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LOS SIGNOS DE PUNTUACION

anaely274 de Diciembre de 2013

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Los signos de puntuación

La huida del pintor Li

He aquí la curiosa historia de Li Chen-Jao, el pintor chino que, en tiempos ya lejanos, huyó del palacio imperial sin que nunca más se haya vuelto a saber de él.

Li nació en un lugar de una región húmeda y verde. Su niñez había sido alegre entre prados y blancos árboles floridos. Hasta cuando dormía sonreía soñando la luz de cristal del campo.

Desde muy pequeño dibujaba peces y pájaros en las piedras lavadas del río, y rebaños y pastores en las maderas de los establos. El yeso y el carbón eran lápices mágicos en sus manitas de niño.

Li creció. En las aldeas y en los pueblos próximos todos hablaban de Li. Mucha gente venía por los caminos para ver las pinturas del joven artista. La fama de su mérito fue creciendo, creciendo hasta llegar al palacio del emperador.

El emperador llamó a Li y le dijo: –Te quedarás aquí y trabajarás para adornar los corredores y salones del palacio. Ya he mandado prepararte tu taller bien provisto de colores y lacas y ricas maderas. Tu vida cambiará desde hoy. Ya no volverás allá donde naciste.

Li estaba triste. Ya no podría ver su casa en la dulce aldea blanca de árboles floridos a la orilla del río transparente y manso.

Trabajaba sin descanso para agradar al emperador. Sus pinturas llenaban los biombos lacados, las puertas de madera y de hierro y los muros de los templos y salones imperiales.

Un día Li pintó un cuadro maravilloso: el transparente cielo de su infancia, el campo de prados, el puentecito de estacas en el río bordeado de bambúes, la blanca aldea a lo lejos entre vuelos de patos salvajes, un rojo sol de aurora y un verde limpio de yerba húmeda.

Li había hecho su mejor obra; la que llevaba siempre en su pensamiento y en sus sueños. A él no le parecía una pintura de su aldea, sino su aldea misma pasmada en el cuadro como milagro.

CONTINUA ASI: Por eso se habría pasado horas largas frente a él, aspirando su aire limpio y fragante; pero el pintor esclavo no podía entrar en las grandes salas destinadas a fiestas y recepciones de príncipes y nobles. Él había de vivir trabajando en su taller, olvidado de todos.

Li espiaba siempre para poder ver su cuadro a través de las puertas entreabiertas. Y un día, ausentes un momento guardianes y criados, entró muy despacio, descolgó el campo verde y se lo llevó por corredores oscuros para esconderlo en su taller donde podría contemplarlo ilusionado.

La voz de alarma resonó imponente en el palacio y se extendió por toda la ciudad. La pintura maravillosa había desaparecido. El emperador estaba furioso y amenazador. Mil soldados buscaron al ladrón. Llegaron a todas las casas y a todos los rincones. Por fin hallaron el cuadro en el taller de Li, escondido entre tablas y lienzos.

El emperador mandó encarcelar a Li y le ordenó que siguiera pintando cuadros en la prisión para adornar su palacio.

Li no podía pintar. Le faltaba luz a sus ojos y le faltaba alegría a su corazón.

Entonces lo llamó el emperador y le dijo: –Vendrás otra vez a vivir y a trabajar en palacio. Para que te contentes te dejaré a solas con tu cuadro unos momentos cada día; pero si intentas algo que pueda enojarme serás castigado sin compasión. Li continuó su trabajo. Cada día se ensanchaba el alma de esperanza frente al campo libre de su verde país. Después, seguía sufriendo la pesada tristeza del palacio imperial.

Un día ya no pudo resistir más. Se encontraba solo en la amplia sala, ante el paisaje suyo, mirándolo con grandes ojos muy abiertos. Su aldea, su aldea verde y luminosa; ancho el campo para correr sin llegar al fin, para tragar el aire filtrado por los sauces, para abrazarse a los árboles, para cantar con el viento y oír su murmullo en los cañaverales de bambú... para huir de este otro mundo negro

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