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Qué es un valor?


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2012  •  Ensayos  •  3.219 Palabras (13 Páginas)  •  344 Visitas

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Qué es un valor?

Autor: Jaime Antúnez Aldunate

Edición:300

Sección: Coloquio

Los valores son realidades vividas y no meras opiniones. Un valor no se sostiene en un discurso sino en un modo de ser persona. ¿En nombre de qué podemos afirmar que un acto humano es bueno o malo, una conducta justa o injusta, un comportamiento correcto?

Perturbados por los inmensos cambios que vemos a nuestro alrededor y que afectan de forma muy concreta nuestra vida y la de nuestras familias, nos preguntamos: ¿Sobre qué, a fin de cuentas, se apoyan los valores y los principios éticos?

Resulta claro que los dos pilares, el religioso y el metafísico, que fundamentaban la moral y los valores, se han derrumbado ante nuestros ojos. La religión ya no representa una referencia común para las sociedades occidentales (a diferencia de lo que acontece en ciertas sociedades islámicas). Y a partir de la crisis de la razón ética, en el siglo XVII, hemos visto desmoronarse a la metafísica, derivando poco a poco en tantas convicciones como conciencias individuales existan.

Las generaciones que nos precedieron se apoyaban sobre estos dos fundamentos: el religioso, Dios manifestaba su voluntad a través de su ley; no excluía sino que abrazaba el orden de la razón, como lo expresa con claridad Tertuliano: «El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: Animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo.

Se entiende que es intrínseco a la dignidad del hombre que su inteligencia haya sido creada con la capacidad de aprehender la verdad. La verdad sobre el hombre puede ser conocida universalmente gracias a la ley moral inscrita en el corazón de cada uno, lo cual lejos de ser una limitación es la real garantía de poder obrar moralmente con libertad.

El segundo fundamento era de carácter metafísico: los griegos, por ejemplo, Aristóteles y los estoicos, evocaban la naturaleza humana, con lo que ella suponía de consonancia armónica entre el cosmos y la conciencia personal. Muchos siglos después, el filósofo alemán Emmanuel Kant –para quién la filosofía como moral se nutre en último término de la esperanza de que Dios exista– elige otra perspectiva metafísica: fundó su ética sobre el bien, buscado en cuanto él mismo («Hacer el bien porque es el bien y percibido como un imperativo categórico. ¿Qué nos sucede hoy? En materia de fe y de costumbres habríamos abandonado así la era de la verdad y la certeza para entrar en la era de las convicciones, que en muchos casos se confunden con simples convenciones.

EL GRUPO «NINGÚN SABER» TOMA EL PODER

El cuadro que se hace presente ante nosotros está bien figurado en la introducción del libro Tras la virtud del filósofo y sociólogo británico Alasdair MacIntyre, a través de una imagen metafórica relativa a las ciencias naturales, que denomina «sugerencia inquietante.

Imaginemos que las ciencias naturales sufren los efectos de una gran catástrofe. La población mundial culpa a los científicos de grandes desastres ambientales. Se producen motines, se asaltan los laboratorios y se les incendia, se da muerte a los físicos, los libros y los instrumentos son destruidos. El movimiento llamado «Ningún-Saber » toma victoriosamente el poder, procede la abolición de la ciencia que se enseña en colegios y universidades, apresa y ejecuta a los científicos que restan.

Pasa cierto tiempo y la gente ilustrada que sobrevivió a la catástrofe promueve una reacción contra la mencionada ola destructiva anticientífica. Intentan resucitar la ciencia, aunque se encuentran con el problema de que han olvidado en gran parte lo que fue.

Poseen apenas fragmentos: cierto conocimiento de los experimentos desgajado del contexto teórico que les daba significado; partes de teorías sin relación tampoco con otros fragmentos o teorías, ni con la experimentación; instrumentos cuyo uso ha sido olvidado; semicapítulos de libros, páginas sueltas de artículos, no del todo legibles porque están rotos y chamuscados.

A pesar de todo, se recogen esos fragmentos y se incorporan a una serie de prácticas para las que se resucitan los títulos científicos de física, química, biología… Los adultos involucrados en este esfuerzo disputan unos con otros sobre los correspondientes méritos de la teoría de la relatividad, la teoría de la evolución y otras más, aunque poseen un conocimiento muy restringido y parcial de cada una.

Los niños aprenden de memoria las partes sobrevivientes de la tabla periódica y recitan como ensalmos algunos teoremas de Euclides. Casi nadie comprende que eso no es ciencia natural. Los contextos necesarios para dar sentido a toda esta actividad se han perdido, quizás irremediablemente. Algunos se refieren a «peso atómico », «masa», «gravedad específica» con una ilación de lenguaje que recuerda los tiempos anteriores a la pérdida provocada por la gran catástrofe. Pero en realidad las premisas implícitas en el uso de esas expresiones han desaparecido y su uso revela elementos de arbitrariedad y hasta de elección fortuita francamente sorprendentes. Se cruzan razonamientos contrarios y excluyentes no soportados por ningún argumento.

¿A qué viene construir este mundo imaginario habitado por pseudocientíficos ficticios?, se pregunta MacIntyre. Y responde: «La hipótesis que quiero adelantar es que, en el mundo actual que habitamos, el lenguaje de la moral está en el mismo grave estado de desorden que el lenguaje de las ciencias naturales en aquel mundo imaginario recién descrito».

Lo que poseemos, si este parecer es verdadero, son fragmentos de un esquema conceptual, partes a las que ahora faltan los contextos de los que derivaba su significado. Poseemos, en efecto, simulacros de moral, continuamos usando muchas de las expresiones-clave. Pero hemos perdido –en gran parte, si no enteramente– nuestra comprensión, tanto teórica como práctica de la moral.

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