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Lucha Elefantes


Enviado por   •  11 de Marzo de 2013  •  1.891 Palabras (8 Páginas)  •  347 Visitas

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LA LUCHA CONTRA LOS PULPOS GIGANTES

¡Qué bestia espantosa!, exclamó...

Observé a mi vez y no pude dominar un movimiento de repugnancia. Ante mi vista se agitaba un monstruo horrible, digno de figurar en las leyendas teratológicas.

Era un calamar de dimensiones colosales, de unos ocho metros de

largo. Marchaba retrocediendo con extremada velocidad en dirección

al Nautilus. Miraba con sus enormes ojos fijos de matiz glauco. Los

ocho brazos, o más bien, los ocho pies que salen de la cabeza, lo que

les valió a estos animales el nombre de cefalópodos, tenían un desarrollo del doble de la anchura del cuerpo y se retorcían como la cabellera de las Furias. Se notaban claramente las doscientas cincuenta

ventosas ubicadas en la cara interna de los tentáculos en forma de

cápsulas semiesféricas. A ratos las tales ventosas se fijaban en el cristal del salón por medio del vacío. La boca del monstruo -un pico de

cuerno conformado como el de un loro- se abría.y se cerraba verticalmente. La lengua, sustancia córnea, armada a su vez de varias hileras de dientes agudos, salía vibrando de aquella verdadera cizalla. El

cuerpo, fusiforme e hinchado en el medio, formaba una masa carnosa

que debía pesar veinticinco mil kilogramos. El color variante pasaba

en forma sucesiva del gris lívido al pardo rojizo.

La casualidad nos había puesto en presencia de ese calamar y no

quise perder la oportunidad de estudiar cuidadosamente tal tipo de

cefalópodo. Sobreponiéndome al horror que me causaba su aspecto, y

lápiz en mano, comencé a dibujarlo.

_Quizás sea el mismo que vio el Alecton, dijo Consejo.

-No, objetó el canadiense, ya que éste se halla entero y el otro había perdido la cola.

-No sería razón suficiente, dije. Los brazos y la cola de estos

animales vuelven a formarse por reintegración. Después de siete años,

la cola del calamar de Bouguer tuvo tiempo para crecer de nuevo.

-Además, añadió Ned, si no es ése, será uno de aquellos otros.

Efectivamente, otros pulpos aparecían tras el cristal de estribor.

Conté hasta siete. Daban escolta al Nautilus y yo oía el rechinar de los

picos en el casco de acero. Se colmaban así nuestros deseos. Continué

con mi trabajo. Los monstruos se mantenían en nuestras aguas con tal

precisión que parecían inmóviles, y me hubiera sido fácil dibujar sus

contornos en escorzo sobre el cristal. Por lo demás, navegábamos con

moderada velocidad.

De pronto, el Nautilus se detuvo. Un choque lo hizo vibrar en toda su armazón.

-¿Habremos tocado fondo, pregunté? -En tal caso, respondió el canadiense, no hemos encallado, pues

estamos flotando.

El Nautilus flotaba, sin duda, pero no se movía. Las paletas de la

hélice no hendían el agua. Pasó un minuto. El capitán Nemo entró en

el salón.

Hacía tiempo que no lo veía y me dio la impresión de que estaba

con ánimo sombrío. Sin hablarnos, sin vernos quizás, se encaminó

hacia el panel, observó a los pulpos y dijo unas palabras a su segundo,

quien salió. Al rato se corrieron los paneles. El cielorraso se iluminó.

Yo me adelanté hacia el capitán.

-Curiosa colección de pulpos, le dije con tono displicente como el

de un aficionado ante el cristal de un acuario.

-Así es, me respondió, y vamos a combatirlos cuerpo a cuerpo.

Miré al capitán, creyendo no haber entendido.

-¿Cuerpo a cuerpo?, repetí.

-Sí, señor. La hélice está detenida. Supongo que. las mandíbulas

córneas de uno de esos calamares se han trabado entre las paletas, lo

que nos impide navegar.

-¿Y qué piensa usted hacer?

-Subir a la superficie y destruir a toda esa plaga.

-Empresa difícil, a mi parecer.

-En efecto. Las balas eléctricas resulta ineficaces en esas carnes

blandas, donde no hallan bastante resistencia como para explotar.

Pero los atacaremos a hachazos.

-Nosotros los acompañaremos, dije.

Y tras el capitán Nemo nos encaminamos hacia la escalera central. Allí, una docena de hombres, armados con hachas de abordaje,

estaban listos para el ataque. Consejo y yo empuñamos también sendas

hachas. Ned Land, un arpón.

El Nautilus ya había retornado a la superficie.

Uno de los marineros, desde los últimos peldaños, aflojaba los

pernos de la compuerta; pero apenas se retiraron las tuercas, la tapa se

levantó con gran violencia, evidentemente debido a la fuerza de la

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ventosa que aplicara en ella el brazo de un pulpo. Al instante, uno de

esos largos brazos se deslizó como una serpiente por la abertura y

otros veinte se agitaron por encima. De un hachazo cortó el capitán

Nemo

...

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