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Andrés Avelino Cáceres, héroe indiscutible y vencedor en Tarapacá dijo en su última entrevista en 1921 que el Perú pudo haber ganado la Guerra con Chile.


Enviado por   •  17 de Agosto de 2017  •  Apuntes  •  2.850 Palabras (12 Páginas)  •  444 Visitas

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¿Por qué se perdió la guerra con Chile? Avelino Cáceres te responde

Andrés Avelino Cáceres, héroe indiscutible y vencedor en Tarapacá dijo en su última entrevista en 1921 que el Perú pudo haber ganado la Guerra con Chile.

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Textos: Redacción Multimedia/Con información de: PORTALPERU.PE web@grupoepensa.pe | Fotos:Archivo courier

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22 de Abril del 2015 - 11:01| Lima -

Si una pregunta aún les duele a la mayoría de peruanos es el porqué de la derrota en la Guerra del Pacífico contra Chile. Esta fue la pregunta que le hicieron a  Andrés Avelino Cáceres, héroe e ideólogo de la campaña de la Breña en 1921. Avelino brindó su última entrevista donde habló de todo; Él afirmó que el Perú pudo haber ganado la Guerra con Chile sin problemas y pese a la superioridad bélica del país sureño, sin embargo, hubo una razón fundamental por la que esto no se pudo conseguir. 

Esta es la entrevista completa:

Mariscal, en el aniversario de la victoria de Tarapacá, demandamos de usted, el relato vívido de esa gloriosa acción.

Se anima el rostro venerable del anciano guerrero. Un relámpago encandila sus pupilas y alisándose, nerviosamente, las albas barbas puntiagudas, nos dice: Recuerdo la batalla, con absoluta precisión, y voy a relatársela, como si acabara de realizarse.

Y empieza el relato con voz emocionada:

Me encontraba yo, con mi división, en una de las calles de Tarapacá, tomado un rancho frugal, antes de emprender, con todo el Ejército y como lo habían hecho ya las tropas del general Dávila, la retirada hacia Arica, después del desastre de San Francisco, cuando mi ayudante que había distinguido al enemigo en la cresta de los cerros situados al Oeste de la ciudad, llegó corriendo a avisármelo. Al recibir esta inesperada noticia, estaba comiendo. Solté la pequeña cacerola que contenía mi ración, y procediendo con impetuosa actividad, ordené a mi división que se lanzara con la bayoneta calada, cerro arriba, para desalojar al enemigo.

Procedí rápidamente a dividir mis tropas en tres columnas: la primera y la segunda compañías formaban la de la derecha, que puse al mando del comandante Zubiaga, valiente y experto jefe; la del centro la constituyeron la quinta y sexta compañías, mandadas por el mayor Pardo Figueroa, distinguido jefe, también, y la de la izquierda quedó formada por la tercera y cuarta compañías que confié al mayor Arguedas.

Advertí a mis tropas que evitaran hacer fuego, mientras no hubieran alcanzado la cumbre, para economizar las municiones, que, por desgracia, eran muy escasas. Al coronel Recavarren, Jefe de Estado Mayor, le envié en comisión donde el coronel Manuel Suárez, que tenía el mando del batallón Dos de Mayo, para que hiciera, con sus fuerzas, igual distribución a las del Zepita, y se colocara a mi izquierda.

A poco, ya cuando mis bravos soldados se habían lanzado al combate, llenos de entusiasmo y de ardor bélico, el coronel Belisario Suárez toma sus disposiciones y los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón, se sitúan en sus respectivos emplazamientos.

El Zepita escala el cerro por el lado Oeste, con empuje irresistible desafiando los tiros que el enemigo descarga sin descanso sobre ellos. Se despliegan en guerrilla y sin detenerse, disparan incesantemente, a ciento cincuenta metros del enemigo, que cede al empuje de los nuestros. La columna Zubiaga, se lanza a la bayoneta sobre la artillería chilena y, audazmente, se apodera de cuatro cañones. Las columnas de Pardo Figueroa y de Arguedas, despedazan, entre tanto, a la infantería enemiga.

Perdón, Mariscal, en ese asalto, ¿qué acción notable de arrojo, de sus soldados, recuerda usted?

No puedo olvidarme del heroísmo del Alférez Ureta, de la compañía primera de la columna derecha, que inflamado por un ardiente entusiasmo patriótico y un coraje a toda prueba, se montó sobre un cañón chileno, lanzando estruendosos vivas a la patria. Tampoco me olvidaré nunca de un acto meritísimo del comandante José María Meléndez, veterano de la Columna Naval, uno de los primeros en unírseme en el asalto al enemigo.

Cuando derrotados los chilenos y cansados nosotros de perseguirlos infructuosamente, por falta de caballería; desfallecíamos de sed y de hambre, al extremo de que me vi obligado a humedecer los labios de algunos de mis soldados con pequeñas rodajas de un limón, que por fortuna llevaba en uno de mis bolsillos de mi casaca; el comandante Meléndez se presentó de repente y sin que yo pudiera explicarme su procedencia, cargando un barril de agua que aplacó la sed de esos valientes. Y como éste, tantos otros episodios de coraje y de entusiasmo.

Y destrozada la infantería y despojados los chilenos de su artillería, ¿qué pasó?

El enemigo así castigado en ese primer combate por los nuestros, huyó a la desbandada, pampa abajo, perseguido de cerca por los nuestros y acampó a una legua de distancia hasta juntarse con otro cuerpo chileno que venía a reforzarlos. Entretanto, mi caballo había sido herido de un balazo y hube de detenerme, a mitad de jornada. Un oficial que había encontrado una mula de un regimiento chileno, me la trajo y montado en ella, pude seguir la persecución.

Después de tres horas de refriega, tuvimos que contramarchar hasta el sitio donde había tenido lugar el primer ataque, porque mis tropas estaban rendidas por la fatiga de la acción. El general en Jefe Buendía me dio su enhorabuena por el éxito alcanzado por mi división. Pero en medio de la alegría del triunfo, hube deplorar profundamente la muerte de mis mejores tenientes: Zubiaga, Pardo Figueroa, mi propio hermano Juan… también rindieron la vida en el primer encuentro.

¿Y el segundo encuentro?

Reforzada mi división con el batallón Iquique que mandaba el inmortal Alfonso Ugarte, la Columna Naval de Meléndez, un piquete del batallón Gendarmes que mandaba Morey, una compañía del batallón Ayacucho con Somocurcio a la cabeza, una hora después se reanudaba la lucha en plena pampa hacia el SO de Tarapacá.

Primero se realiza un vivo combate de fusilería sostenido por ambas partes, con empeño. El enemigo es arrollado cinco veces, rehaciéndose, luego otras tantas. Entonces envolviendo el ala y el flanco izquierdo chileno que manda Arteaga, con mis tropas lo obligué a retirarse hacia el sur. El batallón Iquique llega a tiempo para rechazar a los granaderos chilenos que habían sorprendido al Loa y al Navales.

Sin embargo, antes, Arteaga trata de rehacerse en vano y nosotros cargamos otra vez con irresistible denuedo. En momentos que la victoria se decidía ya por nuestras armas, llegó Dávila con su división al trote (habían recorrido 12 kms. desde Huarasiña) y muy cerca del flanco chileno, aún jadeantes, le hace repetidas descargas de fusilería. Entonces yo aproveché para dar el definitivo ataque por el centro, que decidió la derrota de los chilenos que abandonaron el campo, dejando tras de sí sus 6 últimas piezas de artillería Krupp, entonces la más moderna del mundo. Fue en ese momento –prosigue entusiasmado el Mariscal- cuando llamé al Capitán Carrera y, entregándole uno de esto cañones, le dije: “artillero sin cañones, ahí tiene Ud. una pieza para actuar”. Y a fe mía que supo hacerlo, disparando sobre la retaguardia enemiga que huía.

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