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La Pala Encallada


Enviado por   •  8 de Febrero de 2015  •  635 Palabras (3 Páginas)  •  163 Visitas

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La Pala Encallada

Buenos días, le dije con los ojos aún rojos de la interminable noche anterior, en la que gracias a Ricardo, mi vecino y su horripilante gato maullador, no había podido cerrar los ojos ni diez minutos. Alejandra, mi esposa, mi hermosa esposa, estaba tan fresca como siempre, con su cara tan sonriente y tranquila, me ofreció el café negro que tomaba sin falta todos los días a las ocho y treinta de la mañana, con su sonrisa me contestó: “parece que para ti no son tan buenos” y soltó una carcajada sutil que me hizo olvidarme de todo. Ella siempre sabía cómo hacerme recuperar la cordura y concentrarme en sus caderas sensuales que me subían al cielo y me excitaban al instante, “hace mucho no nos bañamos juntos” le dije, sus mejillas se sonrojaron y agachó su cabeza instantáneamente.

Eran las diez de la mañana y ese maldito gato no dejaba de chillar, el imbécil de Ricardo solamente lo consentía y le decía lo feliz que le hacía. Yo llevaba sentado en mi sofá media hora, mirando por la ventana esa pala que estaba encallada en la tierra de mi antejardín desde hacía 6 meses cuando empecé a vivir en esa casa, a pesar de mi curiosidad no dejaba de oír la molesta voz de mi vecino y su ruidoso gato maullándole sin parar. Alejandra había salido desde hacía una hora, según ella al supermercado, aunque sé que aún se seguía viendo con ese idiota de Fernando, el hermano mayor de su mejor amiga, que por cierto, también estaba casado. Se veían desde hacía dos años, hace poco menos de ocho meses los había descubierto en la cama, ¡en mi cama!, entonces ella juró que lo dejaría.

Caía el medio día y Alejandra no llegaba, así que mi mente empezó a generar ideas macabras, ideas que jamás pensé llegar a tener, fui directamente a mi antejardín y empecé a quitar la tierra de la pala, la desencallé y la lavé en el patio, me llené de ira, una ira que agotó hasta la última gota de mi cordura, hasta el día de hoy, juro que vi el diablo sonriéndome, abandoné la calidez de mi hogar para asechar al gato de mi vecino, al que perseguí locamente con mi pala alrededor del patio hasta que sus tripas desechas la adornaron y su sangre mojó mi rostro, luego llamé a la puerta de Ricardo y sin decir ninguna palabra, apenas la abrió le pegué tan fuerte en la cabeza que quedó inconsciente, lo arrastré hasta su patio y a plena luz del día empecé a cavar la que sería la tumba de él y de su asqueroso gato, no sé si murió del golpe o de la asfixia que le produjo despertarse bajo la tierra, el hecho es que jamás lo volví a ver.

Eran las cinco de la tarde y Alejandra no llegaba, así que tomé mi hermosa pala adornada con la sangre de mi triunfante asesinato y salí a buscarla, lastimosamente no la encontré, así que mi ira creció descontroladamente y decidí volver a casa para beber una copa de vino. Llegó a las ocho de la noche, con su vestido

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