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A TIROS PARA CUIDAR LA HONRA


Enviado por   •  11 de Marzo de 2012  •  Apuntes  •  9.813 Palabras (40 Páginas)  •  595 Visitas

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DOS

A TIROS PARA CUIDAR LA HONRA

Existe una foto que llena de sorpresa a los villómanos, se trata de un Doroteo Arango mitad niño mitad adolescente, mirando amable a la cámara, muy blanco de tez, con el pelo muy corto, y lleva una camisa blanca sin cuello, cubierta por algo que parece ser un chaleco. ¿Por quién, cómo y dónde fue tomada? Imposible saberlo. La foto llega a nuestros días gracias a John Reed, que quién sabe de dónde la sacó y la reprodujo en el Metropolitan Magazine en 1914. ¿Es falsa? Vaya usted a saber. Si ese es el joven Doroteo, la foto no refleja los acontecimientos que en esos años le han de cambiar la vida.

El profesor Montes de Oca cuenta que hacia 1892 —tenía Villa catorce años—, jugando a las cartas Doroteo perdió todo el dinero que tenía y al no poder seguir la partida se fue a la hacienda de la Ciénaga de Basoco, del municipio de San Juan, robó el mejor tronco de mulas que servía para jalar el carruaje de los Fermán y lo vendió en Canatlán, por lo que fue perseguido. Tratando de reparar el error regresó con los compradores, se robó las mulas por segunda vez y las devolvió. Parece ser que el asunto no funcionó, porque tuvo que irse a refugiar en la sierra de la Silla.

Otros autores que bucearon en la infancia de Villa lo hacen bandolero a esa misma edad, cuando capturado por los patrones de una hacienda en Guanaceví por abigeato, lo azotaron y lo tuvieron tres meses detenido. Núñez, el hijo del mayordomo de la hacienda, cuenta que Doroteo trabajaba como sembrador a los quince años en Guagojito (sic) con su amigo Francisco Benítez y se unió a la gavilla de Parra, que practicaba el abigeato. Manuel Valenzuela, jefe de la Acordada —los temidos rurales—, detuvo a Villa y a Benítez, fusiló al segundo y puso a Villa en la cárcel de Canatlán, donde lo defendió Pablo Valenzuela y fue liberado.

En otra versión, en la que se mezclan los juegos de cartas y el amigo Benítez, se cuenta que en un juego de naipes bajo un árbol (esas maravillosas precisiones de la memoria de los que se lo contaron a otros, que lo contaron al que lo cuenta para que luego llegue el autor y lo escriba) se peleó con Francisco Benítez y cuando éste trató de apuñalarlo, en el forcejeo Villa le clavó su propio puñal. Lo capturaron y lo llevaron a la cárcel de Canatlán, de donde lo sacó Pablo Valenzuela, un comerciante que luego le dio trabajo de arriero.

Son demasiadas las historias que nos hacen pensar que antes de septiembre de 1894 el joven Doroteo Arango tuvo sus encontronazos con la ley y el orden de los hacendados porfirianos. Pero la versión de Pancho Villa de su tránsito de niño campesino a bandolero había de ser radicalmente diferente. Contada con pequeñas variantes en una docena de versiones, puede resumirse en la siguiente, en la que se cruzan los textos pero se mantiene la voz, una voz, un lenguaje muy formal, al gusto de los transcriptores de las palabras de Villa.

Vivía yo, en 1894, en la hacienda de Gogogito, municipalidad de Canatlán, en el estado de Durango, y era mediero de los poderosos señores López Negrete [...] El 22 de septiembre de ese año había yo venido a mi casa de labor [...] y al llegar se me presentó un cuadro que por sí solo bastó para hacerme comprender el brutal atentado que se pretendía consumar en las personas de mi familia: mi madre en actitud defensiva y suplicante, abrazaba a mi hermana Martina; frente a ella se erguía imperioso don Agustín López Negrete.

Con la voz angustiada, pero resuelta, mi madre le decía al amo en aquellos momentos:

—¡Señor retírese usted de mi casa! ¿Por qué quiere llevarse a mi hija? ¡No sea usted ingrato!

Loco de furor, salí de la pieza y corrí hacia la cercana habitación de mi primo Reynaldo Franco; descolgué una pistola que pendía de una estaca clavada en la pared y, volviéndome apresuradamente, disparé el arma sobre don Agustín, a quien herí en la pierna derecha (“le puse balazos de los cuales le tocaron tres”). A los gritos que daba aquel hombre pidiendo auxilio acudieron cinco mozos armados con carabinas cuyos cañones me apuntaron resueltamente.

—¡No maten a ese muchacho —les gritó el amo—, llévenme a mi casa!

Obedecieron los mozos en silencio y tomando al herido en silla de manos lo condujeron al carruaje que poco después se perdía rumbo a la casa grande, en la hacienda de San Miguel de Berros, distante cinco kilómetros de Gogogito. Cuando en mi azoramiento me vi libre, sabiendo que aquel hombre iba muy mal herido, sólo pensé en huir; monté mi caballo y sin más idea que alejarme, me fui a buscar refugio en la sierra de la Silla, que está frente a la hacienda de Gogogito.

Pero ni siquiera ésta, que habría de ser la versión oficial del villismo, permaneció fijada con precisión. Pancho contó a otro de sus biógrafos que no se trataba del patrón de la hacienda, sino de su hijo, el que trataba de robarse a su hermana: “Una noche lo descubrí rondando nuestra casa. Lo regañé, nos insultamos y nos dimos de golpes. En la lucha que sostuvimos cuerpo a cuerpo pude arrebatar la pistola que llevaba, disparé e hice blanco. Me di cuenta de lo que había hecho; creí que lo había matado, pues cayó al suelo sin sentido”.

Según el general Almazán, basado en los cuentos de un vecino llamado Parrita, los sucesos se produjeron en la hacienda de la Sauceda cuando Doroteo se encontró a su hermana Martina, que le dijo que el patrón López Negrete había intentado abusar de ella. Doroteo, que traía una pistola prestada por la autoridad de El Charco, le disparó dos tiros sin darle, cosa grave tratándose de un hacendado, y salió huyendo.

La historia se haría pública muchos años más tarde cuando el propio presidente Francisco Madero la contó a los periodistas para justificar el tormentoso pasado de Pancho Villa: “Lo que pasó es que uno de los hombres más ricos, quien por consiguiente era uno de los favoritos en estas tierras, intentó la violación de una de las hermanas de Villa y éste la defendió hiriendo a este individuo en una pierna”.

Luis Aguirre Benavides, en marzo de 1915, registra en la prensa la historia del enfrentamiento con López Negrete que da inicio a la carrera de bandido de Pancho, pero una nota de la redacción pone en duda la versión diciendo que la historia fue fraguada por Villa para esconder su “borrascoso pasado”.

Jesús Vargas, uno de los más precisos estudiosos del villismo, no da por buena la versión de Pancho y argumenta que de ser esto cierto las autoridades judiciales de San Juan del Río hubieran lanzado exhortos a todo el estado

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