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UNOS NOVIOS


Enviado por   •  25 de Agosto de 2014  •  1.290 Palabras (6 Páginas)  •  293 Visitas

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UNOS NOVIOS

Por Manuel González Zeledón (Magón)

Ñor Sebastián Solano, viejo qua abrió los ojos allá por el año de la Independencia, que después de batirse con un bravo en nuestra única y tan sonada Campaña Nacional, supo acumular una regular fortunita, vive en santa y regalada paz en el pueblo de su nacimiento, en compañía de su familia, compuesta de ña Teresa Rivera, su arrugada costilla, y de su "unicuija", la donairosa Jacinta o Chinta, como sus padres la han confirmado.

Lencho Anchía, mozo de unos veinticinco años, vecino y ahijado de ñor Solano, entabló amores con Chinta y, correspondido por ésta, todo fue uno quererse y casarse con el beneplácito de toda la parentela.

Yo he venido siendo amigo de ñor Sebastián, y por consiguiente, fui por él invitado a la boda con todos sus circunloquios.

_Vea, don Magón, lo qu'es por bestia no deje de ir; el sábado bajo y le dejo el patas blancas pa que vaye: es cosa de probes, no se figure que va'ver budines ni bistedes.

Y lo que fue por bestia no dejé de ir; fui en el "patas blancas" a trote desgarrador y me encontré en plena fiesta de novios, la casa de mi buen amigo ñor Sebastián Solano.

Sobre la tranquera lucía un hermoso arco de "bambuses" entrelazados con pacaya y saúco, y cubierto de flores de reina de la noche; el patio, amplio y despejado, había sido barrido a conciencia; los corredores estaban adornados con vástagos de plátano y banderitas de papel, y la sala brillaba como una camisa almidonada, cubierta de flores y adornada con cortinas y antimacasares prendidos con poco arte y menos gusto, de cuanto ángulo saliente o cajón de puerta y ventana daban lugar a recibir un clavo.

La ceremonia eclesiástica había tenido verificativo a las cinco de la mañana en la Ermita del pueblo, ante numeroso concurso y con su acompañamiento de bombas y cohetes, su velorio y repiqueteo de campanas y chorreadera de candelas de cera y esperma.

De manera que a mi llegada los viejos, los novios y la concurrencia sólo se ocupaban del hartazgo, de la bebedera, del baile y del consiguiente jaleo.

Los músicos, un violín, un clarinete, y una guitarra, lanzaban al aire alegres aunque desentonadas notas; los "muchachotes" se esforzaban en bailar atropelladamente agarrados a sus respectivas parejas; los viejos se atarugaaban de lomo relleno, café y cuajadas, arrodajados en la cocina; los novios coqueteaban encaramados en una canoa a la vera del corredor, y ñor Sebastián y su vieja sudaban la gota gorda por mostrarse complacientes y dejar bien sentados su nombre y su fama de personas "rajadas pa un convite".

-Mándese apiar, don Magón. Ya yo me creí que no venía.

_Sí, señor, ahora me lo estaba diciendo Sebastián, que qué sería la tardanza.

_Venga pa que conozca a Lencho y pa que vea a Chinta.

Corrió ñor Sebastián, agarró a Lencho de una punta de la chaqueta y me lo empujó echándomelo encima, a la vez que me lo presentaba con estas palabras:

_Éste es el mentao Lencho Anchía, que unque es feo el decilo y no es porque se haiga casao con m'hija, no tiene por qué le ponga nadie la cara en vergüenza en ninguna facultá.

Ña Teresa me señaló a Chinta, toda avergonzada y confusa. Temblaban en los ojos de la buena vieja un par de lagrimones; su cara denotaba encontrados sentimientos de placer y ternura y la sangre franca y leal de nuestras campesinas coloreaba las arrugas de su honrada frente.

_N'ues poque sea m'hija don Magón, pero vale lo que pesa en oro; ella pa la plancha, ella pa la piedra, ella pa la batea, y más que no se sepa la O por redonda, eso sí buena cristiana y buena hija con sus padres.

Chinta tenía que ser cuanto su

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