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Antes De Partir


Enviado por   •  21 de Octubre de 2013  •  1.342 Palabras (6 Páginas)  •  273 Visitas

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Capitulo 1

Son poco más de las dos de la mañana. Fuera de Elizabeth reina una calma relativa. Los barcos (yates, más bien) están amarrados al muelle, y las boyas blancas protegen de la madera su casco de fibra de vidrio y porcelana. El chapoteo del estrecho de Long Island, del agua que golpea los barcos y la orilla, es una constante de fondo. En casi todos los otros barcos (de nombres Bien merecido, Intimidad, Buena vida), preside la paz.

En cambio, en Elizabeth gobierna la inquietud. La embarcación es un crucero de veinte metros de eslora, equipado con cocina completa, dos baños, dos dormitorios y espacio de sobra para que duerman hasta veinte personas. Pero esta noche solo hay seis. La fiesta es pequeña; mis padres no me habrían dejado dar una grande. Todos duermen, creo, salvo yo.

Llevo ya veinte minutos mirando el reloj, escuchando ese molesto zas, zas, zas contra el casco. Estamos a finales de agosto. Fuera, el aire es frío y el agua, desde luego, está helada. Aquí siempre es así: el agua caliente dura más o menos un mes, el de julio, pero al final del verano está fría otra vez. A veces parece que en Connecticut solo haya dos estaciones: invierno y casi invierno.

A pesar de la temperatura del agua, estoy convencida de que hay peces ahí fuera, atrapados entre el muelle y el barco, golpeándose contra el casco al tratar de escapar. El ruido lleva sonando como una eternidad. Me ha despertado a la 1.57 exactamente y empieza a ponerme de los nervios.

Hasta que no lo aguanto más. Zas, zas, zas. Si es un pez, ¡es un pez estúpido!

— Eh, ¿oyes eso? — le digo a Josie, mi mejor amiga y hermanastra, que duerme a mi lado en el sofá cama de proa, con su sucio pelo rubio con mechas pegado a la cara.

No me responde, sigue roncando flojito, traspuesta desde poco después de medianoche por la combinación de alcohol y marihuana que nos derrotó a todos antes de que acabara la programación nocturna. Eso es lo último que recuerdo antes de quedarme dormida: que procuraba que no se me cerraran los ojos y le mascullaba a Josie que no podíamos dormirnos hasta la 1.37, porque esa era la hora exacta a la que había nacido. Ninguno de nosotros lo consiguió. Al menos, sé que yo no.

Me levanto casi a oscuras. La única luz del barco proviene del televisor, en silencio, de las imágenes de la tele tienda.

— ¿Hay alguien despierto? — pregunto, sin levantar la voz.

Las olas del estrecho zarandean el barco. Zas, zas, zas. Ahí está otra vez. Miro el reloj. Son las 2.18. Sonrío para mis adentros: hace más de media hora que tengo oficialmente dieciocho años.

De no ser por el golpeteo, con la oscilación del barco me sentiría como dentro de una cuna. Este es mi sitio favorito del mundo entero. Que estén aquí mis amigos lo hace aún mejor, si cabe. Todo parece tranquilo y sereno. La quietud de la noche me resulta casi mágica hoy. Zas.

— Voy afuera, a liberar a un pez —anuncio—. Que alguien venga conmigo. Pero nadie se inmuta, ni uno solo de ellos.

— Menuda panda de borrachos egoístas — mascullo — Lo digo en broma. Además, puedo salir yo sola. Ya soy mayor. No hay nada que temer.

Sé que puede sonar hipócrita, dado que hemos estado bebiendo y fumando, pero es cierto: somos buenos chicos. Nuestra ciudad es segura. Todos los que estamos a bordo hemos crecido juntos, en Noank, Connecticut. Nuestras familias son amigas. Nos queremos. Cuando los contemplo — a Josie en la proa, y a Mera, a Caroline, a Topher y a Richie en sacos de dormir, en el suelo de popa—, la vida en Elizabeth me parece un sueño brumoso.

Elizabeth

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