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Las cartas de nadie.

pamelacerdaTesis9 de Octubre de 2013

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Capitulo 3: Las cartas de nadie

La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el castigo más largo de su vida. Cuando

le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de

verano y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su avión con control

remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había

atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.

Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado, pero no había forma de

escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y

Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más

estúpido de todos, era el jefe. Los demás se sentían muy felices de practicar el deporte

favorito de Dudley: cazar a Harry

Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como le resultara posible fuera de la casa,

dando vueltas por ahí y pensando en el fin de las vacaciones, cuando podría existir un

pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en

su vida, no iría a la misma clase que su primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo

colegio de tío Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí. Harry en cambio, iría a

la escuela secundaria Stonewall, de la zona. Dudley encontraba eso muy divertido.

—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día

—dijo a Harry—. ¿Quieres venir arriba y ensayar?

—No, gracias —respondió Harry—. Los pobres inodoros nunca han tenido que

soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse. —Luego salió corriendo

antes de que Dudley pudiera entender lo que le había dicho.

Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su

uniforme de Smelting, dejando a Harry en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan

terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con

un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes. Dejó que Harry viera la

televisión y le dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había

estado guardado desde hacía años.

Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su uniforme nuevo.

Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones de color naranja y

sombrero de paja, rígido y plano. También llevaban bastones con nudos, que utilizaban

para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquél era un

buen entrenamiento para la vida futura.

Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz

ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló en

lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño Dudley, tan apuesto y

crecido. Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper las costillas del

esfuerzo que hacía por no reírse.

A la mañana siguiente, cuando Harry fue a tomar el desayuno, un olor horrible

inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el

fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios

flotando en agua gris.

—¿Qué es eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer frunció los labios, como hacía

siempre que Harry se atrevía a preguntar algo.

—Tu nuevo uniforme del colegio —dijo.

Harry volvió a mirar en el recipiente.

—Oh —comentó—. No sabía que tenía que estar mojado.

—No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—. Estoy tiñendo de gris algunas

cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los demás.

Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir. Se

sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en su primer día de la

escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que llevaba puestos pedazos de

piel de un elefante viejo.

Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del

nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley

golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.

Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.

—Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon, detrás de su periódico.

—Que vaya Harry

—Trae las cartas, Harry.

—Que lo haga Dudley.

—Pégale con tu bastón, Dudley.

Harry esquivó el golpe y fue a buscar la correspondencia. Había tres cartas en el

felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la

isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y una carta para Harry.

Harry la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca

banda elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a él. ¿Quién podía ser? No

tenía amigos ni otros parientes. Ni siquiera era socio de la biblioteca, así que nunca

había recibido notas que le reclamaran la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba,

una carta dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.

Señor H. Potter

Alacena Debajo de la Escalera

Privet Drive, 4

Little Whinging

Surrey

El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección

estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.

Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta al sobre y vio un sello de lacre

púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que

rodeaban una gran letra H.

—¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la cocina—. ¿Qué estás

haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? —Se rió de su propio chiste.

Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío Vernon la

postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillo.

Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y echó una mirada a

la postal.

—Marge está enferma —informó a tía Petunia—. Al parecer comió algo en mal

estado.

—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, Harry ha recibido algo!

Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo

pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.

—¡Es mía! —dijo Harry; tratando de recuperarla.

—¿Quién te va a escribir a ti? —dijo con tono despectivo tío Vernon, abriendo la

carta con una mano y echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo al verde con la

misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió

el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.

—¡Pe... Pe... Petunia! —bufó.

Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la mantenía muy alta,

fuera de su alcance. Tía Petunia la cogió con curiosidad y leyó la primera línea. Durante

un momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un

gemido.

—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!

Se miraron como si hubieran olvidado que Harry y Dudley todavía estaban allí.

Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la

cabeza con el bastón de Smelting.

—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.

—Yo soy quien quiere leerla —dijo Harry con rabia—. Es mía.

—Fuera de aquí, los dos —graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre.

Harry no se movió.

—¡QUIERO MI CARTA! —gritó.

—¡Déjame verla! —exigió Dudley

—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el cogote, los

arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley iniciaron una lucha,

furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así

que Harry, con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la

rendija que había entre la puerta y el suelo.

—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—, mira el sobre. ¿Cómo es

posible que sepan dónde duerme él? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?

—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró tío Vernon,

agitado.

—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no

queremos...

Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la

cocina.

—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta...

Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...

—Pero...

—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos cuando

recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?

Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había

hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.

—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el

...

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