Violencia Infantiil
pedroammontorres30 de Enero de 2013
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Violenciainfantil
El referirnos a los avances de la cultura y los progresos de la civilización suponen cierto orgullo por estos logros. Sin embargo las estadísticas en nuestro país que muestran el aumento del maltrato contra los niños y las niñas, y que provienen de sus familiares cercanos o de sus padres, de aquellos que deben ser sus cuidadores y protectores, deberían darnos vergüenza.
Niños y niñas son personas vulnerables que no disponen de palabras claras y suficientes para quejarse y denunciar. Solo tienen un grito desgarrador, llanto y la búsqueda de un escondite para evitar ser alcanzados por los golpes y las violaciones.
Pareciera que la niñez está destinada a servir para aliviar la tensión que manejan los adultos, esto mediante golpes o como objeto de placer sexual. Los adultos deben cambiar su manera de proceder y entender que los niños necesitan otro trato para convertirse en personas capaces de vivir socialmente.
Es de suma importancia la denuncia de estos actos pero también lo es conocer la probable historia de violencia vivida por el agresor, la familia enferma y la negligencia e incapacidad de las instituciones responsables de proteger a la niñez.
Casos de niños enfermos y mal cuidados donde la madre también es menor de edad, el niño es fruto de una violación, una familia en estado de pobreza, a la cual el Estado y la comunidad no le han dado una mano para resolver sus necesidades más apremiantes,
donde la respuesta de las instituciones responsables de proteger a los menores de este país ha sido insuficiente.
Las estadísticas demuestran un rápido avance del problema que refleja la acelerada destrucción de la familia que debiendo ser la protectora, por el contrario, es la fuente de más del 80% de todas las agresiones contra menores. También se deja al descubierto la ausencia de programas para prevenir todos los tipos de violencia, en especial, contra niños, niñas y adolescentes. Y la abundancia de instituciones creadas por el Estado para proteger a la niñez de Costa Rica, pero su labor se caracteriza por la descoordinación, la tramitología, la escasez de recurso humano, la burocracia y la pérdida de sensibilidad hacia los más pequeños. Sin dejar de lado la falta de programas para rehabilitar a víctimas y agresores, lo que explica la alta reincidencia de éstos.
Las víctimas de maltrato sexual, físico o psicológico, se enfrentan en la mayoría de los casos a otra forma de violencia: la del silencio que ahoga la expresión del sufrimiento, al encubrir los abusos; la de la indiferencia de quienes deberían darles su ayuda.
El maltrato se manifiesta de muchas maneras y todas ellas vulneran los derechos del menor. La mayoría de los casos sólo salen a la luz cuando alguien detecta las evidencias físicas del maltrato del menor, cuando ya el daño es serio.
La población adulta se debe concientizar respecto
a que la salud de los menores debe ser cuidada de tal manera que no se exponga a un desequilibrio por causas de maltrato que en alguno de los casos puede llevar a la muerte. Los adultos son los primeros responsables de denunciar cualquier caso sospechoso de maltrato infantil del que tengan conocimiento. Deben hacer los mayores esfuerzos para prevenir la violencia contra los niños en sus casas y comunidades.
Actuar de manera contraria a lo anterior los convertiría en cómplices de este grave problema social que hoy afecta, con más frecuencia y complejidad, a los costarricenses.
Con solo un cambio brusco en el comportamiento de un menor, los adultos más cercanos deberían actuar para ver qué está detrás de esa transformación. Confiar y verificar lo que un niño cuente al respecto y ayudarle a tiempo, para evitar mayores daños en él. Lo grave es que un alto porcentaje de los adultos piensa que la violencia infantil se trata
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