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¿Quien Se Ha Llevado Mi Queso?

MartinTrujillo11 de Septiembre de 2013

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¿Quién se ha llevado mi queso?

Erase una vez, hace mucho tiempo, en un país muy lejano, vivían cuatro pequeños personajes que recorrían un laberinto buscando el queso que los alimentara y los hiciera sentirse felices.

Dos de ellos eran ratones y se llamaban “Fisgón” y “Escurridizo”, y los otros dos eran liliputienses, seres tan pequeños como los ratones, pero cuyo aspecto y forma de actuar se parecía mucho a las gentes de hoy día. Se llamaban “Hem” y “Haw”.

Debido a su pequeño tamaño, sería fácil no darse cuenta de lo que estaban haciendo los cuatro. Pero si se miraba con la suficiente atención, se descubrían las cosas más extraordinarias.

Cada día, los ratones y los liliputienses dedicaban el tiempo en el laberinto a buscar su propio queso especial.

Los ratones, Fisgón y Escurridizo, que sólo poseían simples cerebros de roedores, pero muy buen instinto, buscaban un queso seco y duro de roer, como suelen hacer los ratones.

Los dos liliputienses, Hem y Haw, utilizaban su cerebro, repleto de convicciones y emociones, para buscar una clase muy diferente de Queso, con mayúscula, que estaban convencidos los haría sentirse felices y alcanzar éxito.

Por muy diferentes que fuesen los ratones y los liliputienses, tenían algo en común: cada mañana, se colocaban sus atuendos y sus zapatillas de correr, abandonaban sus diminutas casas y se ponían a correr por el laberinto en busca de su queso favorito.

El laberinto estaba compuesto por pasillos y cámaras, algunas de las cuales contenían un queso delicioso. Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida que no conducían a ninguna parte. Era un lugar donde cualquiera podía perderse con suma facilidad.

No obstante, el laberinto contenía secretos que permitían disfrutar de una vida mejor a los que supieran encontrar su camino.

Los ratones, Fisgón y Escurridizo, utilizaban el sencillo método del tanteo para encontrar el queso. Recorrían un pasadizo y, si lo encontraban vacío, se daban media vuelta y recorrían otro. Recordaban los pasadizos donde no había queso y, de ese modo, pronto empezaron a explorar nuevas zonas.

Fisgón utilizaba su magnífica nariz para husmear la dirección general de donde procedía el olor del queso, mientras que Escurridizo se lanzaba hacia delante. Se perdieron más de una vez, como no podía ser de otro modo; seguían direcciones equivocadas y a menudo tropezaban con las paredes. Pero al cabo de un tiempo, encontraban el camino.

Al igual que los ratones, Hem y Haw, los dos liliputienses, también utilizaban su capacidad para pensar y aprender de experiencias del pasado. No obstante, se fiaban de su complejo cerebro para desarrollar métodos más sofisticados de encontrar el Queso.

A veces les salía bien, pero en otras ocasiones se dejaban dominar por sus poderosas convicciones y emociones humanas, que nublaban su forma de ver las cosas. Eso hacía que la vida en el laberinto fuese mucho más complicada y desafiante.

A pesar de todo, Fisgón, Escurridizo, Hem y Haw terminaron por encontrar el camino hacia lo que andaban buscando. Cada uno encontró un día su propia clase de queso al final de uno de los pasadizos, en el depósito de Queso Q.

Después de eso, los ratones y los liliputienses se ponían cada mañana sus atuendos para correr y se dirigían al depósito de Queso Q. Así, no tardaron mucho en establecer cada uno su propia rutina.

Fisgón y Escurridizo continuaron levantándose pronto cada día para recorrer el laberinto, siguiendo siempre la misma ruta.

Una vez llegados a su destino, los ratones se quitaban las zapatillas de correr, las ataban juntas y se las colgaban del cuello, para poder utilizarlas de nuevo con rapidez en cuanto las necesitaran. Por último, se dedicaban a disfrutar del queso.

Al principio, Hem y Haw también se apresuraban cada mañana hacia el depósito de Queso Q, para disfrutar de los jugosos nuevos bocados que los esperaban.

Pero al cabo de un tiempo, los liliputienses establecieron una rutina diferente.

Hem y Haw se levantaban cada día un poco más tarde, se vestían con algo más de lentitud y, en lugar de correr, caminaban hacia el depósito de Queso Q.

Después de todo, ahora ya sabían dónde estaba el Queso y cómo llegar hasta él. No tenían la menor idea de dónde provenía el Queso ni de quién lo ponía allí. Simplemente, suponían que estaría donde esperaban que estuviese.

Cada mañana, en cuanto llegaban al depósito de queso Q, se instalaban cómodamente, como si estuvieran en su casa. Colgaban los atuendos de correr, se quitaban las zapatillas y se ponían las pantuflas. Ahora que habían encontrado el Queso empezaban a sentirse muy cómodos.

–Esto es fantástico –dijo Hem–. Aquí hay Queso suficiente para toda la vida.

Los liliputienses se sentían felices; tenían la sensación de haber alcanzado el éxito y creían estar seguros.

Hem y Haw no tardaron en considerar que el Queso encontrado en el depósito de Queso Q era de su propiedad. Allí había tantas reservas de Queso que finalmente trasladaron sus hogares para estar más cerca y crear su vida social alrededor de ese lugar.

Para sentirse todavía más cómodos, Hem y Haw decoraron las paredes con frases y hasta dibujaron imágenes del Queso a su alrededor, lo que los hacia sonreír.

Una de aquellas frases decía:

“tener queso te hace feliz”

A veces, Hem y Haw invitaban a sus amigos para que contemplaran su montón de Queso en el depósito de queso Q, lo mostraban con orgullo y decían: “Bonito Queso, ¿verdad?”. Algunas veces los compartían con sus amigos. Otras veces no.

–Nos merecemos este Queso –dijo Hem, al tiempo que tomaba un trozo de queso fresco y se lo comía–. Sin duda tuvimos que trabajar duro y durante mucho tiempo para encontrarlo.

Después de comer, Hem se quedó dormido como solía sucederle. Cada noche, los liliputienses regresaban lentamente a casa, repletos de Queso, y cada mañana volvían a buscar más, sintiéndose muy seguros de sí mismos. Así se mantuvo la situación durante algún tiempo.

Poco a poco, la seguridad que Hem y Haw tenían en sí mismos se fue convirtiendo en la arrogancia propia del éxito. Pronto se sintieron tan sumamente a gusto, que ni siquiera se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo.

Por su parte, Fisgón y Escurridizo continuaron con su rutina a medida que pasaba el tiempo. Cada mañana llegaban temprano, husmeaban, marcaban la zona e iban de un lado a otro del depósito de queso Q, comprobando si se había producido algún cambio con respecto a la situación del día anterior. Luego, se sentaban tranquilamente a roer el queso.

Una mañana llegaron al depósito de Queso Q y descubrieron que no había queso.

No se sorprendieron. Desde que Fisgón y Escurridizo empezaron a notar que la provisión de queso disminuía cada día que pasaba, se habían preparado para lo inevitable y supieron instintivamente qué tenían que hacer.

Se miraron el uno al otro, tomaron las zapatillas de correr que llevaban atadas y convenientemente colgadas del cuello, se las pusieron en las patas y se anudaron los cordones.

Los ratones no se entretuvieron en analizar demasiado las cosas.

Para ellos, tanto el problema como la respuesta eran bien simples. La situación en el depósito de Queso Q había cambiado. Así pues, Fisgón y Escurridizo decidieron cambiar.

Ambos se quedaron mirando hacia el inescrutable laberinto. Luego, Fisgón levantó ligeramente la nariz, husmeó y le hizo señas a Escurridizo, que echó a correr por el laberinto siguiendo la indicación de Fisgón, seguido por éste con toda la rapidez que pudo.

Muy pronto ya estaban en busca de Queso Nuevo.

Algo más tarde, ese mismo día, Hem y Haw llegaron al depósito de Queso Q.

No habían prestado la menor atención a los pequeños cambios que se habían ido produciendo cada día, así que daban por sentado que allí encontrarían su Queso, como siempre.

No estaban preparados para lo que descubrieron.

– ¡Qué! ¿No hay Queso? – Gritó Hem, y siguió gritando–: ¿No hay Queso? ¿No hay nada de Queso?, – como si el hecho de gritar cada vez más fuerte bastara para que reapareciese.

¿Quién se ha llevado mi Queso? –aulló.

Finalmente, puso los brazos en jarras, con la cara enrojecida, y gritó con toda la fuerza de su voz:

– ¡No hay derecho!

Haw, por su parte, se limitó a sacudir la cabeza con incredulidad. Él también estaba seguro de encontrar Queso en el depósito de Queso Q. Se quedó allí de pie durante largo rato, como petrificado por la conmoción. No estaba preparado para esto.

Hem gritaba algo, pero Haw no quería escucharlo. No quería tener que enfrentarse con esta nueva situación, así que hizo oídos sordos.

El comportamiento de los liliputienses no era precisamente halagüeño no productivo, aunque sí comprensible. Encontrar el Queso no les había resultado fácil, y para los liliputienses significaba mucho más que, simplemente, tener cada día qué comer.

Para ellos, encontrar el Queso era su forma de conseguir lo que creían necesitar para ser felices. Tenían sus propias ideas acerca de lo que el Queso significaba para ellos, dependiendo de su sabor.

Para algunos, encontrar Queso equivalía a tener cosas materiales. Para otros, significaba disfrutar de buena salud o desarrollar un sentido espiritual de bienestar.

Para Haw, por ejemplo, el Queso significaba sentirse seguro, tener algún día una familia cariñosa y vivir en una bonita casa de campo en la Vereda Cheddar.

Para

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