Una Velada Romantica
lola12211 de Mayo de 2015
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Una Velada Romántica
Rosario miraba impacientemente el reloj que se encontraba en la mesita de noche junto a su cama. Había chateado varias veces por su laptop y ya era el momento de que se vieran cara a cara. La mujer se había puesto la ropa que más le favorecía y se había maquillado. Su compañera de piso se había ido a la biblioteca pública que estaba cerca de su apartamento.
Rosario era muy conocida entre sus compañeros y amigos del trabajo, como una persona amable y gentil, sin olvidar su belleza natural. Por otra parte, se sabía que tenía un novio y además tenía una relación virtual con otro hombre, ya que ella hablaba varias veces con dos hombres muy diferentes. El primero era uno al que le gustaban las mujeres independientes y listas; se le reconocía por su calvicie y por su gran obsesión por la limpieza. Mientras que del segundo hombre nadie sabía cómo era, pero se sabía su nombre: Ignacio Aguirre. Rosario se pasaba su hora de comer chateando con el tal Ignacio, nadie esperaba que Rosario fuera el tipo de persona que podía ser conquistada con facilidad, pero nadie lo comentaba.
De repente, se escuchó que un coche se detenía y un hombre alto con un enorme bigote tocó el timbre del departamento de Rosario. La mujer no tardó mucho en bajar las escaleras, no sin antes revisar que llevara todo en su bolsa. Abrió la puerta y preguntó.
-¿Aguirre?
El hombre sonrió como respuesta para luego subirse a su Cadillac, no sin antes esperar que Rosario se sentara en el asiento del copiloto. Ignacio manejó hasta el restaurante Cosmopolitan donde una mesa para dos, los esperaba. Al llegar, Ignacio como todo un caballero, le abrió la puerta a Rosario, cosa que ella apreció mucho. Entraron y fueron bien recibidos. El camarero los llevó a la mesa donde ya se encontraba una botella de vino tinto, les entrego el menú. Ignacio tomó la botella, reviso que estuviera bien sellada, para luego pasársela al camarero pidiéndole que la abriera.
-Los dejaré para que se decidan- dijo el camarero, retirándose.
Rosario pidió una ensalada para ambos como entrada. De plato principal: Rosario, un fino pescado; Ignacio, una carne de cuatrocientos gramos.
Mientras la comida llegaba, la pareja platicaba de cada uno de sus gustos, para conocerse mejor. A Ignacio le encantaba todo de Rosario, desde su belleza hasta su inteligencia. Desde lejos se veía que eran uno para el otro. Se veían felices.
Las horas transcurrieron con rapidez y la pareja salió del restaurante, no sin antes compartir un postre. Subieron al Cadillac y se dirigieron a las afueras de la ciudad, donde había un risco para observar la ciudad desde lejoss. Éste era considerado como un lugar romántico donde las parejasque allí iban, terminaban juntas para siempre. Esa noche, el cielo estaba despejado y se podía ver la estrellas perfectamente, Ignacio había traído consigo una manta por si hacía frío. Aquella noche, eran los únicos en ese lugar.
Al llegar, Rosario salió del Cadillac y se acercó peligrosamente al barranco que apenas tenía un barandal que separaba el vacío.
-No hagas eso, podrías caerte- dijo Ignacio, asustado.
Rosario miraba a Ignacio con una sonrisa de picardía, para luego sentarse en el cofre del Cadillac y mirar la ciudad. Ignacio se acercó, miró a la mujer que tenía en frente, se veía preciosa con la luz de la luna; de verdad sentía que la amaba, tanto que podía hacer cualquier cosa por ella. La abrazo y le dio un beso en la mejilla, tomando por sorpresa a Rosario.
La mujer le regresó el beso y se besaron con mucha pasión. Ignacio se perdía en sus pensamientos, olvidando todo excepto a Rosario. De repente esa idea cambió cuando Rosario le enterró una navaja en el estomago. El hombre se hizo para atrás, asustado, miró cómo en la camisa apareció una mancha de sangre, su propia sangre.
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