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Enviado por   •  25 de Marzo de 2014  •  1.209 Palabras (5 Páginas)  •  209 Visitas

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Zapatos de tacón rojos para mujer linda

A los zapatos rojos los colorearon de manzana. Los zapatos rojos se ven bien en el zapatero, en el buró, o abandonados al pies de la cama. Con unos zapatos rojos los pies son importantes. A veces los zapatos rojos piensan. A los zapatos rojos les pusieron chapas por todos lados. Los zapatos rojos saben esperar. Los zapatos rojos son sinceros Los zapatos rojos son el corazón de los pies. Los zapatos rojos se parecen a la mujer linda. Los zapatos rojos van bien con un vestido ajustado o con uno amplio. Los zapatos rojos van bien sin vestido. Los zapatos rojos son medio gitanos. Los zapatos rojos son los labios de la sensualidad.

Los zapatos de tacón rojos son amigos de los zapatos de tacón negros. Los zapatos rojos desean desnudos a los pies. Los zapatos rojos están pintados de amor. Los zapatos rojos atraen a pequeños minotauros. Los zapatos rojos son el sueño realizado de los pies. Los zapatos rojos siempre llevan a una bailarina.

UNA PASIÓN EN EL DESIERTO (José de la Colina)

El extenuado y sediento viajero perdido en el desierto vio que la hermosa mujer del oasis venía hacia él cargando un ánfora en la que el agua danzaba al ritmo de las caderas.

- Por Alá -gritó-, dime que esto no es un espejismo!

- No -respondió la mujer, sonriendo- El espejismo eres tú.

Y

en un parpadeo de la mujer

el hombre desapareció.

Sorpresa (Felipe Garrido)

Boca arriba en la cama abrió los ojos y vio en el techo una franja de luz que dejaban pasar las cortinas. “Es tarde”, pensó y tuvo el impulso de levantarse. Pero no sabía por qué o a qué levantarse, así que se cobijó hasta la barbilla con el gusto de quedarse acostado un rato más. Aunque, en realidad, no estaba muy seguro de que eso debiera alegrarlo porque, al final de cuentas, tampoco sabía por qué estaba allí en esa habitación desconocida, donde nada le era familiar. El papel tapiz, ni los muebles de mimbre, ni el crucifijo de plata, ni la cama demasiado blanda, ni esas manos con que tomaba las sábanas ni los anillos que las marcaban. Intentó recordar qué había sucedido el día anterior, qué esperaba hacer ese día, dónde estaba, con quién vivía.

Después de un rato de estupor se puso de pie con un cuerpo que nunca había visto, se asomó al espejo del tocador, contempló asustado a un extraño que lo veía con miedo. Quiso decir algo, pero lo aterró la idea de pronunciar una voz que no hubiese escuchado antes jamás.

Despistada (Mónica Lavín)

Tardaban en abrir la puerta. Verificó que el número del departamento fuera el correcto. Tantas veces había estado frente a una casa equivocada o acudido a una cita el día después que más le valía confirmar.

Sonrió acordándose de los tropiezos de su mente. De niña olvidaba los suéteres en la banca del colegio, de jovencita las gafas, los nombres de los maestros y los cumpleaños de los novios. El despiste había crecido con la edad. Un día regresó a casa en autobús, su marido sorprendido por la tardanza le preguntó por el auto: lo había dejado estacionado frente al trabajo. Repetidas veces trató de subirse a un coche ajeno y forcejeó con la cerradura hasta que el dueño la sorprendió.

Nadie abría la puerta. Se asomó por las ventanas.

Las persianas cerradas sólo enseñaban la capa de polvo sobre el esmalte.

Se hizo de noche. Las campanadas de la iglesia a los lejos la aclararon. Había

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