Análisis de la Ley de Violencia Escolar (2011) y la Política Nacional de Convivencia Escolar (2018)

La convivencia escolar es un término en boga hoy en día y sumamente necesario para enfrentar los desafíos que presenta una sociedad actual altamente globalizada y heterogénea. Si bien se habla de buena o mala convivencia escolar en la actualidad, conviene recordar que más que poseer una carga valórica asociada, la convivencia escolar no es el fruto de las relaciones entre los actores de la comunidad escolar (alumnos, docentes, auxiliares de la educación, la institución escolar, etc), sino dichas relaciones por sí mismas. Estas relaciones no se dan ajenas a un contexto, denominado comúnmente clima escolar, el cual agrupa tanto aspectos interpersonales como intrapersonales que se dan dentro del sistema educativo, como por ejemplo la cultura escolar, facilitadores y obstaculizadores del aprendizaje, entre otros. De esta manera, no podemos hablar de convivencia escolar si su contexto, y cualquier práctica que pretende cambiar a esta primera deberá en primera instancia abordar la segunda. Un ejemplo que sucede cuando ambos conceptos no son desglosados y abordados por igual es la política de violencia del 2011, la cual veía a la convivencia escolar como un inhibidor de la violencia (es decir, propio de un contexto más que de una forma de relación) y por lo tanto la enmarca dentro de reglamentos, jerarquías y protocolos, medidas que no garantizan una convivencia armónica , sino que obstaculizan al confundir entre lo punitivo y lo formativo, siendo la convivencia escolar un reflejo de esta última.

Al tomar los aspectos formativos en el clima escolar (objetivos de aprendizaje transversales, desarrollo socioemocional, formación ciudadana), nos podemos dar cuenta que estos rinden tributo a la convivencia escolar y que, al mismo tiempo, el contexto escolar puede generar instancias que permitan reformular el tipo de relaciones que se dan dentro de sí. Lo anterior se hace posible cuando se involucra la convivencia y clima escolar en las prácticas de gestión institucional, ya que como vimos en ambas la institución está implicada, tanto como actor de relación como motor de su cultura. Si sumamos lo anterior a la discusión de la política de violencia escolar del 2011, podremos volver a recaer en el hecho en que si bien se intenta gestionar la convivencia escolar, esta se hace hacia el victimario y no hacia la comunidad escolar.

Fortalecer las relaciones dentro de la comunidad escolar es fortalecer la convivencia escolar, y gestionar prácticas que velen por el respeto frente al control, por la inclusión frente a las segregación es democratizar y empoderar el sistema educativo al mismo tiempo que es crear un clima escolar favorable para los distintos tipos de aprendizajes (Delors et al., 1997), poniendo no solo énfasis a lo percibido a nivel nacional, institucional o docente, sino que a todos sus niveles y entre todos sus niveles. En último término, si el clima escolar es inclusivo, democrático y participativo

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