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Alegato a favor del Linux

lupitaocampopExamen11 de Febrero de 2014

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Alegato a favor del Linux

En las cosas humanas sucede frecuentemente que lo que empieza siendo una opción instrumental se convierte en una preferencia intrínseca. Lo que llamamos `arte’ suele haber seguido esa vicisitud. Empiézanse construyendo inmuebles para guarecerse de la intemperie y luego la arquitectura adquiere el rango de un arte y (para algunos humanos) se convierte en finalidad en sí misma. Pueden multiplicarse los ejemplos.

La computación es una de esas actividades. Muchos son aquellos que han empezado por dedicarle un poquito de tiempo –como mero instrumento para realizar otras tareas– pero para quienes, a la postre, el instrumento se ha trocado en un fin en sí mismo. Para muchos se ha convertido en un modo de vivir; para muchos más en uno de los principales pasatiempos; para no pocos es una pasión. Igual que se puede querer el arte por el arte, puede quererse (y a menudo se quiere) la computación por la computación.

Las consideraciones que voy a presentar aquí a favor de un sistema operativo particular, el Linux, son (espero) asumibles independientemente de que el lector se encuentre entre quienes dedican algo de tiempo a la computación sólo a título de mero instrumento en aras de bienes intrínsecamente deseables o entre quienes se han aficionado a ella hasta el punto de desearla como una finalidad en sí misma.

Creo que hay motivos para optar por el Linux desde ambas perspectivas. Quienes vean en la computación una finalidad podrán tener motivos adicionales para adoptar una u otra opción (motivos que no serán sólo los de cuánto sirvan los programas cuyo uso adopte uno para obtener tales o cuales resultados, sino que incluirán también aspectos estéticos y similares).

Para no adentrarme en terrenos en los que es mucho lo que depende del gusto personal, me limitaré e considerar el uso de sistemas operativos desde el punto de vista meramente instrumental, como si la única razón para dedicar algún tiempo a actividades de computación fuera el poder, con ella, alcanzar resultados que son extrínsecos al mero manejo de computadoras (resultados como pueden ser: preparar manuscritos; editar folletos o libros; imprimir; hacer diapositivas o transparencias; obtener resultados de cálculos complicados; llevar una contabilidad; poner –a través de la Web– ciertos documentos al alcance de un amplio público; hacer trabajos de diseño; escrutar textos impresos y utilizar lo así escrutado para alguna de las tareas recién indicadas; reproducir discos compactos con álbumes de fotos, para ponerse a salvo de pérdida de datos por rotura o extravío del soporte; etc.).

Para efectuar tales trabajos, necesita uno una computadora (normalmente un PC), un sistema operativo y unos programas de software adecuados para las tareas que se proponga realizar. Cuando digo que hace falta una computadora entiendo que la misma lleve, como anejos, ciertos periféricos adaptados a las necesidades: impresora, escrutadora, lectora o grabadora de CD-Rom, etc. O sea, todo el hardware.

Cae fuera del ámbito de este artículo –y también de la competencia de quien lo escribe– considerar alternativas al PC propiamente dicho (el IBM-compatible). Sea como fuere, y hasta dónde puedo juzgar, la gran mayoría de los usuarios de computadoras se han decantado por PC‘s (IBM-compatibles), ya sea por el precio, ya sea por las prestaciones, ya sea por imitación de lo que otros hacen a su alrededor o por lo que sea. Vamos a dar por admitida esa opción ampliamente mayoritaria, aunque no podremos desentendernos de la necesidad de buscar en nuestro trabajo la mayor compatibilidad con los instrumentos usados por la gente del Mac o por los usuarios de terminales UNIX.

Una vez que hemos optado por tener una computadora personal de tipo IBM (un PC), nos toca dar el segundo paso, y seleccionar un sistema operativo (para PC). Hay muchos.

No

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