Religion

Ya no es exclusiva la pregunta acerca de la religión o de lo religioso en ambientes académicos, el asunto se volvió tema cotidiano. En un mundo secularizado (es decir donde Dios no tiene puesto) ¿es necesario profesar una religión? Se supone, que el siglo XXI sería el ocaso de las religiones, ¿estamos viviendo esto?

Salvo el que se declara ateo -no Dios no religión- pareciera existir, de afuera hacia adentro, una percepción inadecuada de las religiones. Lo poco que nos informan los medios de comunicación acerca de ellas, tiene que ver con temas asociados al terrorismo, fanatismo, escándalos sexuales y un absoluto “no, es pecado” a todo lo nuevo. Quiero pensar que esta manera de abordar lo referente a la religión, es más por falta de información y desconocimiento que por otras intenciones. Pero sin lugar a dudas, que ha de suscitar desesperanza y deseo de alejarse de todo lo religioso en aquel que recibe continuamente por los medios de comunicación dichas percepciones.

El “creo en Dios” pero no en una religión, toma tal fuerza que hoy es posible afirmar la posibilidad de vivir mi dimensión espiritual sin ningún sistema religioso.

En este proceso de desvinculación total de Dios con la religión ya va más de una generación de colombianos. Claro si usted está leyendo este artículo, presumo que es un católico que asume en serio su religión, es decir cree, celebra y vive de acuerdo a dichos postulados. Es más ha madurado su fe y sabe que al hablar de religión no sólo se hace referencia a la parte sórdida de la condición humana, sino a realidades que “ligan”, facilitan una auténtica conexión con el misterio de lo sagrado y con el misterio de nuestra condición humana. Pero estoy casi seguro que es usted una persona adulta, muy adulta.

Hoy no se puede desconocer la apatía, malestar y predisposición en ciertos ambientes cuando de religión se habla. Todo va orientado a que “ese tema” se reduzca a la órbita de lo individual, de la conciencia subjetiva, es decir, que se le imponga una mordaza para que guarde silencio y no intervenga en el desarrollo del mundo contemporáneo. Por una mala interpretación del papel de lo religioso en la condición humana se ha llegado a pensar que es este un factor que impide el desarrollo y la vivencia clara de la fraternidad y unidad entre los pueblos.

No habrá nunca un camino más claro y seguro que descifre quiénes somos y cómo interpretarnos que no sea el camino milenario que propone un sistema organizado y sopesado en el tiempo, como es el de la religión. Pero permítame referirme propiamente al acontecimiento fundante de nuestra fe, la revelación plena de Dios a la humanidad: Jesucristo nuestro Señor y su oferta de salvación para todo el que lo acepta. De esta fe han vivido nuestros antepasados y fiados en esta esperanza construyeron posibilidades de vida mejor para los que peregrinamos por este mundo en el siglo veintiuno. Si ha servido la fe a tantas generaciones, ¿ por qué pensar en que ahora no tenga injerencia y cabida en el desarrollo de nuestra nación? No ha sido la religión la causante de los desvíos, guerras y discriminaciones, son algunos de sus adeptos los que manipulan con criterios muy personales lo religioso, escudándose en el carácter divino de la religión para hacer de las suyas y trastornar el valor inigualable de la religión.

Sin lugar a dudas la convicción profunda de que el papel de lo religioso en la vida es importante, existe entre nosotros los creyentes, pero suponer de por sí, que también lo es para los demás es equívoco. Transmitir la fe y convertirla en acontecimiento permanente requiere hoy emplear más de una estrategia, para que la exposición de las convicciones religiosas sea lo suficientemente clara y entretenida,

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