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Leyenda El Callejón del Diablo


Enviado por   •  11 de Diciembre de 2014  •  Informes  •  1.016 Palabras (5 Páginas)  •  172 Visitas

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El Callejón del Diablo

Hasta hace algunos años existía, a corta distancia de lo que hoy es el centro de la Ciudad de México, una estrecha callejuela conocida con el nombre de el Callejón del Diablo.

Empezaba en el descampado de la calle de San Martín y desembocaba en la calle de la Zanja.

Aquella callejuela de tenebroso nombre, estaba formada por un pasadizo sombrío, bordeado de árboles frondosos, que además atravesaba un paraje solitario. Dentro de ese paraje, se encontraba una casucha humilde y de nulas comodidades, habitada por un enfermo de tuberculosis, muy común en aquellos años. Como bien se puede comprender, ya sea por el enfermo, por el nombre del callejón o quizá por la oscuridad, pocas personas se aventuraban a tomar el callejón de día y mucho menos de noche, ya que después del ocaso reinaba una lúgubre oscuridad.

Los habitantes además, contaban que a las 12 de la noche, en el mencionado callejón se aparecía el Diablo, situación que entre los jóvenes resultaba toda una odisea digna de enfrentarse.

En cierta ocasión, un hombre bravío y haciendo gala de su valentía, ignoró todos los avisos que de el callejón se decían y tras una amena reunión con sus amigos, los reto a atravesar por el pasaje.

Sólo se internó en dicho callejón y, hallándose casi a mitad del camino, miró una figura que se apoyaba en el tronco de uno de los árboles. Tuvo un ligero sobresalto, pero inmediatamente se recuperó y se dijo para sus adentros: -¿Con que forajidos a mí, eh? ¡Ahora verás!-. Y empuñando las manos, se dirigió resueltamente hacia el sujeto.

Ya se encontraba a unos metros del individuo cuando, de pronto, se iluminó la escena y surgió ante sus ojos un ser horrendo que reía malignamente. El joven aventurero sintió que la tierra se hundía bajo sus plantas, pero, animado por su instinto de conservación, en lugar de desmayarse salió despavorido, logrando así evadirse de una segura desgracia.

La noticia de que en el callejón se aparecía el demonio, cundió rápidamente entre la población y, a consecuencia del incidente ocurrido, se divulgó rápidamente a otras personas que ya habían sido asustadas por el monstruoso espectro. Si el callejón era escasamente transitado por las noches, al comprobarse que el demonio se había establecido en él, nadie osaba ya, ni por equivocación o bravura, usar ese camino después de ocultarse el sol.

Pronto las autoridades decidieron tomar cartas en el asunto y consultaron con una persona experta en estos menesteres de magia y apariciones diabólicas.

Rápidamente el perito aconsejó que para evitar que el diablo comenzara a incursionar fuera de su refugio y se volcara sobre la comunidad, se depositaran diariamente bajo un árbol cercano algunas ofrendas en joyas y monedas de oro. Aunque al principio nadie quería ser el primero en entrar al callejón, pronto en grupos y a plena luz del día, se aventuraron a dejar las ofrendas tal cual se había consignado.

Lo curioso del caso es que los supersticiosos que todas las mañanas iban a dejar las nuevas ofrendas, observaban que los artículos del día anterior

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