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Raza Cosmica

rafatitoooo18 de Abril de 2013

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aza Cósmica de Vasconcelos

a pluma vacila al pretender escribir algunas páginas acerca del volumen que acaba de publicar en París el formidable pensador continental José Vasconcelos. Se intitula La Raza Cósmica. Propiamente dicho, este ensayo constituye el prólogo –y así el autor lo denomina modestamente–, de las brillantes crónicas de sus viajes a la América del Sur. Sin embargo, el solo prólogo bastará para consagrar el libro del gran educador de México.

Las impresiones de Vasconcelos sobre el Brasil, Argentina, Chile y Uruguay, admirablemente recogidas en una sugestiva obra, son el fruto de la estancia en dichos países cuando los visitó en calidad de Embajador Especial de los Estados Unidos Mexicanos. Más adelante veremos, que la casaca diplomática no fue un obstáculo para que el hombre de genio, forzando las paredes del protocolo absurdo y sin sentido, desplegara sus alas al viento.

Con objeto de llevar a feliz término el trabajo que nos hemos propuesto escribir, dividiremos por capítulos los diversos asuntos de que trata el libro, dedicando a cada uno especial atención, sin olvidar referirnos al Uruguay –la patria de Rodó–, pero donde Vasconcelos sintió un poco de tristeza al atravesar sus fronteras... Fue como un estremecimiento de alas...

Capítulo I

La Raza Cósmica

La Raza Cósmica, o sea, el prólogo de la obra, la componen cuarenta páginas fugaces, maravillosamente trazadas. Después del Ariel de Rodó, no se ha escrito en América ensayo de tan [81] profunda trascendencia. Vasconcelos, que ya en 1920 había dado a conocer en un libro una original teoría del Ritmo, inspirada en Pitágoras, tiene hoy la soberbia concepción de una quinta raza, «la raza definitiva, la raza síntesis o raza integral hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos».

En el mes de mayo de 1925, el ilustre pensador mexicano, a su paso para Europa, se detuvo durante varios días en La Habana. Desde esta ciudad, dirigió un vibrante manifiesto a los jóvenes de Cuba. De la revista Social recogemos las iluminadas palabras de Vasconcelos: «Abajo las banderas nacionales y arriba la bandera continental que en frente de la civilización sajona ostenta el lema argentino de América para la Humanidad.» «No para los blancos del norte ni para los negros ni para los indios de una manera exclusiva; pero sí para todas y cada una de esas estirpes.» «América, hogar de la raza nueva, la quinta raza que será síntesis de las cuatro contemporáneas y la primera raza universal, la raza definitiva, la raza cósmica.» En los párrafos anteriores, puede decirse, que está compendiada la teoría que Vasconcelos cristaliza en el libro denominado La Raza Cósmica. Esta teoría es tan vasta como una alucinación.

Comienza Vasconcelos por acoger la hipótesis de que fue Atlántida la cuna de las primeras luces del mundo; esta civilización prosperó y decayó en América. Y expresa el autor:

Después de un extraordinario florecimiento, tras de cumplir un ciclo, terminada su misión particular, entró en silencio y fue decayendo hasta quedar reducida a los menguados imperios azteca e inca, indignos totalmente de la antigua y superior cultura. Al decaer los atlantes, la civilización intensa se trasladó a otros sitios y cambió de estirpes; deslumbró en Egipto; se ensanchó en la India y en Grecia injertando en razas nuevas. El ario mezclándose con los dravidios, produjo el Indostán, y a la vez, mediante otras mezclas, creó la cultura helénica. En Grecia se funda el desarrollo de la civilización occidental o europea, la civilización blanca, que al expandirse llegó hasta las playas olvidadas del Continente americano para consumar una obra de recivilización y repoblación. Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el negro, el indio, el mongol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa, se ha convertido en invasor del mundo, y se ha creído llamado a predominar, lo mismo que lo creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío. [82]

El Continente llamado a ser cuna de esa raza excepcional, síntesis de las demás, será América donde «hallará término la dispersión; allí se consumirá la unidad por el triunfo del amor fecundo, y la superación de todas las especies».

De los pueblos del Continente Colombino, los iberoamericanos están llamados, según asegura el pensador mexicano, a cumplir y consumar la misión divina de América. Allí surgirá el tipo síntesis que ha de juntar los tesoros de la historia, para dar expresión al anhelo del mundo.

La América Latina está, pues, llamada a cumplir grandes designios; su misión trasciende a siglos venideros; un futuro glorioso donde predominará en primer término, el estado espiritual o estético ya que, los anteriores, el intelectual o político y el material o guerrero, habrán desaparecido junto con la raza blanca en decadencia.

¿Por qué cree Vasconcelos –se preguntará– que la cuna de la quinta raza será precisamente la Iberoamérica y no el Continente en general como sería lógico suponer? Los sajones del Norte, según afirma el autor de la teoría, cometieron el pecado de destruir las demás razas, en tanto que nosotros las asimilamos, y esto nos da derechos nuevos y esperanzas de una misión sin precedente en la historia. Señala Vasconcelos, que en los latinoamericanos, haciendo contraste con el yanqui, se anota cada vez más una corriente de simpatía hacia los extraños, preparándose de esta suerte la trama, el múltiple y rico plasma de la humanidad futura.

Comienza a advertirse –expresa el profundo pensador– este mandato de la historia en esa abundancia de amor que permitió a los españoles crear raza nueva con el indio y con el negro; prodigando la estirpe blanca a través del soldado que engendraba familia indígena y la cultura de Occidente por medio de la doctrina y el ejemplo de los misioneros que pusieron al indio en condiciones de penetrar en la nueva etapa, la etapa del mundo Uno. La colonización española creó mestizaje; esto señala su carácter, fija su responsabilidad y define su porvenir. El inglés siguió cruzándose sólo con el blanco, y exterminó al indígena; lo sigue exterminando en la sorda lucha económica, más eficaz que la conquista armada. Esto prueba su limitación y es el indicio de su decadencia. [83]

Quien tiene así una visión tan amplia y limpia de la América que habla el español y el portugués, y rompe con todos los antiguos dogmas, sobre un porvenir que se creía incierto y dudoso, merece, ya no digo la atención de nosotros, que es bien poca cosa, sino la de los espíritus más selectos de la Humanidad. ¡Él es el que nos trae la buena nueva!

Vasconcelos tiene una tan clara concepción de la futura raza definitiva, que no nos resistimos al infinito placer de seguirle a través de sus páginas, plenas de una fluidez de pensamiento y elegancia de estilo inimitables.

El Continente Americano, en su precivilización y repoblación, estuvo encomendado a la raza blanca, en sus dos aspectos, en el del sajón y el latino. La misión del primero –según afirma Vasconcelos–

se ha cumplido más pronto que la nuestra, porque era más inmediata y ya conocida en la Historia; para cumplirla no había más que seguir el ejemplo de otros pueblos victoriosos. Meros continuadores de Europa, en la región del Continente que ellos ocuparon, los valores del blanco llegaron al cénit. He allí porqué la Historia de Norteamérica es como un ininterrumpido y vigoroso «allegro» de marcha triunfal.

Hay una página en seguida que nos hace evocar la helénica personalidad de Rodó, no precisamente porque Vasconcelos se haya inspirado en el filósofo de Motivos de Proteo, sino por la belleza serenísima de la concepción y por las palabras llenas de una encantadora sugerencia; allí el pensador-artista gustó la frase alada y la música maravillosa, y se extasió contemplando la armonía del paisaje y la dulzura de las frondas... Pero leed esta página seductora:

¡Cuán distintos los sones de la formación iberoamericana! Semejan el profundo «scherzo» de una sinfonía infinita y honda: voces que traen acentos de la Atlántida; abismos contenidos en la pupila del hombre rojo que supo tanto, hace tantos miles de años y ahora parece que se ha olvidado de todo. Se parece su alma al viejo cenote maya, de aguas verdes, profundas, inmóviles, en el centro del bosque, desde tantos siglos, que ya ni su leyenda perdura. Y se remueve esta quietud de infinito, con la gota que en nuestra sangre pone el negro, ávido de dicha sensual, ebrio de danzas y desenfrenadas lujurias. Asoma también [84] el mongol con el misterio de su ojo oblicuo, que toda cosa la mira conforme a un ángulo extraño, que descubre no sé qué pliegues y dimensiones nuevas. Interviene asimismo la mente clara del blanco, parecida a su tez y a su ensueño. Se revelan estrías judaicas que se escondieron en la sangre castellana desde los días de la cruel expulsión; melancolías del árabe, que son un dejo de la enfermiza sensualidad musulmana; ¿quién no tiene algo de todo esto o no desea tenerlo todo? He ahí al hindú, que también llegará, que ha llegado ya por el espíritu, y aunque es el último en venir parece el más próximo pariente. Tantos que han venido y otros más que vendrán, y así se nos ha de ir haciendo un corazón sensible y ancho que todo lo abarca y contiene, y se conmueve; pero presentimos como otra cabeza, que dispondrá de todos los ángulos para cumplir el prodigio de superar a la esfera.

A la Iberoamérica,

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