Carta Para Un Amigo
cachy62878 de Noviembre de 2012
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¿Por qué no nos damos
tiempo para cultivar
las relaciones con
nuestros mayores afecto?
CARTA
A UN
AMIGO Por Foster Furgolo
El taxista debía de estar absorto en lo que leía, pues tuve que golpear con los nudillos en el parabrisas para lograr su atención.
- ¿está usted en servicio? –le pregunté cuando por fin alcanzó la vista. Asintió la cabeza y, luego, mientras me acomodaba en el asiento trasero, se disculpó:
- Perdone usted… estaba leyendo una carta.
- Las cartas de casa son siempre valiosísimas – comenté. Después, estimando que aquel hombre tendría entre 60 y 65 años de edad, conjeturé-: ¿De su hijo? ¿quizá de su nieto?
- No; no se trata de mi familia, aunque bien podría serlo. Porque Ed es mi más viejo amigo. En realidad, él y yo solíamos tratarnos de “Mi viejo”… es decir, cuando nos veíamos. No soy muy bueno para escribir.
- Creo que casi nadie es muy afecto a sostener correspondencia. Por lo que me dice, entiendo que se trata de alguien a quien conoce desde hace mucho, ¿verdad?
- Sí; de toda la vida. Fuimos compañeros de clase durante todos los años de escuela.
- ¡Qué bien! Son raras las personas que logran conservar las amistades tanto tiempo.
- En realidad, le diré, no lo había visto más de una o dos veces al año en los últimos 25 años, pues me fui a vivir a otra población, y así se pierde de la relación. ¡Pero era un tipo estupendo!
- ERA, dice usted… ¿Significa eso que…?
El taxista movió la cabeza, asintiendo. Precisó:
- Falleció hace dos semana.
- ¡Lo siento! –repuse-. Duele mucho perder a un viejo amigo.
El taxista guardó silencio, y seguimos nuestro camino callados, durante varios minutos. Al hablar de nuevo, lo hizo como si, más que a mí, se dirigiera a sí mismo:
- Debí seguir en relación más cercana a él.
- En efecto –convine-, todo debiéramos seguir en contacto más estrecho con nuestros viejos amigos. Pero, al parecer, no nos damos tiempo para eso.
El taxista se encogió de hombros.
- Antes, sí nos dábamos tiempo. Esto se menciona en la carta –me la pasó y dijo-: Échele un vistazo.
- ¡Gracias! –repuse-, pero no me atrevo a leer su correspondencia.
Es un asunto muy personal…
- El viejo Ed ha muerto –replicó-. Ya no hay en esto nada personal. Léala, si gusta.
La carta, escrita en lápiz, comenzaba: “mi viejo”, a manera de saludo. La primera frase me recordó mi propia conducta: Hace tiempo que me propongo escribirte, pero siempre lo dejo para después. El firmante seguía diciendo que recordaba a menudo los buenos ratos que habían pasado juntos. La misiva se refería a sucesos de interés para el taxista: alusiones a travesuras y bromas de adolescentes, amables recuerdo de tiempos idos.
- ¿Trabajaban ustedes dos en el mismo lugar?
- No, pero de solteros andábamos siempre juntos. Luego, ya casados, durante un tiempo no visitábamos. Pero más tarde nos limitamos a enviarnos tarjetas navideñas. Por supuesto, nunca faltaban algunas líneas que añadíamos a las tarjetas impresas, preguntando qué hacían los niños, y cosas así… Pero nunca nos escribimos una verdadera carta.
- Este párrafo es muy bueno –observe-. Aquí, donde dice: A través de los años, tu amistad ha sido para mí de gran valor; más de lo que puedo decirte, porque no soy bueno para explicar esto. (Al llegar a este punto, ya estaba yo aprobando con la cabeza.) esto es algo que a usted debe de haberle dado gran satisfacción, ¿verdad?
El taxista masculló algo que no oí muy bien. Comenté:
- Le aseguro que a mí me agradaría mucho recibir una
...