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Como vive un semidios?


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2017  •  Ensayos  •  20.198 Palabras (81 Páginas)  •  266 Visitas

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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular para la Educación

U. E. Colegio Antonio José de Sucre

Barquisimeto - Estado Lara

¿Cómo vive un semidiós?

                     

Autor

Elioth Arias

Sinópsis

La mayoría de las personas hemos escuchado alguna vez sobre la mitología griega, ese mitología en la cual hay dioses para todo, mujeres con cabellos de serpientes y que convierten a los hombre en piedras, sobre los romances entre dioses, las guerras y, más interesante aún, sobre aquellos hijos que llegan a tener los dioses con mujeres mortales. La mayoría hemos oído hablar de Perseo, aquel hombre que con ayuda de Hermes y Atenea le cortó la cabeza a medusa para ofrecerla a cambio de una princesa; Sobre Heracles o también llamado Hércules y su gran fuerza. Esos dos personajes tienen algo en común: Ambos nacieron para hacer algo memorable, algo fantástico, algo legendario, pero, ¿cómo sería si hubiera existido un semidiós que haya llevado una vida normal? Esa inquietante pregunta es la que se contestará en esta corta, pero interesante historia basada en esta extensa mitología, donde no todo es tan fantástico y legendario como lo puede aparentar.


Capítulo I

“Si me está sucediendo esto es porque yo misma me lo provoqué y, por lo tanto, es mi deber aceptar todo esto sin echar culpas a nadie más. Ni siquiera al mismo Erasmus”

— AHHH! ¡DUELE!—dijo la muy alterada madre a su esposo en pleno proceso de parto

— ¡¿Qué necesitas?! ¡Dímelo!

— ¡Dame las toallas, el vino, el agua y vete!

— ¿Segura?

— ¡Sólo hazlo por amor a los Dioses!

—No dudes en llamarme. — sin más que decir, el preocupado padre salió de la habitación y comenzó a beber vino en la sala de su muy desordenada casa esperando el aviso de su mujer. Su humilde hogar estaba hecho un completo desastre. Había ropajes en el suelo, toallas de tela por todos lados, vasos y botellas de vino vacías por el suelo que habían sido bebidas entre ambos padres para calmar su estrés y no caer en desesperación de la llegada de su hijo o hija. El padre, que sería su primer hijo, estaba muy nervioso mientras escuchaba los gritos de dolor y agonía que producía su esposa en su habitación. Luego de hora media, hubo un silencio, un silencio tan fuerte que el padre podía oír los latidos de su corazón acelerado, después, un llanto. Un llanto de un bebé que acababa de respirar su primera bocanada de aire para dar el aviso de que estaba vivo. El padre, muy apresurado, fue a la habitación para ver a su hijo y, al llegar, vio a la madre cargando a su bebé mientras lo consolaba y arrullaba.

—Es una niña. —dijo la madre con una voz cansada.— ¿No quieres verla?

—Claro que quiero verla. —dijo su esposo con nervios en su voz mientras estaba en la puerta de la habitación

—Entonces acércate.

Lentamente el marido dio pasos cortos evitando alterar a su pequeña hija que ya estaba dormida. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la madre le entregó a la recién nacida para que la pudiera cargar. <>, pensó el padre cuando ya tenía a la hija en sus brazos. El padre, que estaba entrenado para la batalla y por lo tanto era muy grande y musculoso, por lo que podía cargar a su hija en una sola mano.  Al contemplarla comenzó a pensar infinidades de cosas: pensó en que era lo más lindo que pudo ver, pensó en lo frágil que era, pensó en el ciclo de la vida, pensó en su infancia y en la rapidez del tiempo para llegar hasta ese punto, pero más importante; pensó en que haría lo que fuera para evitar que sufriera.

 — ¿Qué nombre le pondremos?— preguntó la madre.

— Llamemosla… Ademia.— le respondió el padre con una voz decidida.

— ¿Sin marido?—preguntó confundida la esposa al preguntarle el significado de ese nombre

— Por eso me gusta. No quiero que tenga marido y que sea solo nuestra. Nuestra pequeña hija.

— Por eso es que te amo y te elegí como el padre de nuestra hija. —dijo con una sonrisa en el rostro.

    El padre no dijo nada, solo sonrió. Nunca había estado acostumbrado a dar muestras de afecto tanto físicas como verbales así que una sonrisa era suficiente para aquella adolorida madre. El tiempo transcurrió y dos meses después la madre enfermó por la poca higiene de la habitación en el cuarto al momento del parto. Luego de un mes murió a causa de una fiebre desconocida que, junto con la infección que ya tenía, habían terminado con la poca fuerza que le quedaba para luchar. Fue muy duro para el padre tener que cuidar a su pequeña hija que apenas había cumplido tres meses y que, además, había caído en depresión por haber perdido a la única mujer que lo aceptaba tal y como era, había perdido a la madre de su hija, había perdido a la mujer con que pasó el mejor tiempo de su vida. Pero le dolía más que había perdido a la mujer que tanto amaba. A pesar de todo esto hizo lo mejor que pudo para poder completar esa mitad que le faltaba a su pequeña hija. Consiguió a una madre que recién había dado a luz par que amamantara a su hija y no muriera de desnutrición, ésta se convirtió en madre de leche de la pequeña con la cuál compartía la mayor parte del tiempo. Aunque ya tenía un marido, el padre de Ademia debía llevarles dinero para pagar comida y el amamantamiento de su hija. Mientras estaban en tiempos de paz el padre aprendió el oficio del panadero para poder llevar el dinero a la madre de leche y a su hija. Este trabajo no era muy lucrativo, pero ganaba lo suficiente como para poder pagar la comida de la madre de leche y la de Ademia. Cuando la pequeña cumplió los cinco años de edad, estalló una guerra entre espartanos y persas. Se requirió que todos aquellos que tuvieran experiencia en combate se reportaran a las filas espartanas para que defendieran su ciudad mientras todas las tropas espartanas hacían un ataque directo a Persia buscando aniquilar con sus fuerzas desde la raíz. Nunca se supo de este incidente porque, de saberlo, arruinaría la reputación de los espartanos de ser unos guerreros obstinados. El padre de Ademia consideró en muchas ocasiones no ir pero, de sobrevivir, se les darían grandes recompensas a todos aquellos hombres que defendieron la ciudad espartana. Aquel inexperto padre sabía que necesitaban ese dinero para poder vender más y mejores panes lo que vendría dando mejores recompensas a largo plazo, pero a la vez sabía que si los persas intentaban lo mismo que los espartanos estaba la posibilidad de dejar huérfana a la pequeña Ademia.

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