Como vive un semidios?
GrizzlyReaper123Ensayo29 de Noviembre de 2017
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República Bolivariana de Venezuela
Ministerio del Poder Popular para la Educación
U. E. Colegio Antonio José de Sucre
Barquisimeto - Estado Lara
¿Cómo vive un semidiós?
Autor
Elioth Arias
Sinópsis
La mayoría de las personas hemos escuchado alguna vez sobre la mitología griega, ese mitología en la cual hay dioses para todo, mujeres con cabellos de serpientes y que convierten a los hombre en piedras, sobre los romances entre dioses, las guerras y, más interesante aún, sobre aquellos hijos que llegan a tener los dioses con mujeres mortales. La mayoría hemos oído hablar de Perseo, aquel hombre que con ayuda de Hermes y Atenea le cortó la cabeza a medusa para ofrecerla a cambio de una princesa; Sobre Heracles o también llamado Hércules y su gran fuerza. Esos dos personajes tienen algo en común: Ambos nacieron para hacer algo memorable, algo fantástico, algo legendario, pero, ¿cómo sería si hubiera existido un semidiós que haya llevado una vida normal? Esa inquietante pregunta es la que se contestará en esta corta, pero interesante historia basada en esta extensa mitología, donde no todo es tan fantástico y legendario como lo puede aparentar.
Capítulo I
“Si me está sucediendo esto es porque yo misma me lo provoqué y, por lo tanto, es mi deber aceptar todo esto sin echar culpas a nadie más. Ni siquiera al mismo Erasmus”
— AHHH! ¡DUELE!—dijo la muy alterada madre a su esposo en pleno proceso de parto
— ¡¿Qué necesitas?! ¡Dímelo!
— ¡Dame las toallas, el vino, el agua y vete!
— ¿Segura?
— ¡Sólo hazlo por amor a los Dioses!
—No dudes en llamarme. — sin más que decir, el preocupado padre salió de la habitación y comenzó a beber vino en la sala de su muy desordenada casa esperando el aviso de su mujer. Su humilde hogar estaba hecho un completo desastre. Había ropajes en el suelo, toallas de tela por todos lados, vasos y botellas de vino vacías por el suelo que habían sido bebidas entre ambos padres para calmar su estrés y no caer en desesperación de la llegada de su hijo o hija. El padre, que sería su primer hijo, estaba muy nervioso mientras escuchaba los gritos de dolor y agonía que producía su esposa en su habitación. Luego de hora media, hubo un silencio, un silencio tan fuerte que el padre podía oír los latidos de su corazón acelerado, después, un llanto. Un llanto de un bebé que acababa de respirar su primera bocanada de aire para dar el aviso de que estaba vivo. El padre, muy apresurado, fue a la habitación para ver a su hijo y, al llegar, vio a la madre cargando a su bebé mientras lo consolaba y arrullaba.
—Es una niña. —dijo la madre con una voz cansada.— ¿No quieres verla?
—Claro que quiero verla. —dijo su esposo con nervios en su voz mientras estaba en la puerta de la habitación
—Entonces acércate.
Lentamente el marido dio pasos cortos evitando alterar a su pequeña hija que ya estaba dormida. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la madre le entregó a la recién nacida para que la pudiera cargar. <
— ¿Qué nombre le pondremos?— preguntó la madre.
— Llamemosla… Ademia.— le respondió el padre con una voz decidida.
— ¿Sin marido?—preguntó confundida la esposa al preguntarle el significado de ese nombre
— Por eso me gusta. No quiero que tenga marido y que sea solo nuestra. Nuestra pequeña hija.
— Por eso es que te amo y te elegí como el padre de nuestra hija. —dijo con una sonrisa en el rostro.
El padre no dijo nada, solo sonrió. Nunca había estado acostumbrado a dar muestras de afecto tanto físicas como verbales así que una sonrisa era suficiente para aquella adolorida madre. El tiempo transcurrió y dos meses después la madre enfermó por la poca higiene de la habitación en el cuarto al momento del parto. Luego de un mes murió a causa de una fiebre desconocida que, junto con la infección que ya tenía, habían terminado con la poca fuerza que le quedaba para luchar. Fue muy duro para el padre tener que cuidar a su pequeña hija que apenas había cumplido tres meses y que, además, había caído en depresión por haber perdido a la única mujer que lo aceptaba tal y como era, había perdido a la madre de su hija, había perdido a la mujer con que pasó el mejor tiempo de su vida. Pero le dolía más que había perdido a la mujer que tanto amaba. A pesar de todo esto hizo lo mejor que pudo para poder completar esa mitad que le faltaba a su pequeña hija. Consiguió a una madre que recién había dado a luz par que amamantara a su hija y no muriera de desnutrición, ésta se convirtió en madre de leche de la pequeña con la cuál compartía la mayor parte del tiempo. Aunque ya tenía un marido, el padre de Ademia debía llevarles dinero para pagar comida y el amamantamiento de su hija. Mientras estaban en tiempos de paz el padre aprendió el oficio del panadero para poder llevar el dinero a la madre de leche y a su hija. Este trabajo no era muy lucrativo, pero ganaba lo suficiente como para poder pagar la comida de la madre de leche y la de Ademia. Cuando la pequeña cumplió los cinco años de edad, estalló una guerra entre espartanos y persas. Se requirió que todos aquellos que tuvieran experiencia en combate se reportaran a las filas espartanas para que defendieran su ciudad mientras todas las tropas espartanas hacían un ataque directo a Persia buscando aniquilar con sus fuerzas desde la raíz. Nunca se supo de este incidente porque, de saberlo, arruinaría la reputación de los espartanos de ser unos guerreros obstinados. El padre de Ademia consideró en muchas ocasiones no ir pero, de sobrevivir, se les darían grandes recompensas a todos aquellos hombres que defendieron la ciudad espartana. Aquel inexperto padre sabía que necesitaban ese dinero para poder vender más y mejores panes lo que vendría dando mejores recompensas a largo plazo, pero a la vez sabía que si los persas intentaban lo mismo que los espartanos estaba la posibilidad de dejar huérfana a la pequeña Ademia.
—Papi, ¿a dónde vas?— dijo la pequeña Ademia que había sorprendido a su padre a media noche saliendo de la casa de la madre de leche en la cual se habían quedado a dormir.
— Voy… a buscar algo de dinero. —dijo el padre rebuscando una respuesta.
— Pero, ¿Por qué llevas tu escudo y tu lanza? ¿y por qué llevas tu ropa de para pelear?— dijo Ademia confundida. El padre soltó su escudo y su lanza al suelo, caminó hacia donde estaba la pequeña Ademia y dijo.
—Voy a la ciudad espartana a buscar algo de dinero. Y sí, voy a pelear contra unos tipos malos. ¿Recuerdas en dónde está tu mamá?
—Sí, está en el paraíso
— Bien. Recuerda esto ahora,—dijo el padre a la vez que su voz se quebraba— si llega un hombre fuerte como yo con una capa roja y trae mi lanza y mi escudo significa que en el camino fui a ver a tu madre.
— ¿Eso significa que…? —dijo la pequeña niña con lagrimas en sus ojos
— Sí, eso significa…— le respondió con lagrimas en sus ojos. Unas lágrimas que no volvió a experimentar desde que murió su esposa. —Ahora vete a dormir, yo debo irme. — concluyó decidido el padre.
Tres meses luego se supo de la victoria de los espartanos ante los persas que, aunque los superaban en número, sus tácticas en combate y sus estrategias antes de las batallas les habían dado una considerable ventaja ante los persas. También se supo de un ataque a la ciudad espartana, como lo habían predicho, y que esta estuvo a muy poco de ser invadida por los persas de no haber sido por todas las tropas que se quedaron para defenderla. Luego de pasado dos semanas de esta última noticia el padre de Ademia aún no llegaba a casa hasta que luego de un mes alguien tocó la puerta en la casa de la madre de leche de Ademia en la cual ella se había quedado hasta que su padre regresara. Al oír el golpeteo, Ademia corrió hasta la puerta, la abrió y se congeló al ver lo que estaba detrás de ese trozo de madera movible: Estaba un hombre alto con la musculatura de su padre, cargaba una capa roja, un casco de metal, en una mano cargaba el escudo magullado y en la otra la lanza rota del padre de Ademia. La pequeña niña ya sabía lo que esto significaba y al ver detenidamente ambas cosas las lágrimas corrían por sus mejillas como si fueran una fuente, pero de pronto una voz le dijo.
—Tranquila, acá estoy.
Al ver atrás del soldado espartano, Ademia vio a su padre. Estaba feliz, pero a la vez sentía preocupación porque su padre tenía un vendaje alrededor de sus costillas. La madre de leche de Ademia salió, se acercó a un soldado espartano a preguntarle sobre eso.
—¿Qué le pasó?—dijo
—Recibió un corte en la costilla.
—¿Qué tan profundo?
—Lo suficiente como para que pudiera verse su costilla.
La mujer se sorprendió.
—¿Se va a recuperar?
—He visto a varios de mis compañeros recibir cortes peores por lo que sí creo que se recuperará. Aunque…
...