Análisis del cuento "Pataruco"-Rómulo Gallegos
Carmen_aless18 de Enero de 2015
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Análisis del cuento "Pataruco"-Rómulo Gallegos
VOCABULARIO:
1. Pataruco: Dicho de un gallo: Que no es de raza pura ni bueno para la pelea.
2. Joropo: Música y danza popular venezolanas, de zapateo y diversas figuras, que se ha extendido a los países vecinos.
3. Pasaje: Tránsito o mutación hecha con arte, de una voz o de un tono a otro.
4. Vernáculo: Dicho especialmente del idioma o lengua: Doméstico, nativo, de nuestra casa o país.
5. Escobillao: Escobillado. En algunos bailes tradicionales, acción y efecto de escobillar.
6. Aragüeño: Perteneciente o relativo a este Estado de Venezuela.
7. Jadeantes: Que Respira anhelosamente por efecto de algún trabajo o ejercicio impetuoso.
8. Lascivos: Lujuriosos Apatía: Impasibilidad del ánimo.
9. Araguaney: Garrote hecho con la madera de este árbol.
10. Bregaba: Dicho de una persona: Luchar, reñir, forcejear con otra u otras
11.Bullanguero: Alborotador, amigo de bullangas.
12. Romería: Fiesta popular que con meriendas, bailes, etc., se celebra en el campo inmediato a alguna ermita o santuario el día de la festividad religiosa del lugar
13. Trajinar: Acarrear o llevar géneros de un lugar a otro.
14. Repechosas: Cuesta bastante pendiente y no larga.
15. Guamo: Árbol americano de la familia de las Mimosáceas, de ocho a diez metros de altura, con tronco delgado y liso, hojas alternas compuestas de hojuelas elípticas, y flores blanquecinas en espigas axilares, con vello sedoso. Su fruto es la guama, y se planta para dar sombra al café.
16. Crótalo: Serpiente venenosa de América, que tiene en el extremo de la cola unos anillos óseos, con los cuales hace al moverse cierto ruido particular.
17. Macaurel: Serpiente de Venezuela, no venenosa y parecida a la tragavenado, pero de menor tamaño.
18. Gañidos: Quejido de otros animales.
19. Báquiros: Mamífero paquidermo, cuyo aspecto es el de un jabato de seis meses, sin cola, con cerdas largas y fuertes, colmillos pequeños y una glándula en lo alto del lomo, de forma de ombligo, que segrega una sustancia fétida. Vive en los bosques de la América Meridional y su carne es apreciada.
20. Quemazón: Acción y efecto de quemar o quemarse.
21. Azares: Casualidades, caso fortuito.
22. Botijuela: Botija ocultada en un muro o en tierra con monedas de la época colonial.
23. Chivaterías: Engañar mediante picardías o artimañas.
24. Trillar: Quebrantar la mies tendida en la era, y separar el grano de la paja.
25. Depurado: Pulido, trabajado, elaborado cuidadosamente.
26. Agreste: Áspero, inculto o lleno de maleza. Rudo, tosco, grosero, falto de urbanidad.
27. Efímero: Pasajero, de corta duración.
28. Postre: A lo último, al fin.
29. Reminiscencia: Recuerdo vago e impreciso.
30. Mascarada: Festín o sarao de personas enmascaradas.
31. Blondo: Rubio
32. Fulminó: Mató o herió con ellos.
33. Conterráneo: Natural de la misma tierra que otra persona.
34. Instancias : Memoriales, solicitudes.
35. Faena: Trabajo corporal.
36. Bucare: Árbol americano de la familia de las Papilionáceas, de unos diez metros de altura, con espesa copa, hojas compuestas de hojuelas puntiagudas y truncadas en la base, y flores blancas. Sirve en Venezuela para defender contra el rigor del sol los plantíos de café y de cacao, dándoles sombra.
37. Monorrítmico: De un solo ritmo.
38.Fronda: Hoja de una planta.
39. Perenne: Continuo, incesante, que no tiene intermisión. Que vive más de dos años.
40. Impasible: Incapaz de padecer o sentir.
41. Chicheaban: Emitir repetidamente el sonido inarticulado de s y ch, por lo común para manifestar desaprobación o desagrado
42. Lubrico: Propenso a un vicio, y particularmente a la lujuria.
43. Inmisericorde: Dicho de una persona: Que no se compadece de nadie.
44.Pringoso: Que tiene pringue o está grasiento o pegajoso.
45.Inusitado: No usado, desacostumbrado.
PATARUCO
Rómulo Gallegos
Pataruco era el mejor arpista de la Fila de Mariches. Nadie como él sabía puntear un joropo, ni nadie darle tan sabrosa cadencia al canto de un pasaje, ese canto lleno de melancolía de la música vernácula. Tocaba con sentimiento, compenetrado en el alma del aire que arrancaba a las cuerdas grasientas sus dedos virtuosos, retorciéndose en la jubilosa embriaguez del escobillao del golpe aragüeño, echando el rostro hacia atrás, con los ojos en blanco, como para sorberse toda la quejumbrosa lujuria del pasaje, vibrando en el espasmo musical de la cola, a cuyos acordes los bailadores jadeantes lanzaban gritos lascivos, que turbaban a las mujeres, pues era fama que los joropos de Pataruco, sobre todo cuando éste estaba medio «templao», bailados de la «madrugá p'abajo», le calentaban la sangre al más apático.
Por otra parte el Pataruco era un hombre completo y en donde él tocase no había temor de que a ningún maluco de la región se le antojase «acabar el joropo» cortándole las cuerdas al arpa, pues con un araguaney en las manos el indio era una notabilidad y había que ver cómo bregaba. Por estas razones, cuando en la época de la cosecha del café llegaban las bullangueras romerías de las escogedoras y las noches de la Fila comenzaban a alegrarse con el son de las guitarras y con el rumor de las «parrandas», al Pataruco no le alcanzaba el tiempo para tocar los joropos que «le salían» en los ranchos esparcidos en las haciendas del contorno.
Pero no había de llegar a viejo con el arpa al hombro, trajinando por las cuestas repechosas de la Fila, en la oscuridad de las noches llenas de consejas pavorizantes y cuya negrura duplicaban los altos y coposos guamos de los cafetales, poblados de siniestros rumores de crótalos, silbidos de macaureles y gañidos espeluznantes de váquiros sedientos que en la época de las quemazones bajaban de las montañas de Capaya, huyendo del fuego que invadiera sus laderas, y atravesaban las haciendas de la Fila, en manadas bravías en busca del agua escasa.
Azares propicios de la suerte o habilidades o virtudes del hombre, convirtiéronle, a la vuelta de no muchos años, en el hacendado más rico de Mariches. Para explicar el milagro salía a relucir en las bocas de algunos la manoseada patraña de la legendaria botijuela colmada de onzas enterradas por «los españoles»; otros escépticos y pesimistas, hablaban de chivaterías del Pataruco con una viuda rica que le nombró su mayordomo y a quien despojara de su hacienda; otros por fin, y eran los menos, atribuían el caso a la laboriosidad del arpista, que de peón de trilla había ascendido virtuosamente hasta la condición de propietario. Pero, por esto o por aquello, lo cierto era que el indio le había echado para siempre «la colcha al arpa» y vivía en Caracas en casa grande, casado con una mujer blanca y fina de la cual tuvo numerosos hijos en cuyos pies no aparecían los formidables juanetes que a él le valieron el sobrenombre de Pataruco.
Uno de sus hijos, Pedro Carlos, heredó la vocación por la música. Temerosa de que el muchacho fuera a salirle arpista, la madre procuró extirparle la afición; pero como el chico la tenía en la sangre y no es cosa hacedera torcer o frustrar las leyes implacables de la naturaleza, la señora se propuso entonces cultivársela y para ello le buscó buenos maestros de piano. Más tarde, cuando ya Pedro, Carlos era un hombrecito, obtuvo del marido que lo enviase a Europa a perfeccionar sus estudios, porque, aunque lo veía bien encaminado y con el gusto depurado en el contacto con lo que ella llamaba la «música fina», no se le quitaba del ánimo maternal y supersticioso el temor de verlo, el día menos pensado, con un arpa en las manos punteando un joropo. De este modo el hijo de Pataruco obtuvo en los grandes centros civilizados del mundo un barniz de cultura que corría pareja con la acción suavizadora y blanqueante del clima sobre el cutis, un tanto revelador de la mezcla de sangre que había en él, y en los centros artísticos que frecuentó con éxito relativo, una conveniente educación musical.
Así, refinado y nutrido de ideas, tornó a la Patria al cabo de algunos años y si en el hogar halló, por fortuna, el puesto vacío que había dejado su padre, en cambio encontró acogida entusiasta y generosa entre sus compatriotas.
Traía en la cabeza un hervidero de grandes propósitos: soñaba con traducir en grandiosas y nuevas armonías la agreste majestad del paisaje vernáculo, lleno de luz gloriosa; la vida impulsiva y dolorosa de la raza que se consume en momentáneos incendios de pasiones violentas y pintorescas, como efímeros castillos de fuegos artificiales, de los cuales a la postre y bien pronto, sólo queda la arboladura lamentable de los fracasos tempranos. Estaba seguro de que iba a crear la música nacional.
Creyó haberlo logrado en unos motivos que compuso y que dio a conocer en un concierto en cuya expectativa las esperanzas de los que estaban ávidos de una manifestación de arte de tal género, cuajaron en prematuros elogios del gran talento musical del compatriota. Pero salieron frustradas las esperanzas: la música de Pedro Carlos era un conglomerado de reminiscencias de los grandes maestros, mezcladas y fundidas con extravagancias de pésimo gusto que, pretendiendo dar la nota típica del colorido local sólo daban la impresión de una mascarada de negros disfrazados de príncipes blondos. Alguien condensó en un sarcasmo brutal, netamente criollo, la decepción sufrida por el público entendido:
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