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Carta A Alipio


Enviado por   •  12 de Enero de 2013  •  594 Palabras (3 Páginas)  •  327 Visitas

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«Un poeta antiguo dijo que la Verdad es hija del Tiempo».

(A. Gelio, Noches Áticas, 12, 11, 7)

Amigo Alipio:

Era agosto del 58 a. C. cuando Marco Tulio Cicerón escribió a su hermano Quinto: «Mi único pecado es haber confiado en aquéllos de quienes yo pensaba que era imposible que me engañaran». Es difícil sobrellevar una traición sin pesar, pero no debemos por ello dejar que decaiga nuestro ánimo; al contrario, hay que mantenerse firme y pensar que tampoco los mejores timoneles pueden con la fuerza de la tempestad. Que siempre cesa. No te apenes, que poco precio tiene quien no es nada.

Mira, dice también el de Arpino: «VULTUS, qui nullo in animante esse praeter hominem potest, INDICAT MORES», o sea, que «EL ROSTRO, que no puede hallarse en ningún otro ser animado más que en el hombre, INDICA LA FORMA DE SER». Pues, aunque veas que el «vultus» de algunas personas señala la bilis negra que llevan dentro, si quieres a esas gentes, no ves, no te imaginas lo que pueden encerrar. Porque las quieres. Hasta que un día, o una noche, por no sabrás nunca por qué, vomitan lo que escondían y te quedas estupefacto, sin aliento, roto.

No te hagas preguntas; habrás de pasar un calvario, mas recuerda que todo cambio repentino de situación conlleva inevitablemente una especie de disturbio en el espíritu, pero que nada constituye una desgracia si no se la considera como tal. También Virgilio, por la voz de Melibeo, se lamenta de no haber sabido ver lo que se le venía encima, y recuerda que «muchas veces me predecían este mal las encinas alcanzadas por el rayo».

Cuando alguien nos quiere atravesar el corazón, nos lo atraviesa; no hay escudo que pare sus envenenados dardos. ¿O no te acuerdas de cuando Eneas arrojó contra Turno «la lanza, portadora de la negra muerte que atraviesa el orillo de la cota, penetra por el borde del ruedo de siete láminas (clipei extremos septemplicis orbes) y, rechinado, le traspasa el muslo?» No hay coraza que evite la deslealtad. La deslealtad te deja en cueros. Pese a todo, uno debe ir por la vida «desarmado, sin casco, sin escudo, y hasta sin lanza».

Hace tiempo, un alguien me aconsejó que fuese hipócrita, que iba yo siempre poniendo el cuello para que me lo pisaran. ¡Que Dios le conserve la vista y el seso! (Escribe san Isidoro de Sevilla que «hipócrita en griego, se dice en latín “simulator”», o sea, «el que, siendo malo por dentro, se muestra como bueno a los ojos de los demás».)

Sea lo que fuere lo que nos ocurra, es absurdo ser esclavo de la tristeza. Ya te lo he dicho: nada es terrible por sí mismo; lo es por nuestra forma de pensar y nuestra debilidad. Hemos de procurar mantener siempre una mente firme y, sobre todo, invulnerable e inaccesible al abatimiento. A lo largo y ancho del camino de la vida, muchas veces hay que recibir golpes y heridas innumerables. Además, no es posible que los burros se conviertan en caballos. Hay que tirar para adelante, que la vida pasa y el tiempo se gasta. Más que lamentaciones, hay que poner remedios. «No trates de saber lo que pasará mañana. No porque ahora vayan mal las cosas ha de ser lo mismo en el futuro».

La lealtad, Alipio, es quebradiza. Todos somos dignos de mejores fuegos. Pero, a veces, el fuego, que debiera calentar, quema y convierte en cenizas lo más sagrado. Hay que templar las amarguras con una plácida sonrisa, que no hay felicidad que lo sea por entero.

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