Las impresiones infantiles

El modo en que nuestra tierna infancia se va deslizando a lo largo de la vida es más bien de un cariz difuso, es decir, existe en la mayoría de los seres humanos (¡no en todos!) una peculiar amnesia que produce una laguna en la memoria; que no permite vislumbrar con total nitidez aquellos momentos vivenciados en los primeros años de vida.

Con esta mirada sobre la infancia, es que planteamos la siguiente pregunta: ¿de qué forma habremos reaccionado a los estímulos del mundo externo?  todo ser humano que nació, respiro y contemplo el mundo, desde su cuerpo y singularidad, se vio (inconscientemente) en un mundo lleno de estímulos, lo cual lo dejo en un estado de voluptuosidad, o como diría Freud “(…) reaccionábamos con vivacidad frente a las impresiones, sabíamos exteriorizar dolor y alegría de una manera humana, mostrábamos amor, celos y otras pasiones”

¿Qué significa eso de que sabíamos exteriorizar el dolor? Desde nuestro punto de vista, y lo que leemos entrelineas, significa que, en aquellos primeros momentos de la infancia, la actividad anímica del infante no tiene límites, es un cuerpo abstracto, donde todos los lenguajes del mundo se encuentran descentrados y juntos. Por lo tanto, vive y experimenta el mundo sin reprimir sus reacciones.

Ahora bien, en la media que el niño se va alejando de su comportamiento pueril y se va haciendo adulto, ¿Qué pasa con los recuerdos de aquellas primeras impresiones que tienen un cariz difuso? Pues ocurre que esas primeras impresiones van a marcar de forma significativa a este niño ya envejecido, dejando profundas huellas en su vida anímica, las cuales van a ser determinantes para todo su desarrollo personal. Por lo tanto, son insoslayables las impresiones infantiles.

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