Extracto De Peter Pan De Rojo Escarlata
Zambaks11 de Septiembre de 2012
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Peter Pan
de rojo escarlata
Geraldine McCaughrean
Ilustraciones de DAVID WYATT
Traducción de Isabel González-Gallarza
Publicado con el apoyo del Hospital infantil Great Ormond Street.
Prefacio
Cómo surgió este libro
Peter Pan y Wendy fue primero una obra de teatro. Después, un libro. Durante los primeros años del siglo XX, la historia de Peter Pan tuvo un éxito arrollador que hizo de su autor, James Matthew Barrie, el más aclamado de Gran Bretaña...
En 1929 Barrie le hizo un fabuloso regalo a su organización benéfica preferida. Cedió todos sus derechos de autor sobre Peter Pan al Hospital Infantil Great Ormond Street. Eso significaba que cada vez que alguien ponía en escena la obra o compraba un ejemplar de Peter Pan y Wendy, ganaba dinero el hospital, en lugar de Barrie. A lo largo de los años resultó ser un regalo más valioso de lo que Barrie jamás podría haber imaginado.
En 2004 el Hospital Infantil Great Ormond Street decidió autorizar, por primera vez, una segunda parte del libro Peter Pan y Wendy. Se convocó un concurso para encontrar, entre autores de todo el mundo, a alguien que escribiera una continuación de las aventuras de Peter Pan en el País de Nunca Jamás. Con un esquema de la trama y un capítulo a modo de muestra, Geraldine McCaughrean ganó este concurso. Peter Pan de rojo escarlata es el libro que escribió y que ahora les presentamos.
«Desde la paz de la primera morada
hasta los parajes aún por descubrir,
no hay otra cosa que merezca la pena ganar
que la risa y el amor de los amigos».
Hilaire Belloc
«Me gusta estar en compañía
de exploradores».
J. M. Barrie
Para todos los audaces exploradores,
y para J. M. Barrie, por supuesto.
Los niños adultos
—No pienso irme a la cama —dijo John para gran asombro de su esposa. Los niños nunca están dispuestos a irse a la cama, pero los adultos como John se mueren por reunirse con sus almohadas y sus edredones nada más terminar de cenar—. ¡No pienso irme a la cama! —repitió John con tal ímpetu que su mujer comprendió que estaba muy, muy asustado.
—Has vuelto a soñar otra vez, ¿verdad? —le preguntó con ternura—. Qué sufrimiento.
John se frotó los ojos con los puños cerrados.
—Ya te lo he dicho. ¡Yo nunca sueño! ¿Qué tiene que hacer un hombre para conseguir que su propia familia le crea?
Su mujer le acarició la cabeza y fue a abrir la cama. Allí, en el lado en el que solía dormir John, vio que algo abultaba debajo de la colcha. No era una bolsa de agua caliente, ni un oso de peluche, ni un libro. La mujer de John retiró las sábanas. Era un sable.
Dejando escapar un suspiro lo colgó del gancho que había detrás de la puerta del dormitorio, junto al carcaj con sus flechas y a la bata de John. Tanto a ella como a su marido les gustaba fingir que no ocurría nada (porque eso es lo que hacen los adultos cuando tienen problemas), pero secretamente ambos lo sabían: John estaba soñando otra vez con el País de Nunca Jamás. Después de cada sueño, a la mañana siguiente aparecía un objeto en su cama, como los huesos que quedan en el plato después de haber comido ciruelas. Un día era una espada; otro, una vela, un arco, un frasco con jarabe, un sombrero de copa... La noche en que John soñó con sirenas, al día siguiente un olor a pescado impregnó las escaleras durante todo el día. El armario estaba lleno a rebosar de los restos de los sueños: un reloj despertador, un sombrero de pirata, un tocado de plumas de un indio piel roja. Un parche para el ojo. (Las peores noches eran aquellas en que John soñaba con Garfio).
La mujer de John ahuecó las almohadas con una enérgica palmada, y entonces resonó un disparo en toda la casa, que despertó a los vecinos y aterrorizó al perro. La bala recorrió la habitación, rebotó sobre una lámpara e hizo añicos un jarrón. Con cuidado, la mujer de John sacó la pistola de debajo de la almohada sujetándola con dos dedos y la tiró a la basura, como un arenque que no estuviera muy fresco.
—¡Son tan reales! —gimió su marido desde el umbral—. ¡Estos horribles sueños son tan REALES!
En varios puntos de la ciudad de Londres e incluso en lugares tan lejanos como Fotheringdene y Grimswater, los niños adultos estaban soñando el mismo tipo de sueños. No se trataba de niños pequeños y tontorrones, sino de adultos: hombres alegres e imperturbables que trabajaban en bancos, conducían trenes, cultivaban fresas, escribían obras de teatro o representaban a los ciudadanos en el Parlamento. En sus acogedores hogares, rodeados de su familia y de sus amigos, pensaban que estaban a gusto y a salvo... hasta que empezaron los sueños. A partir de ese momento cada noche soñaban con el País de Nunca Jamás y cuando despertaban, descubrían objetos en sus camas, dagas o rollos de cuerda, un montón de hojas o un garfio.
¿Y qué tenían en común todos ellos? Una única cosa. Todos ellos, de niños, habían estado en el País de Nunca Jamás.
—¡Los he reunido a todos, caballeros, porque hay que hacer algo! —dijo el juez Tootles, retorciéndose las puntas de su gran bigote—. ¡Esto está muy mal! ¡Ha ido demasiado lejos y ha durado demasiado! ¡No puede ser! ¡Ya es suficiente! ¡Tenemos que actuar!
Estaban tomando una sopa marrón en la biblioteca del Club de Caballeros, en la esquina con Piccadilly, una sala marrón con retratos marrones de caballeros vestidos con trajes marrones. El humo de la chimenea flotaba en el aire como una niebla también marrón. La mesa de comedor estaba cubierta por una colección de armas de todo tipo, una suela de zapato, una gorra, y un par de huevos de un ave enorme.
El barón Slightly acariciaba los objetos con aire pensativo:
—¡Los restos del naufragio de la Noche bañan las costas de la Aurora! —dijo (y es que el barón Slightly tocaba el clarinete en un club nocturno y era propenso a escribir poesía).
—¡Llamemos a Wendy! ¡Ella sabrá lo que hay que hacer! —se le ocurrió al juez Tootles. Pero, por supuesto, Wendy no estaba presente en la reunión, pues en el Club de Caballeros no se permitía la entrada a las damas.
—Pues yo digo que al perro que duerme, no lo despiertes —dijo Nibs, pero nadie agradeció su aportación porque en el Club de Caballeros tampoco se permitía la entrada a los perros.
—¡No hay nada más fuerte que el poder de la mente! —exclamó John—. ¡Lo único que tenemos que hacer es esforzarnos más por no soñar!
—Eso ya lo hemos intentado —contestaron los Gemelos tristemente—. Nos pasamos toda la noche despiertos durante una semana entera.
—¿Y qué ocurrió? —preguntó John, intrigado.
—Nos quedamos dormidos en el autobús camino del trabajo, y seguimos durmiendo hasta llegar a Putney. Cuando nos despertamos, ambos llevábamos pinturas de guerra en la cara.
—Qué bonito —comentó el barón Slightly.
—Anoche soñamos con la Laguna —añadió el otro Gemelo.
Se oyó un murmullo de sinceros suspiros. Cada uno de los adultos había soñado últimamente con la Laguna, y se había despertado con el cabello mojado y los ojos brillantes.
—¿Existe alguna cura, Curly? —quiso saber Nibs, pero el doctor Curly no sabía de ninguna cura para una crisis de sueños no deseados.
—¡Deberíamos escribir una carta de reclamación! —tronó el juez Tootles. Pero a nadie le constaba que hubiera un Ministerio de Sueños, o un Ministerio de Estado para las Pesadillas.
Al final, sin haber solucionado nada, y sin tener siquiera un plan de acción, los niños adultos se sumieron en un profundo silencio y se quedaron dormidos en los sillones, mientras de sus tazas caían posos marrones de café sobre la alfombra marrón. Y todos tuvieron el mismo sueño.
Soñaron que estaban jugando al escondite con las sirenas, mientras los reflejos del arco iris saltaban y daban vueltas entre ellos como serpientes acuáticas. Entonces, desde las profundidades más tenebrosas emergió una gigantesca silueta que se deslizaba por el agua, y con su piel rugosa y cubierta de escamas les rozó la planta de los pies...
Cuando despertaron, sus ropas estaban empapadas y, tumbado de espaldas en medio de la biblioteca del Club de Caballeros, había un prodigioso cocodrilo que agitaba la cola y soltaba dentelladas en un esfuerzo por darse la vuelta y zampárselos a todos.
El Club de Caballeros se quedó vacío en el tiempo récord de cuarenta y tres segundos, y al día siguiente, todos los miembros recibieron una carta de la dirección.
El Club de Caballeros
Brown Street, esquina con Piccadilly,
Londres W1
23 de abril de 1926
Lamentamos comunicarles que el Club permanecerá cerrado por tareas de renovación de interiores desde el 23 de abril hasta aproximadamente 1999.
Quedamos a su disposición para cualquier duda o reclamación.
La Dirección del Club
Al final fue por supuesto Wendy quien les ofreció una explicación.
—Los sueños se están filtrando del País de Nunca Jamás —dijo—. Algo no funciona bien allí. Si queremos que cesen los sueños, tendremos que averiguar de qué se trata.
Wendy era una mujer sensata como ninguna. Tenía una mente muy organizada. Durante seis días a la semana desaprobaba categóricamente que los sueños
...