El Cine Comienza
rockalterno7 de Noviembre de 2013
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El cine, que hace desfilar ante nuestros ojos veinticuatro (y en otro tiempo dieciséis) imágenes por segundo, puede darnos la ilusión de movimiento porque las imágenes que se proyectan en nuestra rutina no se borran instantáneamente. Esta cualidad (o esta imperfección) de nuestro ojo, la persistencia retiniana, transforma un tizón que se agita en una línea de fuego. Ek fenómeno fue comprobado por los antiguos, y su estudio se esbozó en los siglos XVII y XVIII con Newton y el Caballero d’Arcy. Hubo, no obstante, que esperar los trabajos de Peter Mark Roget, ingles de origen suizo, para entrar en el camino que llevo hasta el cine. Como aplicación de sus trabajos, un ilustre físico británico construyo en 1830 la rueda de Faraday, que describen todos los tratados de física, mientras John Herschel, al imaginar una nueva experiencia de física recreativa, dio nacimiento al primer juguete óptico que utilizo dibujos. El traumátropo, creado en 1825 por Fitton y por el doctor Paris, es un simple disco de cartón que lleva en su recto y en su verso dos dibujos que se superponen para nuestro ojo cuando se les hace girar rápidamente.
Los aparatos que crean simultáneamente en 1832 Joseph Plateau, joven físico belga, y el profesor austriaco Stampfer, utilizan los dispositivos esenciales de la rueda de Faraday (disco dentado que se observa en un espejo) y los dibujos del traumátropo.
Los inventos de estos dos investigadores son simultáneos y sin ninguna influencia recíproca. El progreso futuro estaba implícitamente contenido en los trabajos precedentes de los físicos ingleses. Sin embargo, Plateau parece haber rebasado a su rival en los resultados que obtuvo de la construcción de su fenaquistiscopio: sienta en principio que su disco de cartón dentado (o agujereado por dientes) puede servir lo mismo para reconstruir el movimiento partiendo de una serie de dibujos fijos que para descomponerlo observando una serie de imágenes fijas. Lo cual es sentar, ya en 1833, los principios mismos del cine, tanto para la reproducción como para el registro.
En Viena, en Paris, en Londres, esos aparatitos salen de los gabinetes de física para convertirse en juguetes, que describe minuciosamente Baudelaire, en 1851, lamentando que su precio demasiado elevado los reserve a los más afortunados. Un inglés, Horner, les dio una forma nueva con el zootropo (1834), que lleva una banda de imágenes sobre cartón que anuncia lejanamente el film.
Esos aparatos podían por si solos dar nacimiento al dibujo animado moderno, sobre todo cuando el general austriaco Uchatuis los proyecto en una pantalla, en 1853, combinándolos con la linterna mágica descrita ya en el siglo XVII por el jesuita Kirscher. Mas, para que naciese el cine propiamente dicho, había que utilizar la fotografía. Plateau lo preconizo hacia 1845, pero no pudo realizar ningún trabajo: sus apasionadas investigaciones lo habían dejado ciego. Y si se hubieran seguido entonces sus consejos, se habría tropezado con imposibilidades técnicas.
En efecto, el cine supone la instantánea. La fotografía ha universalizado hoy esa idea; pero estaba lejos de ser ni siquiera sospechada cuando en 1839 el gobierno francés compro sus patentes a Mandé Deguarre y a los herederos de Nicéphore Niepce, para regalar al mundo uno de los inventos modernos más maravillosos.
La primera fotografía de Niepce, hacia 1823, La table servie, había necesitado catorce horas de exposición. Los primeros daguerrotipos fueron bodegones o paisajes: la exposición necesaria en 1839 aun pasaba mucho de la media hora. Nadie se extrañaba de esas dilaciones: la fotografía era para todos una forma nueva de dibujo, el medio de fijar químicamente las imágenes de las cámaras negras (camera obscura) empleadas por los artistas desde comienzos del renacimiento.
A partir de 1840 el tiempo de exposición se redujo a veinte minutos,
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