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Barthes o la primera vez


Enviado por   •  29 de Abril de 2020  •  Ensayos  •  724 Palabras (3 Páginas)  •  65 Visitas

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BARTHES O LA PRIMERA VEZ

Todavía me acuerdo de aquella tarde en la casa de Analía cuando encontré en un estante un librito azul celeste titulado El espacio literario. Me acuerdo de haber leído, seguramente sin entender nada, dos o tres párrafos de páginas diferentes, muy distantes entre sí, y decir en voz alta (yo no tendría veinte años) ‘Es esto lo que hay que hacer’. Nada semejante me pasó con Barthes. Barthes empezó siendo para mí uno de los estructuralistas que nos hacían leer en la Facultad, al lado de Genette, Todorov y otros. Creo recordar que me gustaba cuando hablaba de las catálisis, es decir, de aquellos detalles que por superfluos, al menos eso era lo que yo creía, en parte equivocadamente, como creí entender después, eran indiferentes a la estructura significante del relato. Más adelante, todo esto lo dice o lo pervierte la memoria, Barthes era un autor poco arriesgado, tanto teórica como estilísticamente, comparado, por ejemplo, con Kristeva (de quien yo, y creo que nadie, entendía nada, pero que era muy moderna) o con Derrida (a quien personalmente empecé a creer entender mucho después). Me acuerdo de mi asistencia a algún seminario que Nicolás Rosa dictó en la Escuela de Letras en el que Barthes era un modelo, casi un ideal, de la lectura crítica y otros de Alberto Giordano en los que por primera vez, sí, escuchaba de la singularidad de la perspectiva crítica de Barthes, esa curiosa conjunción de ciencia y subjetividad. Mi ignorancia y mi ignorante y perezoso desdén por la jerga psicoanalítica me impidieron, seguramente, leer a Barthes como entonces se me proponía. Me parece que fue por entonces cuando leí los ensayos dedicados al libro de Marthe Robert sobre Kafka y a la frase de Flaubert, es decir, cuando leí (¡oh escándalo!) a Barthes como bibliografía, como bibliografía de mis autores queridos. Pero allí, quizá, aprendí de veras lo que Alberto trataba de transmitir. Aprender a leer el detalle con Barthes. (Todavía no sabía nada o casi nada de Benjamin). Fue bastante después que leí los Fragmentos de un discurso amoroso y Barthes por Barthes, libros que tienen otro interés, cuyo interés coincide casi exactamente con su riesgo: la empatía, la identificación o como quiera llamársela. Un cierto patetismo, elegante, muy elegante, sin embargo, lo que lo hacía más riesgoso todavía. Pero había ahí algo fascinante que creo reconocí después: la posibilidad de escribir desde sí y por tanto sobre sí escribiendo acerca de cualquier cosa, posibilidad que a su vez debía corregirse con la necesidad de escribir acerca de cualquier cosa para volver a sí, a un sí que uno no conocía antes de empezar a escribir. Y aquí quizá está el límite de mi relación con Barthes. Me parece que escriba sobre lo que escriba, todo lo que Barthes escribe cae en el horizonte de su yo, un yo tanto más poderoso en la medida misma en que hace gala de su debilidad. Si uno no sintoniza con ese yo, no puede entrar en ese mundo, en cuyo umbral parece que hay un cartel que dice ‘yo y mis lecturas’. Y sin embargo, qué mundo variado, matizado y complejo en su estrechez, qué perseverancia en interrogar los mismos rincones, las mismas experiencias, los mismos placeres y los mismos dolores de ese mundo. Fue todavía mucho más tarde que leí el que tal vez, y a contramano de su intención, es para mí el libro más impersonal de Barthes, La cámara lúcida. Allí, por un momento, es la fotografía que habla en Barthes. La relación entre la fotografía, el pasado y la muerte me hizo pensar largamente, seguramente porque yo estaba oscuramente pensando en eso o en algo parecido, pero también me hizo pensar en muchas otras cosas sin relación aparente entre sí, en Chejov y en el tango y en todos nuestros ayeres y en el hoy cansado. Creo que fue con ese libro, en ese libro que me encontré, para usar la palabra en el sentido de Paul Celan, que me encontré, en la distancia y la extrañeza, con Barthes. Tal vez así releo Barthes ahora, cada vez que lo releo, a la espera de la misma distancia y la misma extrañeza, si llegan. Como Barthes mismo escribió alguna vez: “afirmo el primer encuentro en su diferencia, quiero su regreso, no su repetición”.

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