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El amor en los tiempos del cólera


Enviado por   •  3 de Octubre de 2012  •  Informes  •  840 Palabras (4 Páginas)  •  342 Visitas

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El amor en los tiempos del cólera

Gabriel García Márquez

Primer capítulo (resumen):

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaban siempre el destino de los amores contrariados. El doctor juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras. El refugiado Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.

Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña, cerca de la cubeta que había servido para vaporizar el veneno. El doctor Urbino levanto la manta y lo contemplo un instante con el corazón adolorido.

-Pendejo – le dijo-. Ya lo peor había pasado.

Seguía llevando con la compostura de sus años el vestido entero de lino con el chaleco atravesado. La barba de Pasteur, color de nácar, y el cabello del mismo color, con la raya neta en el centro. La erosión de su memoria cada vez más inquietante la compensaba con notas escritas de prisa en papelitos sueltos, que terminaban por confundirse en sus bolsillos. Estaba el tablero de ajedrez con una partida inconclusa. Sabía que era la partida de la noche anterior. El comisario descubrió entre los papeles del escritorio un sobre dirigido al doctor Juvenal. La leyó.

El entierro seria a las cinco. Estaría desde las doce en la casa de campo del doctor Lácides Olivella, que aquel día celebraba con un almuerzo de gala las bodas de plata profesionales.

El doctor juvenal Urbino tenía una rutina fácil de seguir. Era un lector de novedades literarias que le mandaban por correo de parís y de Barcelona. A los ochenta y un años conservaba los modales faciales de cuando volvió de parís, poco después de la epidemia grande del cólera morbo.

A pesar de la edad se resistía a recibir a los pacientes en el consultorio, y seguía atendiéndolos en sus casas, como lo hizo siempre. Era capaz de saber lo que tenía un enfermo sólo por su aspecto. Decía: <<El bisturí es la prueba mayor del fracaso de la medicina>>. <<En todo caso –solía decir en clase-, la poca medicina que se sabe sólo lo saben algunos médicos. >> había una posición que él mismo definía como un humanismo fatalista: << Cada quien es dueño de su propia muerte, y lo único que podemos hacer, llegada la hora, es ayudarlo a morir sin miedo ni dolor>>.

Tenía una tan metódica, que su esposa sabia donde mandarle un recado si surgía algo urgente durante el recorrido de la tarde. De joven se demoraba en el Café de la parroquia antes de volver a casa, donde jugaba ajedrez. Fue esa época en que vino Jeremiah de Saint-Amour, ya con sus

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