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Encuentro Exalumnos


Enviado por   •  4 de Agosto de 2014  •  1.307 Palabras (6 Páginas)  •  207 Visitas

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Colegio Calasanz Bogotá

Departamento de Ciencias Sociales

Juan David González Arenas

ENCUENTRO EXALUMNOS

Han pasado casi cuatros años ya desde mi primera clase de filosofía en el colegio, cuando no era más que una pequeña sombra de hombre que no sabía de dónde venía la luz que lo proyectaba y se preguntaba constantemente qué lo hacía especial, único. Me encuentro ahora sentado en la sala de mi casa enfrente de una pantalla, que por mucho se haya en blanco, y se me pide que responda a tres preguntas concretas, a saber: ¿Qué motivó mi opción por la filosofía? ¿Tuvo algo que ver el colegio en esa decisión? ¿Qué le da sentido a mi práctica profesional? Y si bien pareciese que son interrogantes bastante sencillos de abordar, ya de partida intuyo que, por lo menos para el que les escribe, será un proceso largo e incluso doloroso, porque por este sendero me dirijo a cuestiones, e incluso heridas que no he trabajado antes del todo y quizá revelen más de lo esperado sobre mí mismo.

1. ¿Qué motivó mi opción por la filosofía?

Ya de partida me encuentro de frente con el mayor de los obstáculos que aquí se me plantean, siendo así que ya siento ganas de abandonar todo, cerrar el computador e irme a acostar. Mientras estuve dentro de los muros de la educación secundaria escolapia hablé de vocación, libertad, resistencia e incluso de verdad. Pero ahora que me hallo fuera de la burbuja y he entrado en el mundo universitario, en el que ya no hay aplausos que acompañen el fluir de cada una de mis palabras o ese silencio de admiración, desinterés quizá, que seguía, o así lo creía yo, a mis reflexiones elocuentes y del todo muertas, veo que mi motivación primera fue otra muy distinta a las antes mencionadas. La filosofía no me atrajo por su belleza, sus pasajes oscuros o su desbordante cercanía con los problemas centrales de la existencia humana; la filosofía me atrajo por ser lo primero en lo que sentí que era bueno, por ser lo primero en lo que las palabras no se atoraban en mi garganta y se negaban a salir. Siempre entre la audiencia aplaudiendo los logros de amigos míos que destacaban en lo que yo apenas entendía, se me presentaba una oportunidad de asumir el rol principal y mostrarles a todos, en especial a mí, que también era bueno para algo y que mi puesto no era una silla vacía.

Y entonces, ya desde ese casi cinco de mi primer comentario de texto sentí que el camino se hacía claro y prometedor. Me dije a mi mismo que era la filosofía o el olvido; que era Kant o el papel de Sancho, y básicamente opté por ser el Quijote. Soportaba los días, las clases, las batas blancas y los timbres; sufría con cada nueva fórmula o peso molecular que la increíble instrucción que aquí recibí pensaba esencial para mi formación como ser humano. Más sólo me sentía a gusto, cálido, tranquilo entre los párrafos de La República o los aforismos de Nietzsche. Incluso soporté la hipocresía avara e interesada, no sin cierto gusto debo aceptar, de gente que jamás había hablado conmigo, y sin embargo, casualmente antes de algún examen sobre un texto que ni se preocupaban en leer, se esforzaban por mostrarse amables y conseguir así un resumen que les asegurara aunque fuese un tres.

Y bueno, el tiempo pasó, los semestres siguieron su curso, y eventualmente llegó el momento de decidir qué iba a hacer después de graduarme. Yo ya lo tenía claro desde noveno. Las pruebas de aptitud profesional sólo reforzaban mi idea de que en nada más tendría yo un futuro que me asegurase, no dinero ni la aprobación de mis padres o compañeros, sino un lugar en la historia y la certeza de que

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