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El Ahorcamiento De Alfred Wadham


Enviado por   •  5 de Julio de 2014  •  2.453 Palabras (10 Páginas)  •  198 Visitas

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El Ahorcamiento de Alfred Wadham.

The hanging of Alfred Wadham; E.F. Benson (1867-1940)

Le estuve comentando al padre Denys Hanbuky sobre un la gran sesión de espiritismo a la que había asistido. La médium, en trance, había dicho cosas desconocidas para todos salvo para mí y un amigo mío que había muerto recientemente, y que según la médium, estaba presente. Naturalmente, desde el punto de vista científico, el único desde el que deberíamos abordar esos fenómenos, esa información no era una prueba de que el espíritu estuviera en contacto con ella, pues aquello ya lo conocía yo, y mediante algún proceso telepático pudo ser comunicado a la médium a través de mi cerebro, y no mediante la intervención del muerto.

Además ella no hablaba con su voz ordinaria, sino con una que se asemejaba a la de mi amigo. Pero yo también conocía su voz; estaba en mi memoria igual que las cosas que ella decía. Por tanto, tal cómo le comenté al padre Denys, había que descartar aquello como una prueba positiva de que la comunicación procedía del otro lado de la muerte.

-La teoría telepática es posible -le dije-, y tenemos que aceptar cualquier explicación conocida que dé cuenta de los hechos antes de concluir que los muertos han regresado y contactado con el mundo material. Aunque la habitación estaba cálida vi que él se estremeció ligeramente, y acercando un poco más la silla al fuego extendió las manos ante las llamas. Qué manos eran aquéllas: hermosas y expresivas, muy semejantes a las manos en oración de Alberto Durero: las llamas brillaban a través de ellas como si lo hicieran a través de un alabastro. Sacudió la cabeza.

-Es peligroso tratar de entrar en comunicación con los muertos. -me dijo- Si parece que entra en contacto con ellos corre el riesgo de establecer la conexión no con ellos, sino con inteligencias terribles y peligrosas. Estudie la telepatía, pues es una de las maravillas de la mente que deberíamos investigar, como cualquier otro secreto de la naturaleza. Pero le he interrumpido: dijo que sucedió algo más. Hábleme de ello.

Yo conocía el credo del padre Denys acerca de esas cosas, y lo deploraba. Tal como su iglesia le exige, sostiene que la relación con los espíritus de los muertos es imposible, y que cuando parece producirse, tal como indudablemente sucede, el investigador está en realidad en contacto con una especie de demonio que está tomando la personalidad del espíritu del muerto. Tal cosa me pareció monstruosa y carente de fundamento, y no he podido descubrir nada en las fuentes reconocidas de la doctrina cristiana que justifique dicho punto de vista.

-Sí, ahora viene lo extraño -proseguí-. Pues hablando todavía con la voz de mi amigo, la médium me dijo algo que al instante creí que era falso. Por tanto no pudo ser transmitido telepáticamente. Cuando la sesión terminó examiné el diario de mi amigo, que me había legado a su muerte. Encontré allí una entrada que demostraba que lo que había dicho la médium era absolutamente cierto. Algo -y no necesito entrar en ello- había sucedido exactamente tal como ella lo había dicho. Aquello no podía haber llegado a la mente de la médium desde mi propia mente, y no existe ninguna fuente en la que yo pueda pensar desde la que ella pudiera obtener ese dato, salvo de mi amigo. ¿Qué dice usted a eso?

-No cambio en absoluto mi posición -me contestó sacudiendo la cabeza-. Esa información, aceptando que no procediera de su mente, lo que ciertamente parece imposible, procedería de algún ser desencarnado. Pero no del espíritu de su amigo: venía de alguna inteligencia maligna y horrible.

-¿Y no es eso pura suposición? -pregunté- Seguramente es mucho más simple decir que, bajo ciertas condiciones, los muertos pueden comunicarse con nosotros. ¿Por qué meter aquí al diablo?

-No es demasiado tarde -contestó mirando el reloj-. A no ser que quiera irse a la cama, concédame su atención durante media hora y trataré de demostrárselo.

El resto de la historia es lo que me contó el padre Denys, y lo que sucedió inmediatamente después.

-Aunque usted no es católico, pienso que estará de acuerdo acerca de una institución que juega un importante papel en nuestro ministerio, me refiero a la confesión, por lo sagrado de ésta y su inviolabilidad. Una alma cargada por el pecado llega a su confesor sabiendo que éste está hablando con aquél que tiene el poder de darnos o retirarnos el perdón, pero que nunca, por razón alguna, repetirá o sugerirá lo que se le ha contado. Si existiera la más ligera posibilidad de que la confesión del penitente se diera a conocer a algún otro, salvo al propio penitente, con propósitos de expiación o de deshacer algún error, nadie se confesaría nunca. La iglesia perdería el más importante baluarte que posee sobre las almas de los hombres, y las almas de los hombres perderían ese consuelo inestimable de saber (no simplemente de esperar, sino saber) que sus pecados les han sido perdonados.

Evidentemente el sacerdote puede no dar la absolución si no está convencido de hallarse frente a un penitente auténtico, y antes de darla insistirá en que el penitente repare, en la medida en la que le sea posible, el mal que ha hecho. Si se ha beneficiado de su deshonestidad, deberá hacer el bien: cualquiera que sea el crimen que haya cometido deberá garantizar que su arrepentimiento es sincero. Pero imagino que aceptará que en ningún caso puede el sacerdote repetir lo que se le ha dicho con independencia de cuáles puedan ser las consecuencias de su silencio. Aunque repitiéndolas pudiera corregir o evitar un mal horrible, le sería imposible. Lo que ha oído lo ha oído bajo el sello de la confesión, y con respecto a lo sagrado de éste no hay argumentación concebible.

-Es posible imaginar qué terribles consecuencias resultan de ello. -intervine- Pero lo acepto.

-Ya antes de ahora se han producido consecuencias terribles. -prosiguió- Pero no afectan al principio. Y ahora voy a hablarle de una confesión que me hicieron en una ocasión.

-Pero ¿cómo va a hacerlo? Eso es imposible.

-Por una determinada razón a la que llegaremos más adelante, comprobará que ese secreto ya no me incumbe a mí. Pero no es ésa la clave de mi historia: sino la de advertirle sobre los intentos de establecer comunicación con los muertos. Parecen llegar a nosotros, a través de ellos, signos y muestras, voces y apariciones: pero ¿quién los envía? Se dará cuenta de a qué me refiero.

Me puse cómodo para disponerme

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