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Bada De Ensayos

mariaasdfg28 de Abril de 2014

3.910 Palabras (16 Páginas)191 Visitas

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tan raro lo miraba siempre mi padre. No

pude dormir y durante lo poco que dormí lloré y soñé

con mi tío Juan que venía a calmarme y, de verdad, me

decía «no tengo nada, no hagas caso de los que saben

decirte lo que pasa, no te preocupes». Yo estaba en el

zoológico y veía a Damián en una jaula de monos y le

decía «mi tío Juan está enfermo» y él me decía, como

siempre, «agradece que tienes un tío».

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Encima los exámenes de fin de año. Los míos, los

absurdos, los de la vida. Los de mi tío, los importantes,

los de la muerte. Cuánto se estaba muriendo mi tío.

Medirle la muerte en la sangre, en la orina, en la

respiración, en el fondo del ojo. Me llevaron a verlo al

hospital y estaba animoso, pálido pero animoso.

Pregunté si podía abrazarlo y me dijeron que sí.

—¿Qué te pasa?

—Tengo unas pruebas alteradas. Nada más.

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—Tío, todos lloran. ¿Tú también me ocultas cosas?

Suspiró.

—A ver —comenzó, como quien comienza un

cuento, como tantos cuentos de la vida con él, como Las

mil y una noches que después descubriría que me lo

había ido censurando de ciertos aspectos eróticos, como

todas las historias del Rey Arturo—, a ver, vamos a ver,

tu tío Juan envejece, lleva una vida bastante sana pero

excesivamente sedentaria, tiene que cuidarse, algo bebo

y algo fumo pero mi edad ya es un riesgo, tengo cierta

parte de mi cuerpo aumentada de tamaño y

deberán

operarme pues tiene mala cara...

Me imaginé sus visceras con cara, así, como personajes. De pronto una dejaba de sonreír. J

—¿Cara de qué?

Suspiró de nuevo..

—De haber crecido no por comer ni por edad, sino

por la aparición de las más poderosas células del mundo,

las cancerosas-, las que se aparecen en cualquier parte y

te van ganando terreno y comiendo más que todas y te

quitan la energía del resto. Mi cuerpo, querido Corazón

valiente, está en guerra...

—¿El cáncer es la guerra?

—Algo, así, pero dentro tuyo.

Yo sabía lo que era una célula. Todo estaba hecho

de células. Hasta los- labios de Daniela estaban hechos

de células. En el jugo lechoso de mis orgasmos había

pequeñas medio cálidas móviles que buscaban juntarse

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con medio células de una chica para hacer un organismo

lleno de células e iniciar la batalla de la vida. No me

gustaba para nada la idea de que mi tío la estuviera

perdiendo.

—Se supone que estas células enemigas siempre

andan por ahí y si fumas mucho o estás mayor o no te

cuidas o sencillamente porque sí, te atacarán. A mí, yo

creo que por la edad, francamente decidieron atacarme.

Estoy viejo.

—¿Por qué son tan poderosas?

—Porque no les interesa nada. Nada más que

ocupar territorio. No construyen. Son lo más traidoras.

No crean, carcomen, son el silencio, son la muerte. Son

una prueba de que la muerte

también actúa desde la vida.

Y de que somos biodegradables.

Me hizo reír. Me dio tristeza. Lo abracé.

—Es un chiste malo —le dije.

—Sí, la vida entera puede ser un chiste malo.

Mi padre entró y me tomó del hombro. Ya lo dije,

nunca se han querido mucho con mi tío Juan. Mi padre

no lo ha querido mucho. Le dio la mano.

—Cuídate —le comentó.

Mi tío sonrió. Estaba tan extraño, pálido en el

hospital color piscina, con esas baritas delgadas que los

exponen tanto. Le veía su sobrepeso, sus pelos, el pecho.

Movía la cabeza como si estuviese vestido, tan elegante,

pero estaba desnudo como están desnudos los muertos.

Mi abuelo, por ejemplo,-que lo vi respirar ya sin darse

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cuenta de nada, como una morsa, muñéndose frente a un

mar en el que no había caso que pudiese ver. Mi padre

estaba cordial. No venía con la enfermera. Alguien, mi

hermana, me había dicho que trabajaba ahí, en ese sitio.

Nos dejaron afuera y salió la familia caminando, casi sin

hablarse. Mi padre, casi al llegar afuera, dijo que lo

operaban el lunes. Me preguntó si yo prefería faltar al

colegio ese día. Mi madre le iba a decir lo contrario.

Estaban mis tíos y unos primos. Soy el más pequeño y

todos me pasaban la mano por el pelo. Yo miraba a papá.

Ha cambiado mi padre.

—Vamos a estar todos aquí —dijo mi padre.

Mi hermana Claudia me llevó a la última hora del

liceo, tenía un

examen y era mejor darlo. Me dio un

beso, partí y, supongo que bajo el influjo del tío Juan,

conté toda la historia de Europa, me lucí con el Renacimiento. Cuando me levanté me percaté de que Damián

no estaba dando el examen. Busqué a Daniela que, como

siempre se sabe todo, también terminó rápido la prueba.

—¿Qué le pasó a Damián?

Se lo pregunté yo, sin resquemores, de veras.

—Su mamá está muy enferma.

—¿Dónde? ¿Qué le pasó? ¿Cuándo?

Me acordé del sueño.

Me nombró otro hospital. Me dijo que iba con su

madre a verlo. Se dio vuelta hacia mí cuando corría hacia el automóvil de mis antiguos suegros. >

—¿Quieres venir?

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Claro que quería ir. Yo no quería que se muriera

nadíe; ¿Por dónde había entrado la muerte al mundo?

¿Tanto? ¿Así? ¿Cuándo?

■: —Sí —le dije. Ya avisaría a mamá'.

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Hera un hospital triste. Muy triste. Ni siquiera el

tono azul piscina tonto del hospital del tío Juan. No había nadie. No lo dejaban ver a su madre. Estaba

encerrada en un cuarto tapado de cortinas donde estaba

prohibido pasar y de vez en cuando una enfermera le

decía que su mamá estaba bien, todavía inconsciente

pero bien. Pero todo era triste. En ese cuarto había otros

enfermos, todos graves, llenos de tubos. Gemían,

bufaban, sonaban unos pititos. Pensé en mi abuelo. Así

era de triste.

En el viaje Daniela, hermosa y perdida Daniela, me

había contado el

colapso de la madre de Damián, con un

corazón enorme y sobrecargado, con la presión alta y la

amenaza, cualquier día, del estallido de su sangre. Damián la había encontrado en el piso de la casa anoche, al

volver de casa de Daniela, sin sentido y vomitando rojos

coágulos en el piso. La había llamado y su madre, la de

Daniela, la había traído al hospital en ambulancia. Algo

había hablado ella durante el traslado, el nombre del

padre de Damián, el nombre del mismo Damián,

muchas, muchas veces, y tenían esperanzas. «Es muy

mayor», había dicho.

Damián abrazó a Daniela. Mucho rato. Luego me

miró y me abrió los brazos. Ese león poderoso y bravo

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que era Damián lloró en mi hombro.

—Me estoy quedando solo —me dijo—, que

bueno que viniste, que bueno que viniste.

La madre de Daniela fue a buscar al médico para

averiguar en qué estaba la madre de Damián. No había

nadie más, ningún otro pariente.

—Vienen unos tíos del sur y están avisando a

Mendoza. ¿Te conté que mi padre era argentino? ¿Te lo

conté alguna vez?

Me palmoteo la mejilla. Sí, algo había mencionado

alguna vez, pero qué poco hablaba Damián de sí mismo,

casi no sabíamos nada de él.

—Daniela, abajo hay un quiosco. ¿Me traes

algo?

Ella hizo un gesto de sorpresa.

—Quiero estar solo con Ismael —le dijo.

Nunca había visto tan obediente a Daniela.

Estábamos solos.

—Mi mamá se está

muriendo, Ismael, allá adentro

se está muriendo. No tengo a nadie más. A Daniela, a ti.

Pero mis tíos me van a llevar de esta ciudad. Quizás

vuelva a la Argentina. ¿Nunca te conté qué le pasó a mi

padre? Mi madre me hizo jurar el secreto. Pero necesito

contarlo. Ella no va a despertar.

—Sí va a despertar —hice el idiota, como todos los

adultos. No, no nos quitan un lóbulo, nos dejan

impotentes frente al dolor del mundo, de los que más

quieres.

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—No, no te preocupes. Ella misma me preparó. Me

dijo cómo iba a pasar y lo que iba a pasar. No me dejaba

tener grandes amigos ni enamorarme. Decía que me iban

a llevar lejos y no quería que yo sufriera. Se dio cuenta

lo que yo te quería. Lo que quería a Daniela. Ella me

dijo: «Vas a sufrir». Por eso quiero que lo sepas.

Damián lloraba, rojo. No dije nada.

—Tuve un hermano. Tuvieron un hijo ellos, mi

padre y mi madre. Ofendo estaban los militares en la

Argentina desapareció. Se lo llevaron. Joven, chico.

Buscaban a mi padre, se lo llevaron a él. Se llamaba

igual que yo. Mi nombre, mis ojos, mi apellido. No hay

ninguna foto en casa. Ninguna. Las quemaron todas,

todas. Mi padre estaba triste, hundido, fatal...

—¿Qué le

...

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