Fisica.
A192949Informe27 de Septiembre de 2012
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Cada día me doy cuenta de que todo tiene un sentido. “Todo lo que sube, baja”, se dice: ¿cuán cierto es? Preguntas similares nos las hemos hecho todos en algún momento. Lo que cuesta más es relacionar un fenómeno con otro, para darnos cuenta de que muchas de las interrogantes que nos planteamos tienen una explicación.
Afortunadamente, las jóvenes generaciones notan que el porvenir en muchos términos está marcado por la capacidad de razonar y la aplicación de conocimientos a la vida diaria. Pero, ¿cuánta atención se le da a la Física? Sin saberlo, no solo convivimos con ella; también hacemos física todos los días. Puedo demostrarlo con un ejemplo muy básico.
Un día normal de agosto, me levanto temprano, si percatarme de que la Tierra ha acabado de dar una vuelta sobre sí misma; que aumentó el nivel del mar porque se derritió un trozo de hielo en el Polo Sur; que en Colombo alguien se está preparando para dormir; que mamá sobrecalentó el tostador y el pan se ha quemado, o que mi reloj despertador, al cambiar la hora, activó un dispositivo para que hiciera ese ruidito que tanto detesto por la mañana. En fin, no le presto atención a estos acontecimientos y me levanto de la cama para ir hacia el baño.
Allí… ¿a quién veo en el espejo? ‘No puedo ser yo’, me digo…sin embargo, la luz que entra por la ventana me ilumina, y se refleja en el espejo, recreando una imagen clara. Soy yo, aunque no lo parezca… ¿y ese cabello? Ah, es normal: tanta fricción contra la almohada hizo que se electrizara y levantara…a mis ojos, simplemente me veo con cara de dormida, y despeinada.
Prosigo con mi día. Entro en la ducha y abro la llave del agua, esperando a que caiga. No pienso ni siquiera que estoy utilizando una palanca que abre ciertos conductos que permiten que el agua salga a la temperatura y presión que yo prefiera. Espero que el agua caiga sobre mí; siento un escalofrío que me recorre instantáneamente, y cuando salgo, me siento mucho más fresca. Sí, fue todo un intercambio de calor entre mi cuerpo y el agua, llegando a un equilibrio térmico. Pero a mí sólo me convence el hecho que se me quitó la cara de sueño.
Bajo a la cocina, y me toca comer el pan quemado de mi mamá. ¡Sigue caliente! Me despido, tomo mi bicicleta y me dirijo al colegio. ‘Debo darme prisa porque puedo atrasarme’… Mi reloj marca las 7:20, sin detenerme mucho a pensar cuántos engranajes se movieron gracias a la batería en su interior, cada segundo, para que el minutero se moviera un sesentavo de hora. Pedaleo y pedaleo, cumpliendo involuntariamente un movimiento uniformemente acelerado.
En mi camino me preocupé tanto por no atropellar a ningún peatón; por no ser atropellada; por no caerme en ningún hueco, y sobre todo por llegar a tiempo, que no me detuve a pensar que en esos momentos acababan de apagarse las luces de ciertos faros gracias al sensor que tienen que detectó la luz de esta bella mañana; que las campanas que se movieron en la iglesia, por vibración, produjeron ondas de sonido que se propagaron a través del aire hasta llegar a mis oídos; o que había una migración de mariposas que volaban al sur, desafiando el viento en busca de lugares mejores para reproducirse.
Es así como después de frenar, saltar muertos y tomar curvas, llego al colegio (¡aún a tiempo!) y me incorporo a mi lindo grupo de amigos, con quienes aprendo más de la vida, y comparto la mayor parte de mi día. Así, durante las próximas 8 a 9 horas paso con ellos momentos de aburridas o interesantes lecciones, animadas conversaciones, peleas, y tranquilos almuerzos. Pero me siento como ellos; entre nosotros no sólo hay física, sino también química, y todo lo que pueda haber entre un grupo de personas que se quieren. En todo caso, ¡imagino que ellos tampoco se percataron de lo que ha pasado a
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