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Jhanzhito19 de Mayo de 2014

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CREATIVIDAD E INNOVACIÓN

EN LAS ORGANIZACIONES MODERNAS

INTRODUCCIÓN

En los ajetreados días que vivimos uno de los leit motiv más en boga en la gente de empresas y organizaciones es el tema de creatividad e innovación. Tanto se ha escrito en los últimos decenios al respecto que pareciera que estamos frente al surgimiento de un problema específico de esta era. Hasta se puede llegar a tener la falsa sensación que otrora el Hombre carecía o no necesitaba de estos instrumentos. Al respecto, existe una tendencia generalizada y muy sugerente a olvidar o desechar los fuertes logros obtenidos por el Hombre a través de toda su historia. “Aunque con frecuencia es percibida como un evento de alta tecnología que involucra al inventor y a los empresarios, por supuesto, la innovación puede ocurrir en situaciones organizacionales de alta o baja tecnología, de productos o servicios, de pequeñas o grandes empresas. La innovación puede ser concebida como la puesta en práctica inicial de una idea dentro de una cultura. Cuanto más radical sea una idea, más traumático y profundo tenderá a ser su impacto. Sin embargo, lo absoluto no existe. Aquello que es nuevo y difícil de comprender se transforma en la “alta tecnología” de su época” .

UNA PERSPECTIVA HISTORICA

Creatividad e innovación pueden ser equiparadas a ingenio. Formas de descubrir los problemas y sus posibles soluciones teniendo en cuenta criterios de eficiencia y eficacia. Por ende, se puede afirmar sin cortapisas, en este orden de ideas, que ingenio, creatividad e innovación son tan viejos como la manzana de Eva, la injusticia y la prostitución. Definitivamente, lo que distingue al Hombre del resto de los animales es su poder intelectual y de razonamiento. Esto y no otra cosa es lo que lo ha llevado a través de un proceso evolutivo de 250.000 años desde el fondo de las cavernas a la superficie lunar.

Indubitablemente el hombre primitivo debía poseer buena capacidad de inventiva para mínimamente sobrevivir en un medio totalmente hostil y con una carencia casi absoluta de conocimientos. Fue el poder de razonamiento, que no poseía ni posee el mono, lo que originó su constante evolución. Basta imaginar como debía ser la supervivencia en pequeñas comunidades sin instituciones o con instituciones arcaicas, sin tecnología y sin conocimientos adecuados, para poder generar aunque fuese en una pequeña expresión la base de lo que hoy llamamos pirámide de Maslow.

Richard Roth, economista de la Universidad de Chicago, ha demostrado que pese a todas estas carencias el hombre de las cavernas se las ingenió para crear una especie de sistema de seguridad y control para todos los integrantes de una determinada “sociedad” que moraba en el interior de una cueva. Allí el problema consistía básicamente en el control de la distribución de los alimentos. Aunque hubiera dos o más cuevas el hombre primitivo se agrupaba en una sola debido a que era la forma de supervisar la conducta de los demás. “En la prehistoria, los cavernícolas aprendieron que era más productivo cazar en grupos que solo. Juntos, los cazadores podían atrapar y rodear efectivamente a su presa y después de capturarla la compartían. También descubrieron que al unirse en tribus podían proporcionarse mejor seguridad y resguardo de lo que podían hacer individualmente. De esta forma nuestros ancestros prehistóricos precipitaron el nacimiento de las primeras organizaciones humanas y los inicios de la vida de organización. Las lecciones de cooperación interpersonal aprendidas por los hombres y las mujeres prehistóricos ayudaron a que las generaciones posteriores desarrollaran actividades organizadas para cumplir sus objetivos” .

Otro ejemplo de creatividad e ingenio en la Historia Antigua se puede encontrar en las pirámides egipcias. Más allá de las escasamente creíbles teorías acerca de la posible ayuda extraterrestre, es claro que los faraones derrocharon ingentes recursos humanos y económicos y pusieron en marcha una buena cantidad de ideas innovadoras para construir semejantes monumentos. Resultado, a lo largo de todas las épocas, desde que comenzó a girar la rueda hasta el casi infalible ordenador moderno, el hombre ha ido aplicando una serie de técnicas de creatividad, ingenio e innovación basados en su inteligencia y razonamiento.

Probablemente una de las “bisagras” claves de la Historia del Hombre fue la revolución industrial del siglo XVIII que comenzó en Inglaterra. Esta no llegó en un mar de ignorancia, sino que fue consecuencia de una serie de adelantos técnicos acaecidos a largo de la Edad Moderna. Este proceso se caracterizó por un gran incremento en la rapidez del cambio tecnológico. La aplicación de la fuerza motriz a ciertas máquinas ya inventadas implicó un fuerte crecimiento de la producción y la productividad marginal del trabajo humano. Por primera vez en la Historia buena parte de la sociedad podía comenzar a satisfacer ciertas necesidades vitales. Verbigracia, la revolución agrícola previa posibilitó el inicio de la “sana costumbre” de comer todos los días. El proceso de industrialización permitió una acumulación de capital, tanto financiero como humano, que implicó la capacidad de poner en marcha emprendimientos industriales y organizacionales hasta entonces ni siquiera soñados.

Frederick Taylor y Henry Ford fueron, a los efectos prácticos, consecuencias directas de esta nueva dinámica. Por un lado, el creciente ascenso de masas poblacionales a poderes adquisitivos superiores, implicó una mayor demanda de bienes y servicios para satisfacer necesidades. Por el otro, el comienzo de aplicación de nuevas técnicas de ensamblaje y gestión empresaria destinadas a atender de manera cada vez más barata la consecución de las metas personales. Es archiconocida la frase de Ford, “yo puedo fabricar un auto de cualquier color, siempre que sea negro”. Ford podía alegremente realizar esta aseveración porque sabía que lo que la gente quería y deseaba era simplemente un auto. Que fueran todos iguales, caros y pintados en el mismo tono, casi no importaba. Lo central estaba dado por el medio de locomoción y las facilidades que se obtenían con su posesión. A los efectos prácticos, los estudios de tiempos y movimientos de Taylor estaban direccionados a elevar la productividad marginal de los obreros a un máximo posible bajo la condición de un cambio tecnológico, que para los paradigmas actuales, sería muy suave y lento. En tal sentido, estas organizaciones fueron diseñadas y estructuradas de manera tal que uno de los parámetros esenciales era intentar asegurar por cualquier medio la minimización de los errores. Los controles resultaban buenos, pero muy costosos tomando en cuenta que a la larga llevaban consigo una alta dosis de inhibición y escasa creatividad. El hecho de no cometer errores también significaba la ausencia de la capacidad de experimentación. Estas son algunas de las causas por las cuales la creatividad y la innovación no estaban presentes en este modelo.

No es casual que el modo de producción taylorista-fordista continuara casi sin cambios durante cinco décadas. En ese lapso, si bien el conocimiento tecnológico avanzó, no lo hizo bajo la velocidad de los tiempos siguientes. También “ayudaron” los grandes conflictos bélicos mundiales. Toda guerra hace aguzar el ingenio de los contendientes, puesto que el asunto es tan simple como el de matar o morir. La evolución del avión fue un ejemplo en ese sentido. La aeronavegación comercial en escala planetaria fue fruto directo de los avances producidos en la aviónica durante la Segunda Guerra Mundial. Howard Hughes, creador y mentor de Trans World Airlines (TWA), primera aerolínea con vuelos regulares entre Estados Unidos y Europa y América del Sur, fue el hombre al que se le ocurrió la idea de transformar los bombarderos B-29 en aviones de pasajeros. La innovación estaba en asientos mullidos y sonrientes azafatas, juntamente con un ahorro de tiempo impensable hasta entonces. La idea originó un efecto directo de una fortuna para Hughes de lo que actualmente representaría 10.000 millones de dólares. Nada poco por cierto.

Una nueva “ruptura” en la Historia se produjo a partir de la década del setenta de la actual centuria. Varios factores confluyeron. Un profundo cambio cultural, un ingreso per-capita cada vez mayor y un sentir generalizado por parte de la gente de adquirir bienes y servicios destinados a satisfacer necesidades perfecta y estrictamente individualizadas. La posibilidad de disponer de energía en gran escala y a bajo precio, conjuntamente con un conocimiento científico cada vez más ligado y volcado a la producción de bienes y servicios, profundizaron esta tendencia. A partir de esta nueva era, en el caso de los automóviles, la gente ya no sólo deseaba un instrumento para movilizarse libremente, sino que éste tuviese un diseño direccionado a sus muy particulares gustos. En este nuevo esquema, Henry Ford hubiera ido a la quiebra. Más aún, el ordenador y la revolución de las comunicaciones trajeron consigo la globalización de la economía. La primigenia idea japonesa del mundo como mercado se convirtió en un esquema a ser seguido por cualquier organización que quisiera subsistir, tanto en el futuro cercano como en el lejano.

Una de las sorpresas del mundo actual es la exponenciación de la velocidad del cambio. El conocimiento crece a tal ritmo que es habitual referirse a estadísticas que indican el aumento del conocimiento total mundial ocurrido en la última semana. Pero las mutaciones realmente claves son aquellas que obligan a la gerencia a entrar en el camino de la reconfiguración organizacional. Muchas veces, el cambio sólo servirá para poder

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