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EMPRENDEDORISMO

FLINARESS28 de Noviembre de 2012

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INTRODUCCIÓN

Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos libres, te aconsejo que le apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos con toda su fuerza. «¡Para, ya está bien, no me pegues más!», le decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó argumentando: «¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático.» Hasta que el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegar, el filósofo no suspendió su paliza.

A diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética.

A. DEFINILIDAD DEL BIEN

¿Qué es lo bueno? ¿qué es el bien? Todo hombre guarda en lo más hondo de su corazón el deseo invencible de ser bueno, de hacer lo bueno. Sabemos que «lo bueno es el bien» y que «lo malo es el mal». Fórmulas que parecen tautologías pero por ello mismo ponen sobre el tapete la complejidad del asunto. En la práctica no pocas veces se nos plantea: ¿esto que parece bueno lo es de verdad? La respuesta no es siempre inmediata y cierta; a veces requiere una reflexión larga y ardua. A menudo están en juego valores de vital importancia. Comprendemos que el estudio haya de ser –en lo posible- riguroso, científico, de manera que la conclusión se apoye en argumentos sólidos e irrefutables. Así se origina y desarrolla la Ética.

Cuando se dice que algo «es ético» o que «no es ético», se está afirmando que es o no es bueno. Ahora bien, si casi todos coincidimos en que nuestra conducta ha de ser «ética», no siempre estamos de acuerdo en «lo que» es ético. Lo que parece «ético» a unos, puede resultar una monstruosidad a otros. Así algunos llaman «ético» a cierto tipo de abortos provocados; lo cual, a otros parece uno de los peores crímenes, negación del más elemental derecho de la persona, el derecho a la vida.

Este caso nos permite entender la enorme importancia de aclararnos sobre qué es y qué no es «ético»; sobre qué es en realidad «lo bueno». Se trata no pocas veces de una cuestión de vida o muerte, o de felicidad o infelicidad propia o ajena; y es preciso encararla con toda seriedad y rigor.

¿Es posible llegar a un conocimiento cierto sobre «lo que es bueno», al menos en lo fundamental, o estamos condenados a una eterna duda o a opiniones sucesivas sin fundamento racional, objetivable? ¿Existe un criterio objetivo de bondad que nos permita, sin temor a equivocarnos, discernir el bien del mal? Con otras palabras, ¿el bien es una realidad «objetiva» o «subjetiva»? ¿Depende de condiciones objetivables o meramente subjetivas (percepciones, sentimientos, deseos, voliciones...)? ¿Nos encontramos en la situación de inventores inevitables del bien y del mal, como quería Nietzsche, llevando al paroxismo el ansia creadora, una vez «matado» a Dios? Jean Paul Sartre intenta seguirle por ese camino, pero no puede dejar de poner de manifiesto que resulta una tarea angustiosa, más una condena que una liberación. Si el bien y el mal no fueran objetivables, y hubiéramos de estar siempre creándolos, «más allá», ¿no seríamos semejantes a Sísifo –el del mito clásico y de Albert Camus-, inventando y destruyendo, para seguir inventando una y otra vez, inútilmente, estúpidamente, «para nada»?

Muchas veces se confunden, sobre todo en el lenguaje coloquial, «subjetivo» y «relativo», quizá porque «subjetivismo» y «relativismo», en sentido gnoseológico, se implican. Por ello pienso que es relevante situar la cuestión del bien en el orden ontológico; en el cual «subjetivo» y «relativo» significan cosas muy diferentes. Concretamente, a mi juicio, ha de decirse que, a diferencia de la verdad, siempre universal y objetiva, el bien es siempre relativo y sin embargo a la vez objetivo.

¿Quéeselbien?

Es claro que el bien -lo bueno- es tal por contener alguna perfección que hace a la cosa deseable, apetecible. Aristóteles decía que «el bien es lo que todos desean», aunque no quiere esto decir, que todos deseemos explícitamente lo mismo. Pero, ¿por qué todos deseamos el bien, o lo que entendemos por bien? Porque vemos en ello –lo que sea- algo que nos bene-ficia, que «nos hace bien», nos «per-fecciona», nos mejora, «satis-face» nuestras necesidades profundas, nos hace felices. En suma, el bien no es cualquier perfección, sino una perfección que me perfecciona, una perfección perfectiva para mí, aunque puede no serlo para otros.

La RelatividaddelBien

Es de subrayar que no todo lo que perfecciona a un sujeto, perfecciona a otros. El abono animal nutre las flores, pero no al hombre. La alfalfa es buena, sabrosa y sana, perfectiva, para las vacas, no para el hombre (a no ser mediando las vacas). Es claro que el bien es relativo: dice relación a un sujeto o a un conjunto más o menos numeroso de sujetos determinados.

Esa «relatividad» del bien induce a muchos a pensar que el bien no es «objetivo» como tal, es decir, que no está ahí, independientemente de que yo lo piense, desee o apetezca, sino que cada uno puede tomar por bueno «lo que le parezca», lo que opine, desee o sienta. Cada uno sería libre de considerar bueno una cosa o su contraria y decidir por su cuenta sobre el bien y el mal. Cada uno sería el «creador de valores», porque el valor o bondad de las cosas no estaría en ellas, sino en mi subjetividad, en mi pensamiento, en mi deseo o en mi opinión.

La ObjetividaddelBien

Pues bien, aunque el bien sea «relativo» respecto a un sujeto o a un número determinado de sujetos y no a otros, es al menos casi tan objetivo como la verdad. La bondad del aire que respiramos, el agua que bebemos, el calor y la luz del sol que nos vivifica, etcétera, etcétera, no son valores que inventamos o creamos: no tienen una bondad «opinable»: está ahí, con independencia de nuestra estimación o juicio.

De modo similar descubrimos el valor de la justicia, de la libertad, de la paz, de la fraternidad, de la solidaridad: valores objetivos que no tendría sentido negar. Si yo los negase porque en algún momento no me apetecieran, seguirían siendo valiosos para mí y para todos. Mi inapetencia sería un síntoma seguro de alguna enfermedad del cuerpo o del espíritu.

Es también importante advertir -frente a lo pensado y difundido por ciertos filósofos- que si yo apetezco la manzana, no es porque yo le confiera el buen sabor. La manzana no es sabrosa simplemente porque yo la saboree con gusto. Aunque a otro no le guste -quizá porque esté enfermo-, la bondad de la manzana no es un simple producto de mi subjetividad: la manzana misma tiene por sí la aptitud para causar un buen sabor y una buena nutrición. Si así no fuera, el mismo sabor y la misma virtud nutritiva podría encontrar yo en el acíbar o en la basura.

Es indudable que hay bienes o valores objetivos. Cabe preguntarse si todos los bienes lo son. Y, en efecto, la respuesta es afirmativa, porque, en la práctica, las cosas y las acciones humanas, quiérase o no, siempre perfeccionan o deterioran, incluso las que, teóricamente, pueden considerarse indiferentes (como, por ejemplo, pasear).

La relatividad del bien por tanto no significa que el bien sea bueno porque mi voluntad lo desea, sino que mi voluntad lo desea porque es bueno. La bondad, primeramente está en la cosa y después puede estar en mi juicio, capricho, opinión o estimación. Lo que es bueno para mí puede ser malo para otro –ahí está la relatividad-; por ejemplo, un fármaco o un trabajo determinado. Pero la relatividad no depende de mi parecer. ¿De qué depende entonces?

El bien, para mí, depende, justamente, de lo que yo soy, es decir, depende de mi ser, lo cual, ahora mismo, no depende de mi voluntad ni es una cuestión opinable. Aunque yo ahora tenga cualidades y defectos que sean consecuencia de mi libre voluntad, lo que he llegado a ser, lo que ahora soy, lo soy ya con independencia de mi voluntad, y con la misma independencia habrá cosas buenas o malas para mí.

En suma, el bien depende del ser (real, objetivable, que está ahí con independencia de la estimación del sujeto) y, más concretamente, del modo de ser. Y hay algo que el hombre

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