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La leyenda de la salamanca, la guarida del diablo


Enviado por   •  9 de Agosto de 2013  •  Ensayos  •  1.263 Palabras (6 Páginas)  •  329 Visitas

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La leyenda de la salamanca, la guarida del diablo

“Mandinga abrime la puerta, le dije cuando llegué. No le tengo miedo a nada cansado de padecer. Entrá nomás gaucho pobre, que nada te ha de pesar, viniendo a mi Salamanca ya nada te ha de faltar”, dice la chacarera. El diablo es centro de noche, por oposición a Dios, que es centro de luz. Uno arde en un mundo subterráneo y el otro brilla en el cielo. Pero en Salta, el “príncipe de la mentira” vive en la salamanca.

La salamanca es el refugio del diablo. Pocas veces deja su madriguera. Se sabe del primero de agosto y en carnaval, donde gusta lucirse en todas las artes del campo. Es diferente al colorido mandinga jujeño que gusta pasearse entre los mortales, con su cola y sus espejos multicolores. El diablo salamanequero de Salta es el “mejor de todos los gauchos”.

Cuentan que tiene un caballo bien puesto, sin imperfecciones, chispeante en las piedras y nervioso. Algunos dicen que es negro como la noche y que el ruido de sus pasos es musical. El ensillado derrocha plata y buen gusto. Lleva caronas de tigre con punteras chapeadas y lonja pescuecera grañada de tres vueltas, hecha con cuero de anta. Como buen gaucho mostrar sus prendas y ensilla para el carnaval para hacer crecer la envidia y el deseo.

El Mandinga salteño es arisco, no se anda mostrando. Se lo ve en la Salamanca y sólo la abandona unos días, en tiempos de carnaval donde revive despertado por las coplas picarescas y el trance de la chicha. Ese es el momento para recolectar las almas de sus adoradores más despistados. Se aparece en las carpas y y en los grandes bailes, humanizado en forma de gaucho rico. Lleva una faja de seda negra cubierta de una rastra con monedas de plata. Viste traje oscuro con guarda de abejas y puñal “de filo y contra-filo”, con mango de plata terminado en una punta de asta de ciervo.

Va a la carpa a divertirse, para aprovechar su escaso tiempo humanizado, libre de sus pinchudas astas y filosa y hedionda cola. Conquista chinitas para su entretenimiento y hombres para comprarles el alma. En la vida sencilla del gaucho los tienta con ofertas de éxito y grandes habilidades. Gusta del alcohol, pero no del vino, “porque es sagrado”. Anda derecho, con buena postura y fuma. Luce poncho salteño.

Sólo se lo detecta por un defecto que siempre trata de ocultar, pero que en su vanidad por el baile termina descubriendo: sus piernas le terminan en una pata de cabra y a veces de gallo. La disimula por debajo de la mesa. Al ser un eximio bailarín, la música lo hace zapatear, pero espera que se levante un poco de polvo en el patio antes de lanzarse a la pista. Camuflado en la polvareda “baila con una china, después con otra, después con la más linda y cuando tiene la atención de todos por su elegancia y su gracia... desaparece”. Es el gran creador de la discordia y generalmente lo consigue por la codicia de los hombres, tentados con ilusiones de riqueza y grandeza.

Los dones que cambia por un alma siempre tienen una relación con lo lúdico y la vida sencilla del gaucho, porque tiene los mismos gustos y “porque es difícil tentar al que tiene”. El paisano vende su alma para ser dichoso en el amor; indescifrable jugador; pialador de lazo indestructible; bailarín o guitarrero; domador o imbatible cuchillero, “visteador de ley” que nadie le marca la cara. Pero la creencia dice que cuantos más beneficios se entregan en la vida terrena, más rápido se lleva el alma Mandinga.

Según los viejos, los contratos pueden ser de 5 a 20 años, según las pretensiones y la habilidad para negociar de cada hombre. La plata y el poder son de la partida. Son conocidos los casos de hombres que hicieron “20 mil cabezas de ganado sin más que tres vacas”. Aunque, según

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