Vetas religiosas: El Sexto
Jose1234567Reseña31 de Julio de 2012
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Vetas religiosas: El Sexto
Á diferencia de las obras anteriores donde El Dorado de mi pesquisa parecía asomarse reluciente y al alcance de la mano, al acercarme al Sexto sentí que tenía que andar hurgando con linterna, palos y uñas. Fui tentada a lanzarme en búsqueda de otras vetas en la mina literaria arguediana. Una que me sedujo fue la consideración de un posible paralelismo entre la cárcel con sus tres niveles, el enfrentamiento de dos partidos, los diferentes núcleos raciales, la pugna por el poder, etc, con la sociedad peruana o limeña. Este era tema recurrente en las tertulias de reflexión política de los presidiarios y en varias ocasiones los escuchamos delineando similitudes. Una noche, indignados por tener que conformarse con ser testigos impotentes de las brutalidades y bajezas de Puñalada y Maravi hacia “Clavel”, Cámac se preguntas: “¿Dónde está la diferencia entre el negocio de esos, de afuera, y de éstos, aquí adentro? “ (26).
Otra tentación fue buscar una continuación entre Gabriel, la voz narrativa y personaje principal, en quien, por ser un serrano con altos “ideales de justicia y libertad” (77) y “un estudiante sin partido” (31) se podría trazar una continuidad con Ernesto de Los ríos profundos, en quien ya se percibía gran sensibilidad social. De todas maneras, a pesar de estos deslumbramientos efímeros, decidí seguir abocada a mi faena, a pesar de que en esta oportunidad la paga sea magra y el esfuerzo más arduo.
Encontré que a lo largo de toda la obra hay rastros de creencia cristiana en algunos presos, aunque más no sea una ligera mención de Dios. Tal es el caso del piurano, que ante el injusto e inhumano trato que recibían los más débiles de la penitenciaría exclama “No hay dios” (52) Caso similar fue el de Luis, quien lo invoca como el último recurso de establecer justicia y castigo (87) y otro preso se refiere a Dios como un modelo a imitar de alguien que no murió “feliz, a pesar de que salvaba al mundo” (69) .
El único preso que demuestra visiblemente su fe es Mok`ontullo, quien “se persignó con cierta ironía” (30), al entrar en una celda donde se estaba llevando a cabo una acalorada discusión política y quien, ante el cuerpo muerto de Cámac asume el liderazgo del sencillo velatorio e invita a rezar “un Padrenuestro en voz alta” (102).
Es notable que en Gabriel la única referencia al cristianismo es visual y evocativa. Al contemplar la cúpula de la María Auxiliadora al atardecer, ésta despertaba reminiscencias, al igual que Ernesto, de las bonitas iglesias cusqueñas de “Santo Domingo y la catedral” (22). Por otro lado, también con cierta similitud al personaje de Los ríos profundos, Gabriel parece haber abrazado creencias de origen indígena. Atribuye vida a los espíritus de los muertos y luego de la muerte de Cámac, en voz alta le da algunas recomendaciones a su espíritu y le pide que obre de mensajero con los espíritus del Pianista y el Japonés (109). Esta creencia de la vida de los muertos se ve reforzada cuando luego comenta que en algunos años “en símbolo levantado sobre la helada plaza de esa ciudad....Alejandro Cámac permanecerá vigilando. Si aparece algún tipo d esclavitud, cualquiera que ella sea, Cámac se echará a andar de nuevo, levantando a los tiranizados; los convocará lanzando voces, igual que Pachacámac” (111). Más adelante ante la desoladora bajeza de la prostitución de “Clavel”, le pide al Hermano Cámac, quien ya era “todopoderoso” que lo lleve a “alguno de los ríos grandes de nuestra patria “ donde se purificará de “todo los que he visto en esta cueva de Lima” Esta creencia en las virtudes purificadoras de los ríos era común entre los quechuas, quienes veneraban las huacas o espíritus de los ríos y los consideraban lavatorios santos de los pecados y las enfermedades. Recordemos
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