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La máscara Desde Los Griegos Hasta O'Neill


Enviado por   •  18 de Octubre de 2014  •  4.427 Palabras (18 Páginas)  •  208 Visitas

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En el diccionario de Patrice Pavis leemos "Escondiendo el rostro, se renuncia voluntariamente a la expresión psicológica, que generalmente proporciona al espectador gran cantidad de informaciones y, a menudo, las más exactas. El actor se ve obligado a compensar esta pérdida de sentido y esta falta de identificación con un esfuerzo corporal considerable. El cuerpo traduce el fuero interno del personaje de una manera mucho más amplificada y exagerando cada gesto. La teatralidad y la puesta en espacio de los cuerpos se reforzarán considerablemente. La oposición entre una cabeza inanimada y un cuerpo en perpetuo movimiento, es una de las

consecuencias estéticas fundamentales de llevar máscara. La máscara, por

otra parte, no tiene que representar necesariamente un rostro. La máscara neutra o la semi máscara bastan para inmovilizar la mímica y concentrar la atención en el cuerpo del actor. La máscara desrealiza al personaje, introduciendo un cuerpo extraño en la relación de identificación del espectador con el actor." Fin de la cita.

Por otra parte, el uso de la máscara postula actualmente una reteatralización, desde el momento en que no oculta su juego, dando por tierra con el ilusionismo y exponiendo las reglas

y las convenciones más teatrales, presentando el espectáculo únicamente en su realidad de ficción lúdica. La interpretación del actor indica la diferencia entre personaje y actor y la puesta en escena apela a los dispositivos tradicionalmente teatrales, como por ejemplo la expresión corporal llevada al extremo.

Estas informaciones con ser valiosas, no contestan, sin embargo, una serie de preguntas:

¿Para qué la máscara? ¿Cuál fue su función? ¿Pudor? ¿Protección de la

personalidad en el desencadenamiento de la pasión y de la embriaguez? ¿Estimulante de las peores osadías? ¿Retorno a los instintos primitivos frenados por las religiones y los códigos, llevados al paroxismo bajo los falsos rostros más cercanos a la bestia que al hombre, la boca extremadamente grande, la nariz enorme y aplastada, los ojos demasiado pequeños, el aspecto de perro, de gato, de cerdo, de sapo?

Un hecho ha sido comprobado: la máscara es uno de los inventos más antiguos de la humanidad. La cultura paleolítica nos presenta al hombre ya usándola. Es pues coetánea del hacha de sílex, de la piedra sin pulimentar.

¿Por qué entonces esa necesidad de transformarse, de ser otro, casi tan antigua como la humanidad?

No hace muchos meses, presencié en el Teatro Stella una obra de la Comedia del Arte, puesta por una compañía italiana.

Los actores se presentaron ante el público con el atuendo de sus respectivos personajes: Pantalón, Arlequín, los Enamorados, pero llevaban en cambio las máscaras en la mano. Nos las mostraron, explicaron a cuáles personajes correspondían y con dos movimientos muy precisos se las calzaron en el rostro, colocándolas en el primero contra la nuca y bajándola en el segundo sobre la cara. Más allá de la excelencia del espectáculo, me llamó poderosamente la atención el cuidado, la delicadeza, los movimientos de ritual con que los actores sostenían y manejaban sus máscaras. No se trataba desde luego del cuidado que se debe tener con un objeto frágil, ya que estábamos ante máscaras muy fuertes, fabricadas con cuero. En ese momento no entendí con claridad esa gesticulación, pero indagando sobre el tema, llegué a esta conclusión: El que se pone una máscara, se siente interiormente transformado y asume las cualidades del ser que la representa. Esto conduce al hecho de que las máscaras no solo puedan ser concebidas como un disfraz de la cara, sino que se absoluticen, es decir, se conciban como un ente religioso y artístico independiente. Las máscaras que los cómicos del arte sostenían en sus manos eran pues, " el otro" la otra realidad que instantes después se calzarían sobre el rostro y los transformaría.

El cazador primitivo tiene necesidad de enmascararse, de cubrirse con la piel del animal que desea cazar, porque sus armas son muy elementales y si quiere tener éxito en la caza a campo descubierto debe disimular su apariencia y debe, sobre todo, disimular su olor. Pero imaginemos a ese mismo cazador, cuando de regreso al campamento después de haber tenido éxito, cuenta a sus compañeros su hazaña. Entonces se desdobla y es a la vez el cazador y la presa, se imita a sí mismo y al animal, herido,

agonizante, muerto. Puede haber habido pues, una primera razón del enmascaramiento unida a la imprescindible necesidad de supervivencia. Pero observen que cuando de regreso, cuenta, danza y mima, aparece no solo la necesidad sino también el placer, el juego.

Cuando esa danza y ese discurso se separen de la necesidad de obtener una buena presa o de hacer llover, habrá nacido el teatro.

Por otra parte, desde Adán y Eva, el hombre quiso ser como los dioses. Cuando hizo la experiencia más radical que sobre la realidad de su vida le cabe hacer, descubrir que es una realidad limitada por todos lados, en todas direcciones, quiso ser otro. Descubrió que puede algunas cosas que quiere, pero esto no hace más que subrayarle todas las cosas que quiere y que no puede. Tal experiencia produce la imaginación de otra realidad, en la cual puede, sin limitación, todo lo que quiere. Se postula en él, el afán de querer ser precisamente eso que no es; participar de esa otra realidad superior, conseguir traerla a la suya limitada, procurar que lo omnipotente colabore con su nativa impotencia. Y para ello, se enmascara. Adopta la máscara del dios, y es el dios, en esa operación que considera como idéntico, lo que tiene que ver entre sí. Se trata ni más ni menos que del pensamiento mágico de con-fundir las cosas, suponiendo que las cosas que tienen que ver en cualquier sentido, unas con otras, son lo mismo.

Pero no nos apresuremos. Vayamos a Grecia y pensemos en el actor trágico en plena acción. El cuerpo de ese actor -su verdadero cuerpo-, desaparece bajo un segundo cuerpo, un espeso acolchado (relleno en los hombros, torso, vientre y nalgas), antes de vestir el traje del personaje excepcional que le ha sido

encomendado. Oculta su verdadero rostro, su cara de todos los días, bajo la máscara: un yelmo de paños enyesados, modelado a imitación del rostro humano, pero simplificado, sublimado, de mayor tamaño que el natural, con una amplia frente, (el onkos) bajo la peluca de crin y el peinado sabiamente aderezado y complicado. Ante estas estatuas policromadas en movimiento, grandiosas, extrarreales, el trágico moderno, aun el mejor, el más aplaudido, el más estimado y genial, aparece pobre, pequeño,

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