DESARROLLO SUSTENTABLE
224106004927 de Noviembre de 2012
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El desarrollo de las actividades humanas sean simples o complejas ocasionan, sin duda alguna, algún tipo de degradación de los recursos de la tierra del mundo, los cuales constituyen la base de los procesos productivos, pero especialmente de la seguridad alimentaria. Desde la dimensión económica que clasifica los países, las naciones industrializadas son las que consumen la mayor parte de los recursos naturales del planeta en beneficio de una pequeña fracción de la población.
El consumo de los recursos crece todos los años y con ello aquellas naciones se distancias cada vez mas de los países de menor desarrollo, en los que viven poco mas de los dos tercios de los habitantes del globo, cuyo punto de partida es de grave deterioro ambiental, baja productividad y escasa capacidad para alcanzar niveles medios de bienestar que garanticen normas de convivencia humana internacionalmente acordadas. El informe del club de Roma, en 1972, identifico cinco géneros de variables que ponían en riesgo tanto al sistema de producción global como a la población humana.
Estas variables fueron: monto y tasa de crecimiento de la población mundial, disponibilidad y tasa de utilización de recursos naturales, crecimiento del capital y la producción industrial, producción de alimentos y extensión de la contaminación ambiental.
Treinta y cuatro años después de aquel informe (1972-2006) la evaluación mundial de la degradación antropogenia de los suelos demostrado que el 15% de la superficie total de las tierras en todo el mundo sufrido daños (en un 13% de los casos los daños han sido ligeros y moderados, y en un 2% graves y muy graves) debido sobre todo a la erosión, la disminución de los nutrientes, la salinización y la compactación física.
En consecuencia la protección de los recursos naturales ya la del medio ambiente resulta, pues, uno de los retos principales al que se enfrenta la humanidad.
Cómo impacta nuestra sociedad al medio ambiente
Si pudiéramos observar la Tierra desde su satélite natural, la Luna, luciría como un planeta apacible, una esfera azul salpicada por masas de nubes sumida en una aparente e inalterable calma.
Las grandes cuencas oceánicas y los mares, los continentes, las islas y los hielos perpetuos de los polos parecerían inmutables. Quizá tan sólo el movimiento de las nubes nos daría la impresión de que algo en ella cambia.
Mirando desde ahí, tal vez muy pocos sabrían que la apariencia actual del planeta es el resultado de la acción acumulada, a lo largo de varios miles de millones de años, de fenómenos naturales como los sismos, las erupciones volcánicas, los huracanes, la erosión causada por el viento y el agua, así como por la actividad de los seres vivos.
Esas fuerzas siguen modificando nuestro planeta: crean nuevas tierras y desaparecen otras, modelan las costas, remueven y alteran la vegetación y permiten la evolución de nuevas formas de plantas, animales y microorganismos. Nuestro mundo no es estático, está en continuo cambio.
Viajando hacia la Tierra y traspasando su atmósfera, se harían visibles las huellas de nuestra presencia. Si es de noche, serían perceptibles los entramados de las zonas urbanas a manera de manchas de luz, así como los caminos y las carreteras que las conectan; de día, los campos agrícolas y los caminos que cruzan bosques y selvas serían reconocibles, tanto como los embalses que yacen detrás de las cortinas de las presas y las minas a cielo abierto, por mencionar tan sólo algunas de las huellas que la civilización moderna ha dejado sobre la superficie del globo.
El desarrollo de nuestra civilización ha modificado, y en muchos casos de manera substancial, el paisaje terrestre. Las ciudades y poblados en los que vivimos, así como los campos de los que obtenemos nuestros alimentos
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