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Enviado por   •  19 de Noviembre de 2020  •  Tutoriales  •  435 Palabras (2 Páginas)  •  84 Visitas

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Mellino, Cristofer

Comisión 7

Dentro de los múltiples objetos que podría indicar como relevante en la vida escolar, he seleccionado el que mayores recuerdos, gratificantes, me ha dado: El laboratorio. Este ha sido mi huella. Asistir a una escuela técnica conlleva un mundo diferente al que podría llevarse a cabo en una institución regular de enseñanza. Los horarios eran excesivamente cargados, pues la jornada escolar se extendía de la tumultuosa entrada a las 7:40 hrs de la mañana, iniciada con un saludo castrense al director, pasando por un breve intervalo vespertino, hasta llegar a las 22hrs de salida, nuevamente caótica, del edificio. Este escenario, que ha llevado a muchos a desertar, yo con los años lo he romantizado. Añoro asistir como un alumno a esos pasillos. El haber compartido una fraternidad aguda con mis compañeros, de los cuales seguimos encontrado nos asiduamente, nos permitía expresar el epíteto “nos vemos más entre nos que a nuestra propia familia”.

La educación, que tenía un perfil electrónico-informático, nos permitía una cierta flexibilización a la hora de pensar y actuar. Es decir, la escuela nos otorgaba las herramientas adecuadas para que nosotros, en el escenario del Laboratorio, realizáramos un proyecto, que debía concluir a finales de año. Tiempo en que se celebraba una feria, en donde se exhibían las diferentes aspiraciones: desde un brazo robótico movido por el usuario, un cartel informativo constituido por leds, que a sido instalado en varios de los transportes públicos de nuestros días, hasta una cava de vinos automática.

El saber en nuestra escuela no era para nada una muestra de superioridad. No había competencia entre nosotros, es más, creo que había una solidaridad y cooperación, que permitía que cada grupo gestionara más velozmente la obligación pertinente. Sin embargo, nuestro punto de anclaje eran los profesores. Todos ingenieros formados, de sabiduría inusitada, asistían a suelo escolar tras haber concurrido a sus puestos universitarios. El laboratorio era otro sitio, cuando arriba su “microchip”: simplemente abría su carpeta, e iniciaba velozmente a garabatear un sinfín de ecuaciones de Laplace y Fourier, sin que nosotros podamos levantar nuestra escabrosa mano para hacer una demanda. Era la unión perfecta de armonía, profesor y laboratorio, que iban al compás de la enseñanza.

Amerita resaltar que la instrucción técnica conlleva un año más. Resalto esto porque, quien esté dispuesto a corta edad, a perder ciertas licencias y tiempos, no debe resignarse.  Pennac es magnífico cuando alude sobre el amor, pues no hace más inteligentes. Yo tengo amor por el Laboratorio. Son 7 años, de los cuales abundan un sinfín de dificultades, pero de las que estaría dispuesto a atravesar nuevamente.

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