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EL VERVO


Enviado por   •  11 de Julio de 2014  •  Informes  •  8.534 Palabras (35 Páginas)  •  326 Visitas

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Eran las cuatro en punto del miércoles por la mañana y me encontré con que estaba

completamente despierto en la cama, mirando fijamente al techo. Aunque ya había pasado

casi la mitad de la semana me daba la impresión de que acababa de llegar. Por mucho que me

fastidiara el sargento, en general estaba muy impresionado por la altura de mis compañeros

de retiro y me parecía que las lecciones eran enriquecedoras, el sitio bellísimo y la comida

estupenda.

Más que nada estaba intrigado con Simeón. Era un maestro en el arte de la discusión en

grupo y sabía extraer verdaderas gemas de sabiduría de cada uno de los participantes. Los

principios que discutíamos eran tan sencillos que hasta un niño hubiera podido entenderlos,

pero a la vez tan profundos que me podían tener una noche en vela.

Siempre que le hablaba, Simeón parecía beberse mis palabras, yeso me hacía sentirme

apreciado e importante. Tenía una destreza especial para entender las situaciones, para

apartar la hojarasca e ir directamente al meollo de la cuestión. Nunca reaccionaba a la

defensiva cuando le ponían en cuestión, y yo estaba convencido de que era el ser humano más

seguro de sí mismo que había conocido en toda mi vida. Le estaba agradecido de que no

tratara de imponerme temas religiosos u otro tipo de creencias, pero en ese aspecto tampoco

se puede decir que tuviera una actitud pasiva. Yo siempre sabía cuál era su parecer sobre las

cosas. Tenía un natural afable y seductor, una sonrisa siempre en los labios y un brillo en los

ojos que comunicaba una auténtica alegría de vivir.

Pero, ¿qué se suponía que yo tenía que aprender de Simeón? Mi sueño de siempre seguía

fastidiándome, « ¡Encuentra a Simeón y escúchale!». ¿Habría alguna razón específica o algún

propósito para mi estancia en aquel lugar, tal como habían sugerido Rachael y Simeón? y de

ser así,

¿Cuál sería? Me quedaba ya poco tiempo de estancia y me prometí a mí mismo que

extremaría mi diligencia para intentar sonsacar a Simeón, a ver si conseguía una respuesta.

.—

El profesor estaba sentado solo en la capilla cuando llegué —con diez minutos de

antelación— aquel miércoles por la mañana. Tenía los ojos cerrados y parecía estar meditando,

así que tomé asiento a su lado sin hacer ruido. Con aquel hombre ni siquiera se me hacía raro

estar así sentado en silencio.

Pasaron unos cuantos minutos antes de que se diera la vuelta hacia mí y me dijera:

—¿Qué has aprendido aquí, John?

Intenté encontrar alguna respuesta y dije lo primero que me vino a la cabeza.

—Me quedé fascinado con tu modelo de liderazgo de ayer; me parece impecable.

—El modelo no es mío, ni las ideas tampoco —me corrigió el profesor—. Lo he tomado

prestado de Jesús.

—Ah, sí, Jesús —dije, revolviéndome incómodo en el asiento—. Creo que deberías saber,

Simeón, que yo no soy lo que se dice muy religioso.

—Por supuesto que sí —dijo amablemente, como si no hubiera duda.

—Apenas me conoces, Simeón. ¿Cómo puedes decir eso?

—Porque todo el mundo tiene una religión, John. Todos tenemos algún tipo de creencia

sobre la causa, la naturaleza y el propósito del universo. Nuestra religión es sencillamente La paradoja. Un relato sobre la verdadera esencia del liderazgo James C. Hunter

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nuestro mapa, nuestro paradigma, las creencias que responden a las difíciles preguntas

existenciales. Preguntas como: ¿Cómo surgió el universo? ¿Es el universo un lugar seguro o es

un lugar hostil? ¿Por qué estoy aquí? ¿Es el universo mero fruto del azar o existe un propósito

mayor? ¿Hay algo tras la muerte? Quien más, quien menos, todos hemos pensado sobre estos

temas. Incluso los ateos son gente religiosa, porque ellos también tienen respuestas a estas

preguntas.

—Probablemente no le dedico mucho tiempo a los asuntos espirituales. Yo me he

limitado siempre a asistir a la iglesia local luterana, como hicieron mis padres, porque pensaba

que era lo que había que hacer.

—Recuerda lo que dijimos en clase, John. Todo en la vida está relacionado, a la vez

verticalmente, con Dios, y horizontalmente, con tu prójimo. Cada uno de nosotros tiene que

tomar una serie de determinaciones respecto a esas relaciones. Hay un viejo dicho que reza:

«Dios no tiene nietos», y para mí, eso significa que no se puede desarrollar ni mantener una

relación con Dios, ni por consiguiente con nadie, mediante intermediarios, dogmas o religiones

de segunda mano. Para que las relaciones crezcan y maduren hay que poner mucho cuidado

en alimentarlas y desarrollarlas. Cada uno de nosotros tiene que tomar decisiones sobre qué

es lo que cree y qué significado tienen esas creencias en su vida. Alguien dijo una vez que

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