monumento, es decir, la caída de un símbolo que supo mantenerse firme, inmutable, sobreviviendo a los cambios y a las pérdidas que señalaron a su época, que al proclamar la abolición de la esclavitud introdujo una novedad radical en la filosofía de la nación que se estaba inventando: la sustitución de los privilegios de la sangre y la alcurnia por los privilegios del dinero.
En su obstinado modo de perpetuar su excepcionalidad, Emily representa a ese Sur altivo que, derrotado en lo militar y en lo político, se niega a renunciar a su orgullo, al espejismo de aquel pasado cubierto que rodea el retrato del padre.
La cuestión es que la muerte del padre inauguró algo diferente y, habiendo desaparecido el hombre que la mantuvo atada a la cadena del amor filial. En ese transcurso de tiempo la privó de una existencia de mujer, he aquí que se abrió para ella la oportunidad del amor, lo que se inició con Homer Barron, un tipo al que le gustaba la compañía, y para quien el matrimonio no entraba en sus planes. No sabemos muy bien cómo ella consiguió convencerlo para que entrase finalmente en aquella casa de la que jamás volvió a salir.
Y aunque podríamos argumentar muchas cosas sobre la pasión necrófila a la que Emily se entregó durante el resto de su vida, y especialmente sobre al amor del cadáver paterno, me limito a subrayar el hecho de su figura inmóvil en la ventana, esa imagen estática que pasó, de generación en generación, como un punto fijo e inmutable en el curso de la historia de aquel pueblo: querida, ineludible, impasible, tranquila, perversa, masculina incluso, tras haber consumado sus compromiso con la muerte, y asegurado así la posesión definitiva de un bien de la que nadie podría ya privarla.
No sería justo acabar este breve comentario sin añadir algunas palabras sobre el título, que a mi juicio desempeña una función clave en la creación del sentido en el que se ha elegido leer este cuento, porque siempre considero que el lector tiene que tomar sus decisiones.
¿De quién será la mano que en un último gesto de despedida acuda a honrar la extraña gloria de Emily con una rosa?, lo cierto es que el narrador que asume la voz colectiva de Jefferson no ha querido contarnos una historia de horror, aunque el final pueda dar esa impresión. Si leemos las últimas líneas con atención, veremos que Faulkner evita de manera clara e intencionada todo comentario sobre el efecto sensible que el inesperado descubrimiento puede haber producido en aquellos hombres que después de tantos años se atrevieron por fin a traspasar esa frontera que Emily había impuesto con el único poder de su presencia fantasmal. Ni asomo de espanto, ni un grito ahogado, ni un escalofrío recorriendo la espina dorsal. Tan solo un piadoso estupor y el silencio casi reverente ante ese lecho en el que Emily ha recostado cada noche su sagrada fidelidad al hombre muerto. Y aunque pueda resultar paradójico, allí donde el crimen debiera mostrarnos a nuestra protagonista en su manifestación, por el contrario acaba convirtiéndose en la prueba de su debilidad, merecedora de al menos una rosa por tanto sufrimiento que padeció al lado de su amado padre.
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