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DE ENRIQUE GIL GILBERT


Enviado por   •  3 de Diciembre de 2013  •  Tesis  •  1.943 Palabras (8 Páginas)  •  546 Visitas

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EL MALO

DE ENRIQUE GIL GILBERT

La acción se desarrolla mediante el diálogo y los pensamientos de los personajes. La unidad se deriva de la presentación parcial de los personajes y de la trama. El lector tiene que participar activamente en el proceso creativo. En “El malo”, el detalle importante de la edad de Leopoldo no se revela hasta casi el fin del primer tercio del cuento y entonces, de una manera poco categórica. La muerte del hermanito impresiona porque la vemos por los ojos de Leopoldo y como él, tardamos en darnos cuenta exacta de lo que pasó.

“El malo” se distingue de los cuentos anteriores de Los que se van por su gran penetración psicológica y por su construcción más compleja. Dividiendo el cuento en tres escenas, se puede comprender el doble propósito del autor: el captar directamente los pensamientos y las emociones de un niño de ocho años y el presentar la fuerza de la opinión pública. En la primera escena, que acaba con la muerte, predomina el mundo interior de Leopoldo cuyas divagaciones alternan con sus esfuerzos para hacer dormir al chiquito. El tema de los vecinos se insinúa levemente en los recuerdos de Leopoldo y en la entrada inesperada de la Chepa. En la segunda escena, que consta de las dos carreras, el autor funde con gran talento los dos temas. El muchacho aterrorizado pasa volando por entre los comentarios de todos los vecinos. Si se apartan para dejarlo pasar en la primera mitad de la carrera, lo acosan despiadadamente cuando vuelve. “Y subieron todos y todos vieron y ninguno creyó en lo que veía.” En la tercera escena, igual que en el tercer acto de algunos dramas del Siglo de Oro (v. gr. El alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca), el tema principal de comienzos de la obra se opaca mientras el tema secundario se convierte en el principal. Ante los dardos constantes de los vecinos, Leopoldo se calla. La explicación lógica de Juan también cede ante el fanatismo de los vecinos; y para colmo, hasta el amor materno vacila ante la presión pública. Al comienzo del cuento, Leopoldo recuerda cómo también su madre lo llamaba “demonio”. Sin embargo, en el momento supremo, acude desesperadamente a la comprensión de su madre. Ella responde abrazándolo, pero ahí no termina el cuento. Todavía faltan los dos comentarios anónimos que, sin que el autor nos lo diga, ponen en duda el amor materno. La oración dedicada a la sonrisa diabólica del machete separa los dos comentarios y les da más relieve.

En fin, el terror delirante y la impotencia angustiosa de Leopoldo se crean con tanta destreza que “El malo” tiene que figurar como una de las obras maestras del cuento hispanoamericano.

EL MALO de ENRIQUE GIL GILBERT

Duérmase niñito,

duérmase por Dios;

duérmase niñito

que allí viene el cuco,

¡ahahá! ¡ahahá!

Y Leopoldo elevaba su destemplada voz meciéndose a todo vuelo en la hamaca, tratando de arrullar a su hermanito menor.

—¡Er moro!

Así lo llamaban porque hasta muy crecido había estado sin recibir las aguas bautismales.

—¡Er moro! ¡Jesú, qué malo ha de ser!

—¿Y nuá venío tuabía la mala pájara a gritajle?

—Iz que cuando uno es moro la mala pájara pare...

—No: le saca los ojitos ar moro.

San José y la virgen

fueron a Belén

a adorar al niño

y a Jesús también.

María lavaba,

San José tendía

los ricos pañales

que el niño tenía,

¡ahahá! ¡ahahá!

Y seguía meciendo. El cuerpo medio torcido, más elevada una pierna que otra, sólo la más prolongada servía de palanca mecedora. En los labios un pedazo de res: el “rompe camisa”.

Más sucio y andrajoso que un mendigo, hacía exclamar a su madre:

—¡Si ya nuai vida con este demonio! ¡Vea: si nuace un ratito que lo hei bestío y ya anda como de un mes!

Pero él era impasible. Travieso y malcriado por instinto. Vivo; tal vez demasiado vivo.

Sus pillerías eran porque sí. Porque se le antojaba hacerlo.

Ahora su papá y su mamá se habían ido al desmonte. Tenía que cocinar. Cuidar a su hermanito. Hacerlo dormir, y cuando ya esté dormido, ir llevando la comida a sus taitas. Y lo más probable era que recibiera su cueriza.

Sabía sin duda lo que le esperaba. Pero aunque ya el sol “estaba bastante paradito”, no se preocupaba de poner las ollas en el fogón. Tenía su cueriza segura. Pero ¡bah!

¿Qué era jugar un ratito?... Si le pagaban le dolería un ratito y... ¡nada más! Con sobarse contra el suelo, sobre la yerba de la virgen...

Y viendo que el pequeño no se dormía se agachó; se agachó hasta casi tocarle la nariz contra la de él.

El bebé, espantado, saltó, agitó las manecitas. Hizo un gesto que lo afeaba y quiso llorar.

—¡Duérmete! —ordenó.

Pero el muy sinvergüenza en lugar de dormirse se puso a llorar.

—Vea ñañito: ¡duérmase que tengo que cocinar!

Y empleaba todas las razones más convincentes que hallaba al alcance de su mentalidad infantil.

El bebé no hacía caso.

Recurrió entonces a los métodos violentos.

—¿No quieres dormirte? ¡Ahora verás! Cogiólo por los hombritos y lo sacudió.

—¡Si no te duermes verás!

Y más y más lo sacudía. Pero el bebé gritaba y gritaba sin dormirse.

—¡Agú! ¡Agú! ¡Agú!

—Parece pito, de esos pitos que hacen con cacho e toro y ombligo

...

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