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La Carta De Puebla


Enviado por   •  13 de Diciembre de 2012  •  2.131 Palabras (9 Páginas)  •  332 Visitas

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La Carta Puebla

La Carta Puebla libera a los colonos de ciertas obligaciones consagradas y, a la vez, les otorga ciertos privilegios por su propia condición. Estos privilegios no son personales sino que se extienden a todo aquel que se acoja a la misma condición de poblador.

Reúne datos de especial interés:

 Su gran antigüedad

 Número y nombre de las primeras familias

 Cargo representativo de los nominados

 Toponimia

 Dudas de interés de tipo genealógico

 Establece el sentimiento de propiedad

Carta del Santo Padre a los Obispos Diocesanos de América Latina

Amados hermanos en el Episcopado: El intenso trabajo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que me fue dado inaugurar personalmente y que con particular dilección e interés para con la Iglesia de ese Continente acompañé en las distintas etapas de su desarrollo, se condensa en estas páginas que habéis puesto en mis manos. Conservo vivo el gratísimo recuerdo de mi encuentro con vosotros, unido en el mismo amor y solicitud por vuestros pueblos, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y luego en el seminario de Puebla. Este Documento, fruto de asidua oración, de reflexión profunda y de intenso celo apostólico, ofrece —así os lo propusisteis— un denso conjunto de orientaciones pastorales y doctrinales, sobre cuestiones de suma importancia. Ha de servir, con sus

válidos criterios, de luz y estímulo permanente para la evangelización en el presente y el futuro de América Latina. Podéis sentiros satisfechos y optimistas de los resultados de esta Conferencia, preparada

esmeradamente por el CELAM, con la participación corresponsable de todas las Conferencias Episcopales. La Iglesia de América Latina ha sido fortalecida en su vigorosa unidad, en su identidad propia, en la voluntad de responder a las necesidad y a los desafíos atentamente considerados a lo largo de vuestra asamblea. Representa, en verdad, un gran paso adelante en la misión esencial de la Iglesia, la de evangelizar. Vuestras experiencias, pautas, preocupaciones y anhelos, en la fidelidad al Señor, a su Iglesia y a la Sede de Pedro, deben convertirse en vida para las comunidades a las que servís. Para ello deberéis proponeros en todas vuestras Conferencias Episcopales e Iglesias. Particulares planes con metas concretas, en los niveles correspondientes y en armonía con el CELAM en el ámbito continental.

Dios quiera que en breve tiempo todas las comunidades eclesiales estén informadas y penetradas del espíritu de Puebla y de las directrices de esta histórica Conferencia. El Señor Jesús, Evangelizador por excelencia y Evangelio Él mismo, os bendiga con abundancia. María Santísima, Madre de la Iglesia y Estrella de la evangelización, guíe vuestros pasos, en un renovado impulso evangelizador del Continente Latinoamericano. Vaticano, 23 de Marzo de 1979, en la conmemoración de Santo Toribio de Mogrovejo. Joannes Paulus PP. II.

Discurso Inaugural pronunciado en el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México S.S. Juan Pablo II 28 de enero de 1979 Amados hermanos en el episcopado:

Esta hora que tengo la dicha de vivir con vosotros, es ciertamente histórica para la Iglesia en América Latina. De esto es consciente la opinión pública mundial, son conscientes los fieles de vuestras Iglesias locales, sois conscientes sobre todo vosotros que seréis protagonistas y responsables de esta hora.

Es también una hora de gracia, señalada por el paso del Señor, por una particularísima presencia y acción del Espíritu de Dios. Por eso hemos invocado con confianza a este Espíritu, al principio de los trabajos. Por esto también quiero ahora suplicaros como un hermano a hermanos muy queridos: todos los días de esta Conferencia y en cada uno de sus actos, dejaos conducir por el Espíritu, abríos a su inspiración y a su impulso; sea El y ningún otro espíritu el que os guíe y conforte. Bajo este Espíritu, por tercera vez en los veinticinco últimos años, obispos de todos los países, representando al episcopado de todo el continente latinoamericano, os congregáis para profundizar juntos el sentido de vuestra misión ante las exigencias nuevas de vuestros pueblos.

La Conferencia que ahora se abre, convocada por el venerado Pablo VI, confirmada por mi inolvidable predecesor Juan Pablo I y reconfirmada por mí como uno de los primeros actos de mi pontificado, se conecta con aquella, ya lejana, de Río de Janeiro, que tuvo como su fruto más notable el nacimiento del CELAM. Pero se conecta aún más estrechamente con la II Conferencia de Medellín, cuyo décimo aniversario conmemora. En estos diez años, cuánto camino ha hecho la humanidad, y con la humanidad y a su servicio, cuánto camino ha hecho la Iglesia. Esta III Conferencia no puede desconocer esta realidad. Deberá, pues, tomar como punto de partida las conclusiones de Medellín, con todo lo que tienen de positivo, pero sin ignorar las incorrectas interpretaciones aveces hechas y que exigen sereno discernimiento, oportuna crítica y claras tomas de posición.

Os servirá de guía en vuestros debates el Documento de Trabajo, preparado con tanto cuidado para que constituya siempre el punto de referencia. Pero tendréis también entre las manos la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI. ¡Con qué complacidos sentimientos el gran Pontífice aprobó como tema de la Conferencia: «El presente y el futuro de la evangelización en América Latina»! Lo pueden decir los que estuvieron cerca de él en los meses de preparación de la Asamblea. Ellos podrán dar testimonio también de la gratitud con la cual él supo que el telón de fondo de toda la Conferencia seria este texto, en el cual puso toda su alma de Pastor, en el ocaso de su vida. Ahora que él «cerró los ojos a la escena de este mundo» (cf. Testamento de Pablo VI), este documento se convierte en un testamento espiritual que la Conferencia habrá de escudriñar con amor y diligencia para hacer de él otro punto de referencia obligatoria y ver cómo ponerlo en práctica. Toda la Iglesia os está agradecida por el ejemplo que dais, por lo que hacéis, y que quizá otras Iglesias locales harán a su vez.

Verdad sobre Jesucristo:

I.2. De vosotros, pastores, los fieles de vuestros países esperan y reclaman ante todo una cuidadosa y celosa transmisión de la verdad sobre Jesucristo. Esta se encuentra en el centro de la evangelización y constituye su contenido esencial: «No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (ibid., 22).

Del conocimiento vivo de esta verdad dependerá el vigor de la fe de millones de hombres. Dependerá también el valor de su adhesión a la Iglesia y de su presencia activa de cristianos en el mundo. De este conocimiento derivarán opciones, valores, actitudes y comportamientos capaces de orientar y definir nuestra vida cristiana, y de crear hombres nuevos y luego una humanidad nueva por la conversión de la conciencia individual y social (cf. ibid., 18).

I.5. Contra tales «relecturas», pues, y contra sus hipótesis, brillantes quizá, pero frágiles e inconsistentes, que de ellas derivan, «la evangelización en el presente y en el futuro de América Latina» no puede cesar de afirmar la fe de la Iglesia: Jesucristo Verbo e Hijo de Dios, se hace hombre para acercarse al hombre y brindarle por la fuerza de su misterio, la salvación, gran don de Dios (cf. Evangelii nuntiandi 19 y 27).

Es ésta la fe que ha informado vuestra historia y ha plasmado lo mejor de los valores de vuestros pueblos y tendrá que seguir animando, con todas las energías, el dinamismo de su futuro. Es ésta la fe que revela la vocación de concordia y unidad que ha de desterrar los peligros de guerras en este continente de esperanza, en el que la Iglesia ha sido tanpotente factor de integración. Esta fe, en fin, que con tanta vitalidad y de tan variados modos expresan los fieles de América Latina a través de la religiosidad o piedad popular.

Desde esta fe en Cristo, desde el seno de la Iglesia, somos capaces de servir al hombre, a nuestros pueblos, de penetrar con el Evangelio su cultura, transformar los corazones, humanizar sistemas y estructuras

Verdad sobre la misión de la Iglesia

I.6. Maestros de la verdad, se espera de vosotros que proclaméis sin cesar y con especial

vigor en esta circunstancia, la verdad sobre la misión de la Iglesia, objeto del Credo que profesamos y campo imprescindible y fundamental de nuestra fidelidad. El Señor la instituyó «para ser comunión de vida, de caridad y de verdad» (cf. Lumen gentium, 9) y como cuerpo, pIéroma y sacramento de Cristo, en quien habita toda la plenitud de la divinidad (cf. ibid., 7). La Iglesia nace de la respuesta de fe que nosotros damos a Cristo. En efecto, es por la acogida sincera a la Buena Nueva, que nos reunimos los creyentes en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo (cf. Evangelii nuntiandi 13). La Iglesia es «congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz» (Lumen gentium 9). Pero, por otra parte, nosotros nacemos de la Iglesia: ella nos comunica la riqueza de vida y de gracia de que es depositaria, nos engendra por el bautismo, nos alimenta con los sacramentos y la Palabra de Dios, nos prepara para la misión, nos conduce al designio de Dios, razón de nuestra existencia como cristianos. Somos sus hijos. La llamamos con legítimo orgullo nuestra Madre, repitiendo un título que viene de los primeros tiempos y

atraviesa los siglos (cf. Henri de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, p. 211ss). Verdad sobre el hombre

I.9. La verdad que debemos al hombre es, ante todo, una verdad sobre él mismo. Como testigos de Jesucristo somos heraldos, portavoces, siervos de esta verdad que no podemos reducir a los principios de un sistema filosófico o a pura actividad política; que no podemos olvidar ni traicionar.Quizá una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles ante insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes. ¿Cómo se explica esa paradoja? Podemos decir que es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser —el Absoluto— y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser. La constitución pastoral Gaudium et spes toca el fondo del problema cuando dice: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado» (n. 22).

Información extractada de la introducción del libro de Germán Doig K. "Diccionario Río - Medellín - Puebla". Lima: Vida y Espiritualidad, 1990.

Puebla constituye una valiosa síntesis de la enseñanza de la Iglesia desde nuestra realidad latinoamericana. Es una profundización muy importante del cauce abierto por Río y Medellín. El diagnóstico de la realidad es más maduro y más completo; su visión de la situación de la fe es más amplia y, a la vez, más aguda en su análisis, más rica en sus horizontes, y definitivamente, más concreta en sus prioridades. Los años transcurridos entre dichas jornadas episcopales permitieron señalar vacíos y mostrar nuevos retos que fueron analizados y asumidos en las jornadas poblanas.

El acento principal del Documento de Puebla se descubre sintéticamente en el binomio comunión y participación. Este tema recorre todo el documento como una verdadera columna vertebral. Ya desde el trabajo de preparación de la Conferencia apareció este tema a manera de «línea conductora».28 En el documento de trabajo se decía: «La línea teológico- pastoral está conformada en el Documento de Trabajo por dos polos complementarios: la comunión y la participación (co-participación)».29

Ya en el documento propiamente se puede ver cómo desde el Mensaje con el que abren el documento los Obispos sitúan su aproximación en clave de comunión y participación. El desafío del presente y el futuro para la Iglesia en nuestras tierras se debe afrontar desde este acento. «Creemos -dirán los Obispos en el Mensaje- en la eficacia del valor evangélico de la comunión y de la participación, para generar la creatividad, promover experiencias y nuevos proyectos pastorales.30

Se trata de una verdadera idea programa que resume de manera singular el compromiso cristiano. No se refiere únicamente a las relaciones entre las personas. Como precisan los Pastores se proyecta a toda la realidad: «La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de nosotros mismos a fin de ir construyendo una. comunión y una participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo, como Señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo».31 Son dos conceptos que tienen una profunda resonancia cristiana y que encierran inmensas virtualidades y riquezas.

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