El Eclipse De La Fiesta
q12345w12345e3 de Agosto de 2013
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Una conjunción diversa de fenómenos sociales llevó hace poco más de dos décadas a entonar cantos de cisne sobre la fiesta por parte de algunos de sus estudiosos. Sin exponerlo en un orden temporal o de relevancia, tres factores contribuyeron a la formulación de tal diagnóstico. En primer lugar, y fijándonos en Europa, hemos de mencionar la constatación empírica del descenso en el número de fiestas, así como también en los índice de participación popular en muchas de ellas. Numerosas celebraciones festivas desaparecían; otras decaían. La tendencia se veía como algo generalizado de todo el siglo XX, pero se hizo especialmente manifesta en los años 50, 60 y -si nos centramos en la sociedad española- también en los 70 (Ariño 1996, Boissevain 1999 Velasco et al.1996). En segundo lugar, un elemento que ha desempeñado un papel importante en el análisis sobre el fenómeno festivo es el proceso de modernización, tan vastamente teorizado y expuesto por los clásicos de la sociología. Aquí el progreso y el incremento de la racionalidad científica e instrumental conducirían inevitablemente a la secularización y al desencantamiento en el seno de las sociedades modernas, anulando las posibilidades expresivas de lo festivo. El tercer factor a destacar es el predominio, a medidos de siglo, de una visión esencialista y normativa de la fiesta. Esta visión servía de patrón y modelo a la hora de juzgar y valorar el fenómeno festivo. Todo lo que se pareciera a esa esencia intemporal era símbolo de pureza y autenticidad festiva; todo lo que se alejara era síntoma de decadencia, desvirtuación y degeneración. Y la tendencia que veían sus proponentes es que las manifestaciones festivas y simbolico-rituales se parecieran cada vez menos a ese patrón original.
Tratando en principio de cosas distintas, nos encontramos con que no resulta nada difícil casar estas tres perspectivas. La industrialización estimuló el crecimiento de las ciudades en detrimento de las zonas rurales, entre ello en el aspecto demográfico. El desplazamiento migratorio de población desde el campo a la ciudad ofrecería una razón visible de la desaparición de un gran número de celebraciones en toda Europa. Los núcleos rurales, al irse despoblando, perderían gran parte de sus activos para la fiesta. Aunque este proceso ha sido permanente desde el siglo XIX, los años después de la Segunda Guerra Mundial son especialmente significativos. En España son los años del llamado “desarrollismo”. Aquí, y seguramente igual sucede con Portugal y Grecia, además, el contexto político, con dictaduras en los tres países, empeoraba aún más la situación, dado el interés por controlar y encauzar los festivo por parte del cada uno de los regímenes. Debido a este hecho y, como apunta Contreras (1999:41) para el caso español, el franquismo “produjo un aletargamiento de lo festivo”.
La migración del campo a la ciudad, de la que acabamos de hacer mención, es una de las muchas facetas de la modernización que afecta negativamente a las fiestas, pero no es la única. Y se han citado muchas. Boissevain (1999: 58) menciona la migración, la industrialización, la desconfesionalización o secularización, la explosión de los medios de comunicación de masas, la democratización y el turismo. Pero se podría matizar aun más. Por ejemplo, ahí están la fuerza homogeneizadora de los medios de comunicación o del capitalismo, la sociedad de consumo, la mercantilización, el cambio profundo sufrido por el calendario, donde las vacaciones han sustituido a las fiestas (cfr. Nesti 1999: 41), o la creciente individualización. Todo ello en conjunto llevó a pensar, como señala Ariño (1992), que la sociedad moderna sería esencialmente antifestiva. El ritual y la fiesta, según determinada concepción serían propios de las sociedades tradicionales; del pasado, por eso la sociedad industrial y la fiesta son
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