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Enviado por   •  28 de Diciembre de 2013  •  492 Palabras (2 Páginas)  •  353 Visitas

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SOLICITO UNA PERSONA QUE ME ESCUCHE

Escucho esta anécdota: Un tipo llama a su médico de cabecera: “Víctor, soy yo, Juan. Estoy preocupado por mi mujer, creo que se está quedando sorda: “¿Por qué dices eso?” “Porque la llamo y no me contesta.” “Mira, puede que no sea tan grave. A ver, vamos a detectar el nivel de sordera de tu esposa: ¿Dónde estás tu?” “En la recámara.” “¿Y ella?” “En la cocina. Bueno, llámala…” “Lupee…. No, no escucha.” “Bueno, sal de la recámara y grítale desde el pasillo.” “Lupeeee… No hay respuesta.” “No te desesperes…. Llévate el inalámbrico, acércate a ella y sigue llamándole….” “Lupeeee, Lupeeeeee… No me contesta. Estoy parado en la puerta de la cocina, la puedo ver de espaldas, está lavando los platos. Lupeeeee…. No me escucha.” “Acércate más.” El tipo entra en la cocina, se acerca a Lupe, le pone la mano en el hombro y le grita en la oreja: “¡Lupeeee! La esposa, furiosa, voltea y le dice: “¿Qué quieres?, ¡QUE QUIERES, QUE QUIEEEERES!, ya me llamaste como 10 veces y siempre te contesté “¿Qué quieres?” Cada día estás mas sordo, deberías consultar “un doctor…”

Esto es un clásico diálogo de sordos. ¿Te ha pasado? La queja es generalizada: “ ¡No me escucha!” y…. ¡qué frustrante es! ¿Cuántas veces tenemos esta sensación en relación con nuestra pareja, hijos, jefes o gobernantes? ¿Cómo te sientes? ¿Qué problemas acarrea? Podríamos decir que, en la mayoría de los casos, la conversación no existe. Es una ilusión, una serie de monólogos que se interceptan. Eso es todo.

Escuchar es uno de los mejores y más amorosos regalos que podemos darle a una persona, especialmente cuando está herida, molesta o preocupada. Escuchar puede ser la diferencia entre aprobar o reprobar un examen, fortalecer o destruir una relación, hacer o perder una venta, conseguir o perder un trabajo, motivar o desanimar a un equipo, ganar o perder una elección.

Abrir el alma no es asunto fácil y depende, en gran parte, de quien nos escucha. A pesar de nuestras buenas intenciones, es común que nos desconectemos y no pongamos atención a lo que nos dicen. Una razón es que nuestro cerebro puede captar las palabras tres o cuatro veces más rápido de lo que una persona habla normalmente; entonces, es fácil aburrirnos y desconectar la mente poco a poco mientras el otro continúa hablando. Lo irónico es que todos estamos ansiosos por contar nuestra historia y deseamos que nos escuchen. En caso de no encontrar una oreja compasiva y paciente, se me ocurren dos posibles soluciones; podemos ir al psicólogo y pagar 700 pesos por cada media hora, o bien, podemos poner un anuncio en el periódico que diga lo siguiente:

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